El
hombre intentaba desperezarse frente a la pantalla del computador. La
noche anterior había empezado a leer un libro que lo tenía
cautivado por lo que recién lo había logrado soltar a las tres de
la mañana. Era tal el interés que la historia le había provocado,
que no le importó trasnochar con tal de avanzar lo más posible en
el relato. Definitivamente al menos para él, el autor era un
verdadero genio contando historias.
A
media mañana el hombre ya había bebido tres tazas de café cargado
en el trabajo, sin que ello le ayudara a superar el sueño que traía
desde su casa; tarde se había dado cuenta del impacto que tendría
en esa jornada la decisión de la noche anterior. Ahora no le quedaba
más que simplemente asumir las consecuencias, y seguir destrozando
su estómago a punta de tazas de café cargado para intentar no
quedarse dormido en su oficina. En ese momento una secretaria entró
a dejarle unas carpetas: cuando entró el hombre vio a la mujer
ataviada con una especie de sábana trasparente que dejaba ver su
cuerpo a través de los rayos del sol. Un segundo más tarde vio a la
mujer como realmente estaba vestida, con el uniforme de la empresa.
El
hombre estaba un poco preocupado. La visión de la secretaria
ataviada como un personaje de la novela lo había dejado algo
preocupado, pues ello quería decir que su cerebro no estaba
procesando adecuadamente la realidad. Dos minutos más tarde entró a
su oficina un ogro enorme y maloliente que empezó a gruñirle; cinco
segundos después el ogro se transformó en su jefe, quien lo
cuestionaba por un error de redacción en un informe entregado el día
anterior.
El
hombre había echado cuatro cucharadas de café a la novena taza,
necesitaba que su cerebro se reconectara rápido, pues las visiones
estaban durando cada vez más, lo que lo tenía realmente muy
preocupado. Cerca de la hora de colación habían entrado dos ninfas,
un ogro, un mago y dos soldados armados a su oficina; estos últimos
habían demorado casi tres minutos en dejarse ver como quienes eran
realmente, dos guardias de seguridad que le preguntaban repetidas
veces por el estacionamiento de su auto.
Luego
de almorzar y de la décimo octava taza de café, el hombre estaba
desesperado. Un unicornio, una bruja y dos prostitutas habían pasado
por su oficina; las últimas visitas habían demorado casi siete
minutos en dejarse ver de modo real, lo que lo tenía consternado,
pues ya se acercaba la hora de salida y sabía lo que venía en el
libro. El hombre fue al baño, encendió un cigarrillo y lo apagó en
la piel de su abdomen. Luego de gritar de dolor, repitió la
operación hasta que su piel no pudo más. Al volver a su oficina las
visiones por fin habían desaparecido; al final del día había
logrado vencer al sueño y volver a la realidad. Al salir del trabajo
todo estaba en calma y normalidad; al llegar a la esquina donde lo
detuvo un semáforo, escuchó un bramido enorme, y por un de los
espejos laterales vio aparecer un dragón que se dirigía
directamente hacia su vehículo. El peritaje de bomberos determinó
que el incendio del vehículo y la carbonización del cuerpo del
conductor fue debido a combustión espontánea.