El
pintor había terminado de preparar la tela para empezar con la nueva
pintura que le habían encargado. El artista era un reconocido pintor
dedicado a las naturalezas muertas, y su obra era bastante solicitada
en todo el continente, por lo que podía darse el lujo de vivir de su
arte. En esa ocasión una añosa diseñadora de modas retirada lo
había llevado a su mansión para que pintara un cuadro de una
extraña planta con forma de enredadera con espinas y una enorme flor
que parecía de color rojo deslavado. La planta estaba ubicada en un
gran macetero blanco de un material que parecía cerámica que por su
peso no podía ser movido de donde estaba colocado, en un rincón de
un pequeño invernadero al lado de la edificación mayor.
El
pintor empezaba a mezclar colores en su paleta. El artista había
decidido pintar sólo la planta y el macetero, para luego hacer un
fondo negro en el que destacara el objeto del cuadro. Extrañamente
el hombre no lograba dar con el color exacto de la enredadera para
empezar a pintar, pues cuando creía que lo tenía listo, al
compararlo notaba que estaba más brillante que el real, por lo que
debía empezar el proceso de nuevo.
Dos
horas después el artista no daba con el color. Cansado, el hombre
decidió tomar una foto de alta resolución de la enredadera, y hacer
el color en base a esa imagen. Grande fue su sorpresa al terminar de
hacer la nueva mezcla, que el nuevo color nuevamente era más
brillante que la enredadera real. Al comparar el color de la
fotografía con la planta, se dio cuenta que efectivamente la planta
parecía estar decolorándose frente a sus ojos. En ese instante
sintió un fuerte pinchazo en uno de sus tobillos, luego de lo cual
una fuerza desconocida y enorme lo lanzó al suelo desde el mismo
tobillo.
El
mayordomo se dirigió al invernadero a ver si ya todo había
terminado. Al llegar encontró el atril y las pinturas desparramadas
por el suelo, rastros de sangre sobre la tierra, trozos de ropa del
pintor ajados y botados por doquier. En el macetero la planta se veía
de colores vivos, y la flor estaba de un rojo carmesí que llegaba a
iluminar todo el invernadero, Tras el mayordomo entró la diseñadora
completamente desnuda; la añosa mujer sacó la flor de la planta,
bebió su rojo néctar, y frente a los ojos del mayordomo rejuveneció
cerca de cincuenta años de una sola vez. El anciano hombre empezó a
limpiar los despojos, y tal como cada cincuenta años, se cuestionaba
si valía la pena tener que limpiar a la planta que absorbía la vida
de los artistas para rejuvenecer a su dueña solamente para ver ese
breve espectáculo.