El
hombre tosía bruscamente esa mañana. A sus sesenta años nunca
había presentado un episodio de tos de más de tres días; ahora
llevaba diez días tosiendo sin desgarro, lo que lo tenía bastante
incómodo. Tal como todo hombre que se precie de tal, había esperado
a que el episodio se le quitara solo, pero luego de tanta molestia
decidió finalmente hacer aquello que hasta ese momento nunca había
hecho: pedir hora con un médico.
La
profesional que lo recibió era una muchacha joven que tenía edad
para ser su hija; luego de tomar la historia y preguntarle otras
cosas que no parecían tener relación con la tos lo hizo pasar a la
camilla, le miró la garganta y le escuchó los pulmones. Una vez
terminó de escribir lo que encontró en el examen físico, la
doctora le dijo que su pecho sonaba como si fumara dos cajetillas
diarias desde hace cuarenta años, por lo que inmediato le solicitó
una resonancia de tórax para descartar fibrosis o eventualmente
cáncer.
El
hombre salió estupefacto de la consulta, pues jamás en su vida
había fumado, andaba en bicicleta los fines de semana, y podía
caminar kilómetros sin cansarse; de inmediato pensó que a la
doctora le faltaba experiencia, por lo que pidió de inmediato otra
hora, esta vez con un broncopulmonar, quien llegó a la misma
conclusión que la primera profesional: tenía los pulmones muy
dañados, y había que descartar fibrosis o cáncer.
El
hombre estaba sentado en una plaza a la salida de la segunda
consulta, tratando de entender qué estaba pasando. Salvo la tos seca
el hombre se sentía bien, sin ninguna complicación en su vida
diaria. Esa noche el hombre se dirigió al bar que frecuentaba
ocasionalmente, encontrándose con un incidental conocido a quien le
contó lo que le estaba sucediendo. El hombre lo miró y le dijo que
conocía a una especie de bruja que solucionaba casos extraños, que
no cobraba caro, y que aunque no creyera, le podía dar otra visión
de su problema. El hombre pensó un par de minutos: él no creía en
brujos, pero tampoco creía en los médicos, así que tomó el número
de teléfono, y a la mañana siguiente agendó una cita.
El
hombre llegó a una casa con colores casi electrizantes; al tocar el
timbre sonó una especie de melodía mexicana. Luego de algunos
segundos apareció una mujer obesa vestida casi como payaso por la
mezcla de colores y telas: en cuanto lo miró lo tomó de la mano y
lo metió a una especie de oficina recargadamente adornada, y sin
preguntarle nada empezó a pasar frente a él extraños adornos de
maderas de colores vagos.
El
hombre no entendía nada: de pronto sintió un extraño
estremecimiento, y de su pecho salió una imagen trasparente con un
cigarro en la mano, quien dijo palabras en un idioma desconocido para
luego desaparecer. En ese momento el hombre dejó automáticamente de
toser, para de inmediato recuperar su antigua normalidad. Mientras la
mujer le explicaba que una especie de fantasma fumador se había
apoderado de su pecho para poder seguir fumando en su plano de
existencia dado lo sano que él era, la entidad maligna salía de la
habitación para buscar a una nueva víctima para poseer, esperando
que en esta ocasión solamente consultara con médicos para dejarlo
tranquilo seguir fumando.