La
secretaria jugaba con su voz en su escritorio esa mañana de verano.
A su haber tenía una larga historia de participación en coros
aficionados, donde cantaba como contra alto. Además de ello, y dado
el tono de su voz, participaba en una banda de blues, en la que su
voz destacaba entre los demás instrumentos dándole la fuerza y le
ternura necesaria a cada canción. La música era parte importante de
su vida, y pese a que en general lo dejaba siempre para después del
trabajo, esa mañana sintió la extraña necesidad de cantar aunque
fuera en voz baja.
Mientras
vocalizaba, la mujer se dio cuenta que en el resto de los cubículos
no se escuchaba nada; cuando la mujer hizo silencio para saber qué
pasaba, sus compañeros de trabajo la instaron a seguir cantando,
pues su bella voz había sido capaz de calmar las aguas en una
oficina que generalmente se caracterizaba por conflictiva. Media hora
más tarde apareció su jefe, quien con mirada adusta le dijo que por
favor siguiera cantando aunque fuera en voz baja, pues esa paz era
necesaria de vez en cuando en ese trabajo. Luego de tales
reafirmaciones, la mujer siguió cantando un poco más fuerte
deleitando a sus compañeros y jefatura y estabilizando los ánimos
del lugar.
A
media mañana un temblor de mediana intensidad se dejó sentir en el
lugar; la mayoría de la gente no lo tomó en cuenta, y mientras
calculaban la intensidad, siguieron trabajando. Lo extraño era que
pese a lo leve, el temblor no paraba; los funcionarios empezaron a
ponerse de pie y a mirar por las ventanas hacia afuera, pues el
temblor ya llevaba cerca de diez minutos y aún no se detenía.
Quince
minutos más tarde el temblor continuaba. Algunos intentaban seguir
trabajando, pero la mayoría estaba demasiado nervioso para poder
rendir en el trabajo. En ese instante apareció por las escaleras el
junior de la empresa, un muchacho joven, desgarbado y algo
desaliñado, quien siempre andaba con sus audífonos puestos. Al ver
el nerviosismo de todos recién se dio cuenta del temblor, y luego de
cavilar un par de minutos, pareció iluminarse de la nada y se
dirigió al cubículo de la secretaria que había dejado de cantar.
El
junior se acercó a la mujer, y le dijo que ella podía detener el
temblor; la mujer lo miró desconcertada, mientras el muchacho
sonreía. De pronto el joven empezó a explicarle que según él los
temblores eran desajustes en la frecuencia de vibración del planeta,
y que un tono adecuado podía restablecer la vibración original y
detener el temblor. Como ella era cantante, podría encontrar dicho
tono, imitarlo con su voz y detener el sismo. La mujer lo miró
tratando de entender tamaño disparate: sin embargo, sus compañeros
de trabajo y su jefe le dijeron que nada se perdía, y que por favor
lo intentara. El junior le dijo que cerrara los ojos, que escuchara
la vibración, e intentara imitarla con su voz. La mujer cerró los
ojos, sin lograr escuchar nada: el muchacho le dijo que se
concentrara, que ya la escucharía. La mujer apretó más sus ojos ya
cerrados, y de pronto llegó a sus oídos una vibración profunda,
apenas audible. La mujer se concentró, y empezó a hacer vibrar las
cuerdas vocales hasta encontrar el tono, instante en el cual abrió
su boca e hizo sonar una “O” larga y profunda. Luego de quince
segundos, el temblor empezó a bajar de intensidad, hasta detenerse.
Sus compañeros de trabajo empezaron a aplaudir felices, hasta que la
mujer les recordó que los temblores eran causados por movimientos en
las placas tectónicas, y que lo que había pasado había sido una
simple y entretenida coincidencia. Luego de acabado el barullo, la
oficina volvió a la normalidad. Mientras tanto y mientras bajaba las
escaleras con sus audífonos sin música, la deidad menor disfrazada
como junior comunicaba a entidades por sobre él que ya había
liberado las capacidades de la protectora del planeta, quien ya
estaba lista para las catástrofes que estaban por suceder.