Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, junio 02, 2024

Fisico

 El anciano se mantenía haciendo actividad física todos los días hábiles de la semana. Desde adulto joven se había acostumbrado a hacer flexiones de brazos y sombra de boxeo, conducta que había mantenido por décadas y pretendía seguir manteniendo. El hombre tenía claro que lo que hacía jamás le podría servir para meterse en una pelea o defenderse de un asalto, y que tampoco era suficiente para mantener una buena salud cardiovascular; sin embargo el mantener dicha escasa actividad lo hacía sentirse más vivo y hasta algo más sano.

El hombre seguía una rutina fija de repeticiones diarias, sin subir ni bajar la cantidad de ejercicios ni la intensidad; hubo un tiempo en que el cansancio lo venció y se detuvo por un par de semanas, pero la fuerza de la costumbre lo obligó a retomar su actividad de costumbre. El anciano era un animal de costumbres, y por ello no podía dejar de hacer lo que la costumbre le indicaba.

Esa tarde el hombre fue a una tienda a comprar una chaqueta; le pidió al dependiente la talla de siempre, y esperó a que se la trajeran. El vendedor apareció un minuto después con una prenda dos tallas mayor a la que había pedido; el hombre se molestó, pero simplemente la tomó y se la puso para enrostrarle el error al vendedor. Grande fue su sorpresa al ver que la prenda le quedaba casi ajustada; el vendedor lo miró, y de inmediato fue e buscar otra talla más, para comodidad del comprador. El anciano no entendía nada.

Dos semanas después el hombre había pedido hora con su geriatra, pues luego del problema con la chaqueta había ido a comprar camisas y pantalones, encontrándose con la misma sorpresa: había crecido. El médico lo miró extrañado al entrar a la consulta, y luego de conversar brevemente lo hizo subir a la báscula: el hombre había subido diez kilogramos, y lo que era más extraño, su estatura había aumentado en cinco centímetros. De inmediato el geriatra ordenó una serie de exámenes hormonales e imágenes de la base del cráneo, sospechando un tumor hipofisario. El sorprendido en el control fue el médico al encontrar todos los exámenes normales.

El anciano no podía entender lo que le estaba pasando, día tras día aumentaba su peso en masa muscular y su estatura se encumbraba al menos un centímetro por día, cuando no era más. El hombre ya no sabía dónde buscar ayuda, había dejado de hacer actividad física y pese a ello seguía ganando masa muscular y estatura. Esa tarde iba cavilando por la calle tratando de encontrar respuestas: de pronto una van se detuvo a su lado, de la cual salieron tres tipos enormes que lo golpearon violentamente en la cabeza y lo subieron al vehículo.

El anciano despertó mareado en una habitación pobremente iluminada, rodeado de gente con tenidas como de monjes con las capuchas puestas. Sin mediar preámbulo alguno, una de las personas abrió por la fuerza su camisa y atravesó su tórax con una daga de treinta centímetros, causándole una muerte casi instantánea. Al salir el alma del cuerpo, notó que junto a él salía otra alma, de color negro y sin forma humana. La persona que lo había asesinado sacó una suerte de botella, y luego de recitar un par de frases en un idioma desconocido, hizo que el alma negra quedara capturada en la botella. Finalmente la persona movió la daga en el aire haciendo formas extrañas, luego de lo cual el alma del anciano volvió al cuerpo: el anciano fue cargado por los mismos tres que lo habían secuestrado, dejándolo media hora más tarde en el mismo lugar en que lo habían tomado. El anciano se abrió la camisa y vio en su pecho una cicatriz casi imperceptible. Al pasar por un edificio de vidrio, vio que había recuperado su estatura y masa muscular. El anciano dio las gracias mirando al cielo; al otro lado de la ciudad, el culto satánico había logrado capturar al ente que necesitaban para iniciar la conquista del mundo, y que por error habían enviado al cuerpo del inocente anciano.