El
músico estaba cansado esa noche. Eran las tres de la mañana y ya
llevaba cerca de dos semanas trabajando en una idea para hacer una
nueva composición para cuarteto de cuerdas; sin embargo, luego de la
idea inicial, su mente parecía haberse bloqueado y ya no era capaz
de avanzar en la composición. El hombre miraba con desdén su
violoncelo, a ver si su instrumento le daba alguna idea para
continuar creando.
A
las cuatro y media de la mañana el hombre se dio por vencido, dejó
el teclado eléctrico, el software de composición, apagó el
computador y se sentó frente al televisor a pasar canales para
distraerse un poco. Al encender el televisor se encontró con un
programa de un canal cultural donde mostraban la leyenda del
compositor clásico Giuseppe Tartini que según la historia había
hecho un pacto con el diablo para componer la pieza perfecta,
conocida luego como “el trino del diablo”, una sonata para violín
en sol menor muy conocida en su medio. El hombre apagó el televisor
y se puso a pensar seriamente, dentro de su cansancio y su agobio,
que no era tan mala la idea de hacer un paco con el diablo para
lograr su cometido. Cinco minutos más tarde había encendido
nuevamente su computador en busca de instrucciones.
Ocho
de la mañana. El teléfono de un viejo violinista sonaba sin cesar.
Luego de salir de la habitación para dejar dormir a su señora, el
añoso músico se dirigió al living de su hogar a contestar la
llamada. Del otro lado del teléfono el compositor le contaba
asustado al violinista lo que había hecho; el anciano, conociendo a
su discípulo y amigo, le pidió que sacara una fotografía de lo que
según él era su invocación al diablo. Luego de recibir en su
celular la fotografía el anciano se echó a reír, y llamó de
vuelta al compositor para explicarle que su intento no iba a resultar
si la invocación la hacía con una estrella de seis puntas y no con
una de cinco. El anciano calmó a su amigo, le dijo que dejara todo
como estaba, que nada pasaría, y que se acostara a dormir para
descansar su mente y su cuerpo, y que al despertar desarmara todo el
burdo intento que había hecho y con la mente más limpia intentara
retomar la composición. Terminada la llamada el compositor miró lo
que había hecho, se largó a reír y simplemente se acostó.
Cinco
horas después el músico se despertó lleno de ideas. Sin siquiera
lavarse los dientes encendió el computador y vio cómo su mente
parecía haber soñado la partitura que ahora manaba de su cerebro.
El hombre creyó que su amigo se había equivocado, y que de verdad
había logrado el pacto con el diablo para componer su pieza
perfecta. Tras él, un ángel vigilaba que las notas que había
puesto en la mente del hombre fueran las que transcribía en la
partitura. Daba lo mismo lo que el músico creyera, o el nombre que
le colocara a la pieza, lo importante era que el mundo recibiera esa
música sagrada de algún modo.