La
secretaria trataba de contener su rabia. Esa mañana varias veces su
jefe la había gritoneado por errores de otras personas, lo que ya la
tenía completamente desencajada. La mujer era la amante de su jefe,
la vida sexual que llevaban era extremadamente placentera y plena,
pero la vida laboral se estaba convirtiendo en un asco.
A
las once de la mañana su jefe la llamó por octava vez; antes que
empezara a retarla la mujer le pidió que se sincerara pues le
parecía extraño tanto mal trato. El hombre bajó la mirada, y
murmuró que había decidido dejarla, pues su esposa había quedado
embarazada y quería retomar la vida familiar. La mujer no respondió,
simplemente salió de la oficina y siguió haciendo su trabajo. Ese
día su jefe no la volvió a citar a su despacho.
Esa
noche la mujer fue a su bar favorito; diez minutos más tarde una
mujer añosa se sentó a su lado con cara de cansada. La secretaria
le contó a la mujer lo que le había pasado esa mañana; la mujer
cerró los ojos y al abrirlos le dijo que la esposa de su jefe había
conseguido a una bruja más poderosa que ella, que había desecho el
amarre que ella había hecho tres años antes, y que ahora la esposa
con la otra bruja estaban en control de la situación. La mujer bebió
un largo sorbo de su vaso, le pasó un sobre cerrado a la bruja y
llamó al mesero para pagar su cuenta.
A
la mañana siguiente la mujer llegó sin aspavientos al trabajo.
Durante todo el día su jefe no la llamó, tónica que se mantuvo por
toda una semana. Al octavo día su jefe la llamó antes de la hora de
salida: le preguntó a la mujer cómo estaba, a lo que la secretaria
respondió que bien, que ya todo estaba olvidado. Antes de
despedirse, la mujer rozó suavemente el antebrazo de su ahora ex
amante.
La
vida siguió su curso, el embarazo de la esposa del jefe siguió su
evolución normal, y una vez cumplido el plazo, la mujer empezó con
síntomas de parto. De inmediato el hombre la subió a su auto para
llevarla a la clínica donde estaba programado el parto junto con su
ginecólogo. Algunas horas más tarde la mujer estaba pariendo a su
hijo; todo partió bien, pero en cuanto la cabeza del feto se encajó
en el canal de parto la mujer empezó a gritar desesperadamente,
mientras empezaba a manar sangre por dos extremos de la vagina. La
matrona metió la mano para asir la cabeza del feto: en ese instante
la profesional se dio cuenta de algo extraño en ese parto, por lo
que hizo llamar urgente al ginecólogo.
El
padre esperaba nervioso en la sala de pos parto; el hombre había
escuchado unos gritos horrendos que venían de la sala de parto pero
no se había atrevido a entrar, pues le tenía asco a la sangre y a
casi cualquier secreción. Media hora más tarde el ginecólogo salió
de la sala de parto con su tenida ensangrentada y cara de malas
noticias. El médico le dijo al padre que el bebé estaba bien, pero
que tenía una deformidad anatómica que no lograron descubrir en los
controles y que había complicado el parto. Luego de ello el
profesional le dijo al padre que la deformidad de su bebé le había
provocado una hemorragia enorme a la madre al romper el canal de
parto que la tenía en esos momentos entre la vida y la muerte por la
gran pérdida de sangre secundaria a las lesiones. Cuando el hombre
preguntó qué deformidad era, el médico guardó silencio y lo llevó
a una salita donde una matrona tenía al bebé en brazos. Al
descubrirlo, vio que en la cabeza del bebé había un par de
voluminosos cuernos que salían de cada lado de la cabeza. A un par
de kilómetros de distancia, la secretaria y la bruja brindaban por
el bebé recién nacido, que terminó siendo más cornudo que su
propia madre.