La
niña estaba en el primer lugar de la fila para entrar a la sala de
clases, pues en su colegio las ordenaban por estatura y ella era la
más pequeña del curso; también por estatura estaba sentada en la
primera fila de asientos, por lo que no podía hacer desorden como el
resto de sus compañeras. La pequeña estaba en uno de los colegios
más exclusivos de la ciudad, donde todos parecían nórdicos, menos
ella: la pequeña era morena, casi negra para los estándares de su
clase social. Su propia abuela materna le dijo desde chica que era
una negra fea, cosa que llevaba a su madre a enfrascarse en eternas
discusiones que no llegaban a ningún término. La pequeña había
crecido con esos comentarios, por lo que las bromas de sus compañeros
no le generaban conflicto alguno.
Esa
mañana había partido diferente. Hasta entrada la segunda hora de
clases nadie le había dicho nada; la pequeña estaba muy extrañada,
pero por fin lograba tener un día en paz. Un rato después llegó la
hora del primer recreo de la mañana, momento en que recrudecían las
bromas; sin embargo esa mañana nadie le dijo nada, dejando a la
pequeña hasta preocupada. En esos momentos decidió salir de dudas,
y se acercó a la niña que más la molestaba en su curso, y le
preguntó abiertamente qué estaba pasando: la niña la miró y de
le dijo que no sabía por qué, pero sentía que ese día no debía
molestarla. La pequeña no logró entender lo que estaba sucediendo,
pero decidió disfrutar su primera mañana en el colegio en paz.
La
abuela de la niña iba manejando hacia su empresa. La mujer no
entendía cómo su hija, mujer de alta alcurnia, se había enamorado
de un mestizo sin clase que había llegado a ensuciar los genes de su
familia. De pronto sonó su celular, el cual respondió con el
sistema integrado del vehículo que manejaba: su hija la estaba
llamando, pues le habían pedido del colegio que fuera de inmediato,
que algo malo le pasaba a su hija, pero ella estaba atascada en un
taco sin salida. La mujer a regañadientes le dijo a su hija que no
se preocupara, que ella iría a ver qué le sucedía a su nieta.
Al
llegar al colegio se encontró con el lugar rodeado de policías; al
identificarse, la hicieron pasar de inmediato. La mujer preguntó
asustada qué pasaba con la pequeña; el oficial a cargo no le
respondió, y simplemente la llevó a la reja de la entrada. A través
de ella se veía a tres hombres tirados en el suelo, con armas de
fuego a los lados de sus cuerpos; del otro lado del patio, un gran
grupo de pequeños y profesores estupefactos. Al ver al medio de
ambos grupos descubrió a su nieta que la saludaba moviendo la mano,
sonriendo: de su espalda salía un enorme par de alas negras que
parecían estar cubriendo a todos sus compañeros y profesores.
Mientras tanto en su vehículo, en que se había quedado encendida la
radio, el locutor anunciaba una canción muy antigua, como parte de
un recuerdo: Angelitos negros, de Antonio Machin.