Tres
de la mañana. El incómodo sonido de una llamada al celular despertó
a la mujer, quien no acostumbraba recibir llamadas a deshoras, por lo
que inmediatamente pensó que algo malo le había pasado a algún
familiar que vivía en el sur; sin embargo en cuanto contestó se dio
cuenta que nada malo había pasado, al menos no a alguien de su
entorno. La llamada era de un inspector de investigaciones, que
requería de sus servicios a esa hora de la madrugada. La mujer se
desperezó y se dirigió de inmediato a la ducha, pues una patrulla
pasaría a buscarla en quince minutos. Hacía tiempo ya que no le
tocaba ayudar a las policías, pues con el paso de los años sus
servicios eran cada vez menos requeridos; sin embargo de vez en
cuando pasaba algo extraño que requería el concurso de una médium
en una escena de crimen.
Tres
y cincuenta y cinco de la madrugada. La patrulla estacionó a la
entrada de una parcela a las afueras de la ciudad; el acompañante
del conductor, un policía muy joven, acompañó a la mujer hasta
donde estaba el inspector. La mujer sintió algo extraño al entrar a
la casa pero no le dio mayor importancia. El muchacho la acompañó
hasta la pieza principal, a la entrada estaba el inspector, y desde
la puerta se alcanzaba a ver una lona cubriendo un cuerpo, rastros de
sangre, y una imagen que incomodó a la mujer: en el suelo había
dibujado con un polvo blanco un pentagrama, el cual estaba
descontinuado. Antes que el policía dijera algo, la mujer preguntó
si el dibujo en el suelo estaba así cuando ellos llegaron, o alguno
de los policías había pasado por encima de él y con sus pies lo
había descontinuado; el hombre no respondió, y la mujer de
inmediato se dirigió a ver qué era lo que había pasado con el rito
efectuado.
La
mujer no entendía qué era lo que estaba pasando; en cuanto entró
al círculo de sal roto su visión se puso borrosa, empezó a
marearse y a sentirse como fuera de sí. Al perder el equilibrio pasó
a llevar la lona, y descubrió que bajo ella había un maniquí; al
caer al suelo apoyo su palma en una de las manchas de sangre y su
consistencia era similar a la de pintura fresca. La mujer miró hacia
el inspector, quien en ese momento cerró la puerta dejando a la
mujer a su suerte. Lo último que la médium alcanzó a notar fue un
agujero oscuro abriéndose frente a sus ojos.
El
policía subió a la patrulla acompañado de su hijo, un civil que
nada tenía que ver con el trabajo de su padre y que sólo había
actuado el papel que su progenitor le había ordenado. El policía
por fin respiraba tranquilo: había intercambiado su alma por la de
la médium para pagar su pacto de sangre con entidades del mal,
armando un escenario tal y como le habían indicado, dibujando con
sal un pentagrama inconcluso justo al centro del pentagrama dibujado
por fuera de la casa con tierra de cementerio lo cual lo hacía
invisible y apenas perceptible para aquella alma que ahora moraba en
la oscuridad más profunda de la creación.