El
escultor estaba concentrado en la escultura que estaba creando. El
artista de vasta experiencia estaba acostumbrado a trabajar con un
sinfín de materiales, y para esa creación había decidido utilizar
el mármol, una piedra noble que le daría espectacularidad a su
trabajo, el cual consideraba el más importante de su carrera. De
hecho cada vez que empezaba una nueva escultura, esa se convertía en
la obra más importante de su carrera, al menos hasta comenzar la
siguiente.
La
pieza de mármol era enorme, medía casi dos metros de altura por un
metro de ancho y de fondo, por lo que costaba bastante intentar
moverla; por ello el artista debía circular alrededor de ella para
hacer el trabajo. El hombre había decidido hacer una escultura de
una persona, y mientras pensaba en las características que tendría
el personaje, estaba dedicado a desgastar la pieza y empezar con la
forma de humano que debería lograr con el paso del tiempo. Luego de
varios días martillando y cincelando, el hombre decidió que había
terminado es desgaste y había llegado el momento de darle paso al
artista.
El
escultor estaba trabajando ensimismado, sin casi darse cuenta de lo
que hacía con le pieza de mármol. De pronto empezó a notar una
forma conocida pero que no lograba reconocer del todo. Al darse
cuenta del progreso de su trabajo no planificado, tomó la acción
más arriesgada que podía en ese momento: seguir esculpiendo
instintivamente. El problema que tenía era que si el resultado no
era de calidad perdería la materia prima que era carísima: sin
embargo su instinto le decía que en esa oportunidad valía la pena
la improvisación. De todos modos debería darse prisa, pues se dio
cuenta que se le estaban empezando a dormir los pies.
El
escultor trabajaba casi frenéticamente. La piedra adquiría a cada
instante la forma de un hombre en posición de trabajo; era tanto el
ímpetu que pnía en cada cincelada que poco a poco sentía cómo su
cuerpo empezaba lentamente a dormirse; sin embargo no podía para de
esculpir: la pieza que estaba logrando era simplemente maravillosa.
El
taller de la nada quedó en silencio, el martillo ya no golpeaba el
cincel y los restos de mármol ya no caían al suelo. Al medio de la
sala destacaba una estatua de mármol de un escultor trabajando una
obra. Frente a él había otra estatua de un escultor de pie mirando
al infinito: de pronto dicha escultura empezó a tomar color, hasta
adquirir los colores de una persona viva, que en ese momento empezó
a moverse sin entender qué era lo que estaba sucediendo. Por su
parte la estatua del escultor trabajando intentaba entender por qué
se había convertido en su obra de arte y su obra había cobrado vida
al terminar su trabajo.