Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, febrero 18, 2024

Urgencia

 La sala de espera del servicio de urgencias estaba llena, como siempre. La espera para la atención era de más de ocho horas, lo que hacía que muchas personas se enojaran, insultaran al personal de admisión y hasta intentaran agredirlos, por lo que el trabajo de los guardias y de la policía apostada en el lugar era bastante pesado. En la sala había un joven que había llegado recién, que aceptó la espera, y que estaba sentado con sus audífonos conectados al teléfono donde reproducía una lista de rock que lo tenía completamente ensimismado. Cuando la recepcionista le preguntó el motivo de consulta respondió que venía por dolor de pecho; sin embargo su semblante era tan tranquilo y su postura tan pasiva que nadie en recepción pensó que el cuadro era grave, y fue catalogado en la penúltima categoría de urgencia.

Los médicos en los boxes de atención parecían estar librando una batalla, tanto contra los pacientes como contra los familiares, pues la mayoría sentía que su consulta era la más grave, y al ser desestimada por los profesionales, generaban nuevos conflictos que nuevamente debían ser controlados por el personal de seguridad. Mientras tanto en la sala de espera el joven seguía escuchando música mientras abría una botella de agua mineral y bebía tranquilamente.

Ocho horas más tarde la batería del teléfono del muchacho empezó a avisar la baja carga; el joven abrió su mochila, sacó una batería portátil que conectó al aparato para seguir escuchando música. Frente a él una mujer mayor lo miraba con pena; el joven al verse observado le devolvió una sonrisa a la señora, quien también le sonrió. Pese al gesto, la pena en el rostro de la mujer era imborrable.

Diez horas después de su llegada un médico añoso llamó al joven. El hombre miró la información, le hizo un par de preguntas al muchacho, le apretó el tórax y no encontró nada. Al darse cuenta de la hora de llegada decidió auscustarle el tórax, más que nada para que sintiera que la espera había valido la pena. En ese momento el médico no logró escuchar los latidos; cuando intentó hablarle al muchacho se dio cuenta que éste había perdido la conciencia. De inmediato se activó el protocolo de urgencia vital, fue conectado a monitores que confirmaron que el corazón del muchacho no latía; se iniciaron las maniobras de reanimación, y una hora más tarde se consignó la hora del deceso. En la sala de espera la mujer dejó caer una lágrima: cuando vio al joven en la sala pudo ver que su aura ya estaba lista para partir. Lo que la mujer no sabía era que el muchacho estaba consciente de ello, y decidió ir a morir al hospital para que no quedara rastro suyo en su casa para luego empezar a asustar a quienes fueran capaces de ver más allá de los sentidos humanos.