El
profesor tenía la pizarra llena de fórmulas matemáticas que sus
alumnos miraban con desdén, pues sabían que cada viernes recibirían
en sus correos el resumen de las clases de la semana. El profesor a
veces echaba de menos el antiguo sistema educativo, ese donde el
alumno respetaba y hasta admiraba al docente; sin embargo entendía
que los tiempos habían cambiado, y que él no era más que una pieza
en el engranaje productivo fabricado para entregarle a la sociedad
esclavos mejor calificados para que mantuvieran el status quo con un
sueldo que atenuara sus deseos de cambiar el sistema.
Ese
día en la tarde el profesor había sido citado a la oficina del
rector. El hombre terminó con sus pendientes una media hora antes de
la reunión, por lo que decidió dormitar un rato; al despertar se
arregló un poco y se dirigió a la oficina. El rector estaba
acompañado por el resto del consejo docente de la facultad; el
hombre no entendía el porqué de tanta formalidad, hasta que el
rector habló. Sus alumnos habían enviado una carta reclamando por
la carga académica que el profesor les daba, y que les causaba un
estrés tal que les impedía rendir adecuadamente y sacar buenas
notas; el consejo se había reunido y había decidido que por el bien
de los alumnos el profesor debía ser desvinculado de su cargo. El
hombre dio una larga explicación respecto de su metodología de
trabajo; sin embargo el rector le replicó que si perdían a los
alumnos la universidad se vería en problemas económicos, por lo que
les convenía más desvincularlo y contratar otro docente que educara
sin tensiones a los alumnos. El profesor volvió a replicar respecto
de la calidad de educación que terminarían entregando si seguían
por esa línea, pero nada de ello sirvió. El jefe de recursos
humanos le entregó un sobre con un cheque de indemnización, y la
carta de despido; su carrera docente en esa universidad había
terminado.
A
la mañana siguiente los alumnos se encontraron con un nuevo
profesor, lo que hizo brotar aplausos espontáneos en el aula: los
jóvenes entendieron el poder que tenían, por lo que ahora en
adelante ellos serían quienes dictarían las reglas.
Cinco
minutos antes de terminar la clase se escuchó un barullo en la
puerta de entrada, seguido de un golpe seco; uno de los muchachos,
quien practicaba tiro deportivo, palideció. Cinco segundos más
tarde se abrió la puerta de golpe, cayendo dentro de la sala el
cuerpo inerte de uno de los guardias con una herida redonda sangrando
en medio de su frente; luego del primer grito de espanto una figura
conocida por todos pasó por sobre el cadáver del guardia: era el
profesor, armado hasta los dientes, quien parado en la puerta
descargó todos los cargadores que traía de su pistola
semiautomática calibre .9 milímetros en los cuerpos de sus alumnos,
acabando con la vida de todos ellos en menos de tres minutos. Al
terminar la masacre se dirigió a la oficina del rector en donde
estaba reunido el consejo docente; el hombre tomó de su hombro
izquierdo una escopeta con la cual terminó con todos los miembros
del consejo. Antes de salir se dio cuenta que el rector aún
respiraba, por lo que sacó un pequeño revolver calibre .22 con el
que remató al moribundo. En ese instante la alarma del celular lo
despertó: el profesor había soñado toda esa locura en menos de
media hora; el hombre se desperezó, ordenó su ropa y se dirigió a
la reunión. Justo antes de entrar sintió algo extraño en el
bolsillo del pantalón: antes de entrar, reacomodó el revólver
calibre .22 para que dejara de incomodarlo en la reunión que estaba
por comenzar.