El
trabajador estaba preparando la mezcla para seguir elevando la
muralla. Esa mañana de invierno no estaba lloviendo, pero las bajas
temperaturas habían hecho mella en muchos de sus compañeros de
trabajo que no se habían aparecido por la obra, algunos por síntomas
respiratorios, otros por tener a sus hijos enfermos, y uno que otro
que había sido vencido por la flojera y el frío, y que deberían
buscar durante el día el modo de justificar la inasistencia, ya
fuera pagando por una licencia médica falsa, o inventando una
historia lo suficientemente creíble como para no necesitar
justificación.
El
jefe de la obra subió al piso en que estaba el trabajador, porque
otro de los obreros le dijo que había algo raro con el albañil. Al
llegar donde el hombre estaba trabajando no notó nada raro; al bajar
al piso inferior el otro obrero le dijo que subiera de nuevo y se
fijara en el alto de la muralla. A regañadientes el hombre volvió a
subir, y se encontró con que la muralla había subido medio metro
entre que bajó y subió nuevamente la escalera. De inmediato
empezaron las bromas para el albañil, que diera el dato de las
vitaminas, que si seguía trabajando así dejaría a todos cesantes,
y otro sinfín de ocurrencias. Sin embargo el albañil no parecía
escuchar a nadie, y simplemente seguía trabajando febrilmente,
haciendo crecer los muros del piso.
Media
hora más tarde el albañil había terminado los muros del piso y
esperaba a que es resto del equipo terminara de instalar la losa para
empezar con los muros del piso siguiente. Sus compañeros de trabajo
no entendían cómo un trabajador sin ayuda había podido terminar
tan rápido todo ese trabajo. De pronto uno de sus compañeros se
acercó a hablarle, sin obtener respuesta; al mirarlo con cuidado se
dio cuenta que su piel se veía grisácea, como si estuviera enfermo.
En ese instante uno de ellos tocó su cara: de inmediato todos
corrieron a buscar al jefe.
El
dueño de la empresa estaba llegando a su oficina pues tenía una
reunión con inversionistas esa mañana; al llegar al hall de la
entrada se encontró con todos los trabajadores de su última obra
esperándolo. El jefe de obra le explicó al dueño todo lo que había
pasado, y que cuando le tocaron la cara se le había salido una parte
de la cara como si fuera una estatua de arcilla. El empresario no
sabía cómo les explicaría que el albañil era un golem, ni cómo
les podría hacer entender qué era un golem, de su creación, y que
era un simple experimento para poder reemplazar a sus empleados por
esclavos de arcilla.