El
anciano podaba con tranquilidad los rosales de su antejardín. El
hombre había heredado la casa de sus padres, quienes antes de partir
le dijeron encarecidamente que debía cuidar de las rosas porque
ellas eran el alma de la vivienda. El hombre por tanto siempre le
dedicaba tiempo a regarlas, echarles suplementos nutricionales a la
tierra, podarlas y arreglarlas regularmente; de hecho cada día al
menos pasaba media hora vigilando los rosales, para que no tuvieran
ninguna plaga y que la tierra estuviera lo suficientemente bien
mantenida para que las rosas se convirtieran en eternas. La única
pena que tenía es que su hijo no mostraba interés en el jardín,
por lo que probablemente las rosas morirían con él, o poco tiempo
después de su partida.
Esa
noche su hijo fue a verlo por su cumpleaños, al cual asistieron
algunos amigos de universidad y ex compañeros de trabajo que aún
quedaban vivos. La celebración estuvo entretenida y bastante regada,
por lo que muchos tuvieron que llamar a hijos o nietos para que los
fueran a buscar; sin embargo su hijo decidió quedarse esa noche con
su padre, pues hacía mucho tiempo que no lo veía, y esa tarde se
dio cuenta de todo lo que lo echaba de menos. Luego de avisarle a su
esposa, se sentó a la mesa con el anciano a recordar su vida juntos,
y a seguir bebiendo lo que quedaba de vino. Cerca de las dos de la
mañana ambos hombres se fueron a acostar bastante mareados.
Tres
y media de la mañana. Cuatro amigos de lo ajeno saltaron la reja de
la casa y empezaron a forzar la puerta del lugar. Una antigua asesora
del hogar les contó que la casa estaba llena de cosas valiosas por
lo que valía la pena asaltarla de noche. Los cuatro hombres iban
armados, por lo que no les costaría reducir al dueño de casa; de
todos modos los hombres iban dispuestos a todo con tal de apoderarse
de los objetos de valor del lugar, por lo que matar al propietario
estaba dentro de sus posibilidades.
El
hijo del dueño de casa sintió ruidos por lo que decidió levantarse
a ver qué estaba pasando. El hombre le avisó a su padre quien no se
inquietó, dándose la vuelta en la cama para seguir durmiendo. El
hombre bajó del segundo piso: al llegar al primer piso se encontró
de frente con los ladrones quienes de inmediato lo apuntaron. De
pronto los dos hombres que venían atrás gritaron de dolor y
desaparecieron bruscamente. Uno de los que ya estaba dentro de la
casa se dio vuelta para ver qué estaba pasando; luego de gritar un
par de improperios gritó también de dolor y desapareció por la
puerta. El último asaltante miró hacia afuera, palideció, y buscó
una puerta posterior de la casa para huir despavorido. El hijo del
anciano se asomó al antejardín y vio con horror cómo los rosales
habían lanzado una suerte de tentáculos llenos de espinas con los
que habían capturado a los ladrones para luego hundirlos en la
tierra y empezar a convertirlos en abono para sus propias raíces. A
partir de ese momento el hijo del dueño de casa empezó a comprar
libros de jardinería para saber cómo cuidar los rosales que en
algún momento heredaría.