El
anciano caminaba a paso firme hacia el almacén de la esquina a
comprar el pan para el día. El hombre en su juventud había peleado
en el último año de la segunda guerra mundial, por lo que siempre
mantuvo la marcialidad en su vida. La guerra marcó toda su
existencia para bien, pues hizo de él un hombre tranquilo, prudente
y sensato, que pensaba las cosas para actuar en vez de reaccionar;
eso le había permitido llevar una buena vida sin tantos sobresaltos,
y le había dado las herramientas para enfrentar todas las crisis de
su existencia y las de su familia. Ahora, en el ocaso de su vida,
miraba su pasado con orgullo.
El
hombre salió del almacén, emprendiendo el camino de vuelta a casa.
De pronto se dio cuenta que una enorme ave negra, de más de un metro
de envergadura, volaba cerca de él. El hombre se detuvo: cinco
segundos más tarde el ave aterrizó a su lado y lo miró fijamente.
El hombre se acercó sin miedo, y aproximó su mano a la cabeza del
ave, quien tampoco se asustó, y recibió con tranquilidad la caricia
de la vieja mano en su brillante cabeza. Luego del contacto, el ave
emprendió vuelo. Quince minutos más tarde, cuando el anciano llegó
a la entrada de su edificio, se encontró con el ave parada en el
jardín anterior. Al entrar le preguntó al conserje si sabía qué
ave era esa y si era de algún residente por lo bien cuidada que se
veía. El trabajador le respondió que parecía ser un cuervo, y que
no pertenecía a nadie del edificio.
El
hombre subió en el ascensor a su departamento ubicado en el octavo
piso. Al entrar fue al dormitorio a contarle a su esposa lo que le
había pasado. La mujer lo escuchó con paciencia pero no le creyó
nada, pues hacía algunos meses que su memoria se había empezado a
echar a perder, y no le extrañaba que pudiera estar presentando
alucinaciones. El hombre fue a la cocina a dejar la bolsa con el pan;
al volver al comedor y mirar hacia el exterior, vio que en la baranda
de su terraza estaba parado el cuervo mirándolo fijamente.
La
mujer estaba sentada a los pies de su cama viendo una telenovela. De
pronto escuchó un golpe seco en el comedor; la mujer llamó a su
marido quien no le respondió. De inmediato la mujer se puso de pie y
abrió la puerta del dormitorio, encontrando el cuerpo de su marido
botado en el suelo, con una sonrisa. Luego de intentar despertarlo
infructuosamente, le puso dos dedos en el cuello para buscar su pulso
sin encontrarlo; luego de ello miró su tórax y se dio cuenta que el
hombre ya no respiraba. La mujer se largó a llorar amargamente: su
esposo, recién cumplidos los ciento dos años, la había dejado para
seguir su camino hacia el más allá. Mirando la escena estaba el
alma del hombre quien intentó acariciar la cabeza de su esposa,
siendo detenido por el cuervo, quien ahora tenía la forma de una
mujer, y cuya misión era llevar de vuelta al cielo a los guerreros
que terminaban sus días. Algunos le decían Morrigan, en otras
partes era conocida como Morigo: a ella no le importaba su nombre,
sino simplemente cumplir su misión. En la terraza quedaron dos
plumas que luego se disolvieron con el viento.