El
hombre terminaba de cargar bencina en la bomba cerca de su trabajo.
El precio del combustible hacía que cada vez pudiera echar menos
bencina con el mismo dinero, por lo que debía ir más veces al mes a
la bencinera, lo cual le molestaba bastante: odiaba el olor a
bencina, y cada visita al lugar era motivo de desagrado e
incomodidad. Pese a todo, esa tarde no había tanto olor en el lugar,
o su nariz estaba empezando a acostumbrarse al característico olor
del combustible.
El
hombre manejaba con tranquilidad por las calles de la ciudad. De
pronto empezó a sentir una serie de bocinazos tras de él: el hombre
no se dio por enterado en un principio, hasta que la cantidad de
distintos tonos de bocina le hicieron darse cuenta que todos los
vehículos tras el suyo hacías ruido para apurar la marcha. El
hombre no entendía lo que pasaba, hasta que una imagen apareció en
sus dos espejos laterales: a una gran distancia avanzaba hacia ellos
una especie de nube negra, que cada vez parecía más cercana.
El
hombre empezó a aumentar su velocidad; sin embargo ello no parecía
ser suficiente, pues los bocinazos no bajaban en frecuencia e
intensidad. Al llegar a un semáforo en rojo el hombre intentó
detenerse, pero fue tal la presión del resto de los conductores que
empezó a acelerar lentamente para tratar de pasar sin ser chocado;
extrañamente no había tránsito en la calle perpendicular por lo
que pudo pasar sin mayor problema.
El
hombre seguía sin entender la premura de los conductores en la
calle; de pronto una motocicleta ´de la policía lo alcanzó. El
hombre quiso poner las luces de estacionamiento para detenerse, pero
el motorista le gritó que acelerara lo más posible y huyera del
lugar si es que quería seguir vivo. El conductor no entendió nada
pero acató la orden y aceleró su vehículo casi a fondo.
El
conductor seguía manejando a toda velocidad sin entender las
palabras del policía. De pronto volvió a mirar por los espejos
laterales y vio cómo la nube negra parecía acercarse cada vez más
hacia él. En ese instante pudo distinguir detalles en la nube: el
terror se apoderó de su alma y aceleró al máximo su vehículo.
Diez
cuadras más allá dos vehículos de una academia de conducción
avanzaban lentamente. El hombre empezó desesperadamente a tocar la
bocina para hacer que se apuraran sin lograr su cometido, provocando
un atochamiento enorme y que todas las bocinas volvieran a sonar como
estruendo tras de él. La única posibilidad de apurarlos era que
algún motorista, policial o civil, se metiera entre ellos y les
dijera que una ola gigantesca de zombies avanzaba hacia ellos
hambrienta de cerebros humanos.