Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, diciembre 08, 2024

Mareo

El hombre despertó confundido con el horrible sonido del despertador, que le indicaba que el breve descanso nocturno había terminado, y que había llegado la hora de levantarse para volver a producir y crear los medios para financiar la vida. En cuanto se sentó en la cama, un extraño mareo lo desestabilizó, dejándolo preocupado acerca de su salud. Luego de bañarse, vestirse y desayunar, el mareo seguía tal cual.

El hombre llegó a su trabajo, mareado. De inmediato se dirigió a la enfermería donde le tomaron los signos vitales, encontrándose completamente normal; sin embargo al salir del lugar y presentarse en su lugar de trabajo persistía mareado. El mareo no era tan severo que le impidiera deambular o hacer sus actividades cotidianas; sin embargo, era lo suficientemente persistente como para desconcentrarlo de vez en cuando al pararse o sentarse más rápido que de costumbre.

A la hora del almuerzo el hombre seguía mareado. Luego de comer se dirigió de vuelta a su oficina, para buscar por internet algún médico que lo viera esa misma tarde para pedirle exámenes u orientarlo. En ese momento una muchacha recién llegada de la empresa de aseo, de origen haitiano, lo quedó mirando algo asustada, y de inmediato se dirigió a su casillero, casi como movida por una fuerza sobrenatural.

El hombre estaba sentado en su escritorio buscando alguna hora médica; en ese momento sintió un fuerte olor a tabaco, cosa extraña pues estaba prohibido fumar en las oficinas. De pronto vio entrar a la muchacha de aseo con un enorme habano en su boca, y sin mediar provocación aspiró con fuerza para luego lanzarle todo el humo al rostro del oficinista. En menos de un minuto llegó un guardia quien increpó a la muchacha por estar fumando en el lugar y molestando a los empleados. El oficinista se puso de pie y le dijo al guardia que entendiera a la muchacha, que estaba recién llegada y todavía no entendía bien el idioma; ese fue su modo de agradecer a la joven que le quitó el mareo instantáneamente. La joven bruja agradeció en un pobre y mal pronunciado castellano al oficinista, a quien liberó de la entidad que se había metido por la cabeza en su cuerpo y había desplazado un poco su alma, provocando el mareo persistente del hombre. Ya llegaría el momento de volver a su hogar para investigar cómo había llegado esa entidad a él, o quién se la había enviado.

domingo, diciembre 01, 2024

Mensaje

Esa mañana el teléfono no paraba de sonar, pese a ser apenas las ocho de la mañana. Las llamadas eran de distintos números, todos llamaban, saludaban, y luego se quedaban en silencio. El hombre estaba empezando a incomodarse, pues el patrón era idéntico. En algún momento llegó a pensar que algún enemigo lo estaba molestando, hasta que recordó que en su simple existencia no existían los enemigos, por lo que desechó de inmediato esa idea.

Las llamadas siguieron repitiéndose esa mañana; el hombre no sabía qué pensar, pues tampoco se parecían a las típicas llamadas comerciales que todos hemos recibido alguna vez. El hombre ya estaba cansado de responder el teléfono para nada. A las nueve de la mañana, algo cambió en el patrón.

El hombre se dio cuenta que algo se había agregado a las llamadas; la voz saludaba, decía una palabra, y luego se quedaba en silencio. Recordando las películas de espías y enigmas que tanto le gustaban, empezó a escribir las palabras a ver si hilaban alguna suerte de mensaje.

Diez y cincuenta y ocho de la mañana. El hombre temblaba de pies a cabeza, sus manos sudaban y su mente funcionaba a mil por hora. La loca idea que tuvo dio una frase que en un principio no tenía tanto sentido, hasta que entendió que se estaba repitiendo, y que el inicio no era el que él creía; al darle el orden correcto, el hombre palideció. Ahí, frente a sus ojos, el papel rezaba “a las once con cinco te iremos a buscar, a nuestro oscuro reino nos acompañarás, nada hay que hacer para romper el destino, lee este mensaje con mucho tino”. El hombre entendía que a las once con cinco algo pasaría, al llegar las once, su vista se oscureció, una sensación de opresión el pecho apareció de la nada botándolo al suelo: en ese momento una entidad, acompañada de cinco entidades más, se apareció ante su vista sonriendo.

domingo, noviembre 24, 2024

Edificio

El hervidor eléctrico sonaba en la mesa de la oficina, avisando que el agua había empezado a hervir; diez segundos más tarde sonó un click y se apagó la luz del aparato, avisando que el agua estaba lista para el café de la mañana. Sin embargo, nadie se acercó a usar el agua recién hervida.

La impresora estaba terminando de imprimir los documentos enviados. Todo estaba ordenado en la bandeja de salida, las hojas de hecho aún estaban tibias luego de pasar por los mecanismos del moderno aparato. El tenue zumbido del carro de impresión estaba llegando a su fin, y todo el trabajo enviado estaba listo. El tiempo siguió su curso, y nadie fue a buscar los documentos impresos.

El pasillo donde estaba el lector de huellas digitales para el registro de entrada y salida estaba aún vacío. En diez minutos el lugar se llenaría de gente ansiosa por terminar luego su estadía en el trabajo y partir a sus domicilios a seguir con su vida familiar y personal interrumpida nueve horas al día para ganarse el sustento y poder financiar el resto del tiempo. Media hora más tarde nadie había llegado a macar la salida del edificio.

Las puertas automáticas tenían sus sensores activados para abrirse ante la llegada o salida de cualquier persona. Los ascensores tenían todos sus sistemas hidráulicos listos para funcionar en cuanto alguien accionara el botón de llamado. Las escaleras mecánicas tenían un movimiento leve en espera que alguien pasara frente a sus sensores para aumentar la velocidad de subida o bajada. Ni las puertas, ni los ascensores, ni las escaleras mecánicas habían funcionado ese día.

Ese día el edificio corporativo no había registrado movimiento alguno. Todos en le mañana habían entrado a sus trabajos normales, pero en el transcurso del día habían desaparecido en el aire, como si nunca hubieran existido. El edificio era la sede de un culto religioso que creía firmemente en el rapto de todos los creyentes antes del principio del fin de los tiempos. El líder del culto había decidido que ya era el tiempo del fin de los tiempos, e instaló miles de trampas con veneno que al ser inhalado sería suficiente para acabar con la vida de todos. Una vez las cámaras de seguridad mostraron que estaban todos sin vida, un ejército de seguidores que estaban escondidos en el subterráneo salieron, tomaron los cadáveres, y los bajaron a los subterráneos donde fueron convenientemente incinerados. En ese momento el líder religioso anunciaba por conferencia de prensa que todos los trabajadores habían sufrido el rapto, lo que confirmaba el inicio del apocalipsis. La psicosis colectiva se empezaría a encargar del resto de los eventos.

sábado, noviembre 16, 2024

Despedida

El hombre recogía sus cosas en su habitación, cabizbajo, Luego de treinta años de matrimonio había llegado la hora de partir, lo que le dolía inconmensurablemente. La decisión no había pasado ni por él ni por su esposa, simplemente las cosas habían sucedido porque el destino lo había definido así, y no quedaba más que acatar los hechos de la vida.

El hombre miraba con tristeza todo lo que estaba dejando atrás. La casa estaba llena de recuerdos, de hecho la misma casa era un recuerdo importante en su realidad; en ella había vivido los mejores años de su vida con la mejor mujer que le pudo haber tocado, había criado sus hijos hasta que decidieron partir a crear sus propios futuros. En esa casa había vivido reuniones familiares llenas de amor, compañía y empatía, había conocido a sus nietos, pero principalmente había compartido su existencia con su compañera de vida, a quien no quería dejar pero debía. En ese momento había pensado en quedarse y negarse a la realidad, pero en su fuero interno sabía que ello era imposible.

La maleta estaba media de cosas y repleta de recuerdos. El hombre intentaba llenarla lento, pero sabía que en algún momento debería cerrarla junto con esa vida que había disfrutado hasta ese entonces; el hombre deseaba esperar a su esposa para decirle por última vez que la amaba, pero no estaba seguro si ello empeoraría las cosas. Tal vez era mejor partir sin que ella lo viera por última vez; tal vez él podría esperar escondido para poder verla por última vez, sin hacerla sufrir. En ese momento el hombre escuchó abrirse la puerta de entrada, señal inequívoca que el momento del adiós había llegado.

La mujer entró a la casa acongojada. Iba abrazada de sus hijos quienes le ayudaban a contener la pena. La mujer dejó a los muchachos en el comedor mientras iba a la cocina a calentar agua para servirles una taza de té. La mujer pasó frente a un espejo en el pasillo, en él vio su imagen demacrada vestida de negro. El funeral de su esposo fallecido de un infarto tres días atrás había dejado un agujero que no podría cerrar en el corazón. Luego de colocar la tetera al fuego se dirigió al dormitorio; al entrar sintió el olor del perfume de su marido. Sobre la cama una rosa roja, su flor favorita, le daba la despedida del amor de su vida quien ya iba camino a donde le correspondía ir.

domingo, noviembre 10, 2024

Llamada

El hombre miraba nervioso e teléfono fijo de su oficina, pues esperaba una llamada importante que no llegaría por su celular. La llamada era importante dentro de su trabajo pero no tanto dentro de su vida personal; sin embargo desde pequeño su familia le había inculcado la responsabilidad como valor central en su existencia, por lo que la llamada en ese momento era casi imprescindible para él.

Dos horas más tarde el hombre seguía mirando el teléfono. El aparato tal y como siempre seguía inerte sobre la mesa listo a funcionar cuando correspondiera. La ansiedad estaba empezando a mellar el ánimo del hombre quien necesitaba la llamada para terminar con una de sus tareas asignadas; uno de sus mayores temores era que su jefatura le exigiera esperar la llamada hasta que llegara y ello prolongara su estadía en el lugar de trabajo y atrasara su vuelta a casa para poder compartir el tiempo que le daba a su esposa e hija.

Media hora faltaba para la hora de salida y la llamada aún no llegaba. El hombre seguía mirando nervioso el aparato, el cual ya parecía tener vida y estar mirándolo risueño, agradado tal vez por verlo sufrir en espera de una llamada que había llegado hace horas pero que el teléfono no había querido dejar pasar. La mente del hombre se estaba convirtiendo en su peor enemiga, haciéndolo pensar cosas que racionalmente sabía que no podían suceder.

La hora de salida había llegado, y el aparato no sonaba. El hombre miraba resignado el teléfono esperando una llamada que jamás llegaría. Una semana antes el hombre estaba esperando la misma llamada, la cual llegó y le ordenó armar las cabezas nucleares y lanzarlas contra el enemigo. El hombre se negó, y su compañero de trabajo la voló la cabeza de un balazo, para luego saber que se trataba sólo de un simulacro. Desde ese momento su alma quedó estancada en el lugar esperando ahora la llamada de la eternidad para abandonar el lugar y seguir su camino; sin embargo, del otro lado de la línea pretendían dejarlo esperar algún tiempo para que entendiera lo que le faltó por hacer antes de seguir con el camino natural de su alma.

domingo, noviembre 03, 2024

Barba

 El hombre acariciaba su canosa barba mientras pensaba. Desde que dejó crecer su barba adquirió la costumbre de acariciarla cada vez que pensaba en lo que fuera; parecía que sus neuronas se activaran en cuanto sus manos resbalaban por los largos cabellos que colgaban de su rostro. De hecho el hombre no lograba imaginar cómo había sido capaz de pensar sin su barba, ni cómo podría hacer trabajar su mente si es que no tuviera dichos cabellos en su mentón. El hombre sabía que era una estupidez, pero la fuerza de la costumbre adquirida primaba en ese caso.

El hombre iba caminando raudo de vuelta del trabajo a su hogar, pues esa tarde jugaba su equipo de fútbol favorito y esperaba poder ver el partido en paz.; al doblar la esquina vio a una pareja de abuelitos desesperados en la calle, mientras eran rodeados por algunas señoras de distintas edades. Al acercarse al lugar se dio cuenta que la casa de los ancianos se estaba incendiando; al pasar frente a la puerta vio cómo la señora se abalanzaba sobre él llorando: su mascota, un gatito de dos meses de edad había quedado en la casa y no lo habían podido sacar. El hombre escuchó los maullidos del pequeño animal y sin pensarlo dos veces dejó su mochila con la gente que estaba en el lugar y logró entrar a la casa, ubicando al animal a los pocos segundos y sacándolo de la casa. Al llegar donde los ancianos vio en sus rostros una mueca de terror: al instante una mujer le lanzó una fuente de agua al rostro, pues su barba se había encendido en el rescate.

Cuando llegaron los bomberos uno de ellos revisó al hombre quien tenía el rostro chamuscado y había perdido por completo su barba. La revisión del bombero quien además era paramédico fue lapidaria: las llamas quemaron le piel del mentón eliminando los folículos pilosos, dejándolo para siempre sin barba. El bombero curó su rostro, le colocó un apósito en el mentón y le recomendó consultar un médico a la brevedad. Una vez terminada la curación el hombre siguió camino a su casa, caminando casi en modo automático, sin pensar en lo que estaba haciendo.

El hombre estaba sentado frente al televisor mirando el partido de fútbol sin entender lo que estaba mirando, ni saber por qué lo hacía. El hombre se estaba comiendo una hamburguesa pues su instinto le decía que debía comer. Después de salir del incendio ninguna idea más apareció por su mente. Si tal vez hubiera sabido que por sus venas corría sangre de la estirpe de Sansón, entendería el porqué de lo que le estaba pasando.

domingo, octubre 27, 2024

Venganza

 Los adornos de la recién terminada festividad estaban volviendo a la caja de donde habían salido. Acabada la fiesta había llegado el momento de volver toda la ambientación a la adusta realidad de siempre, y guardar los adornos, junto con el jolgorio y la alegría, en la caja de donde volverían a salir en otro momento del año.

La gente estaba feliz guardando toda la parafernalia, como si desmontar la fiesta fuera parte de la misma fiesta. Para cualquiera que viniera de fuera y viera esos sentimientos, sería una confusión difícil de aclarar: ¿cómo se podría estar feliz al desarmar y guardar todo lo relacionado con una celebración, si es que ello era señal inequívoca del fin de dicha celebración, y por ende de la felicidad que ello traía? Sin entender bien el por qué, la gente reía y disfrutaba mientras desarmaba lo que tanto tiempo les había tomado armar.

La oficina había vuelto a su estado inicial. Las risas se habían apagado, y estaba volviendo a sentirse el aire gris que inundaba dicho edificio. Lentamente los celebrantes volvían a ser oficinistas, y el edificio volvía a ser la repartición pública de siempre, llena de estrés, reclamos, gritos, enojos y recriminaciones.

En la misma jornada en que se había guardado la fiesta en sus respectivas cajas, una joven mujer entró al edificio y se dirigió derechamente a la oficina tres del segundo piso. Un guardia de seguridad, hombre añoso, pequeño y enjuto, se acercó a ella a preguntarle qué necesitaba: la mujer lo miró a los ojos, sacó de entre sus ropas una pequeña pistola y disparó a la pierna del hombre quien cayó gritando de dolor al suelo, provocando una estampida en los funcionarios salvo en dos que corrieron a socorrer al anciano.

La mujer entró a la oficina a la que se dirigía; en un rincón el oficinista estaba arrollado temblando de miedo. La mujer se acercó a él, colocó la pistola en su cabeza, disparó tres tiros, y una vez se hubo cerciorado que estaba muero, guardó la pistola y saló del lugar sin que nadie intentara detenerla.

Los gritos de espanto de los funcionarios se mezclaban con los alaridos de dolor del guardia. Frente al edificio la mujer había entrado a una van, donde le entregó el arma a un hombre de rostro frío, quien miró a los ojos a la mujer, quien le dio las gracias y se dispuso a salir. Sin embargo el hombre la siguió mirando mientras la mujer bajaba la mirada. El hombre le dijo que ella no había cumplido con el trato, que él facilitaba venganzas mientras nadie más saliera lastimado. La mujer intentó balbucear una disculpa, que le había disparado al guardia al no saber qué hacer: el hombre la hizo callar, y le dijo que le cobraría lo justo por su violación al pacto. La mujer cerró los ojos esperando que el hombre le disparara en una pierna: en ese momento sonó su celular. Al otro lado de la línea un hombre que se identificó como policía le informó que su hija menor tuvo un extraño accidente en el colegio donde estaban cambiando unas ventanas, que una de las piezas de vidrio cayó desde el tercer piso del colegio, que hija iba pasando justo por debajo, y que la hoja de vidrio le había amputado la pierna izquierda, a la misma altura donde ella le había disparado al guardia. La mujer se puso a gritar desesperada, lo que no inmutó en nada a Arioch, el demonio de la venganza.