Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, julio 25, 2018

Nadadora

La joven nadadora estaba en la piscina olímpica, en pleno entrenamiento. La muchacha se había especializado en largas distancias, por lo que pasaba horas perfeccionando su técnica y su resistencia cardiovascular para permitirle hacer cada vez mejores tiempos y por ende subsistir gracias a su talento. Sus jornadas eran agotadoras, pero ya tenía algunos títulos latinoamericanos juveniles a su haber, por lo que su futuro estaba trazado hacia el deporte de alto rendimiento, y salvo alguna lesión que la alejara de las piscinas, viviría de su deporte por una parte importante de su vida, o al menos de su juventud.

La nadadora llevaba ya cuarenta vueltas a la piscina sin descanso. A esas alturas del entrenamiento ya no era capaz de escuchar las instrucciones de su entrenadora, quien más bien se dedicaba a marcar tiempos y vigilar su técnica para luego hacerle las correcciones necesarias para ser cada día mejor que el día anterior. La muchacha llevaba un buen ritmo de respiración, lo que le permitía avanzar rauda por el carril de la piscina, y dado que era la mejor nadadora del equipo, tenía reservado el carril exclusivamente para ella, por lo que no tenía que preocuparse de obstáculos en el camino, o de recibir alguna patada al alcanzar a alguna nadadora más lenta delante de ella. 

La nadadora ya estaba llegando a la vuelta cuarenta y seis; por una suerte de reflejo y pese a nadar con antiparras, la muchacha tendía a cerrar los ojos al hundir la cabeza en el agua, por lo que sólo veía el techo del edificio al sacar la cabeza para respirar. De pronto la joven abrió los ojos cuando su cabeza estaba completamente sumergida bajo el agua; en ese instante la muchacha perdió el ritmo y se detuvo incrédula, al ver hacia el fondo algo que era imposible que estuviera ahí. De partida no se veía el fondo de la piscina, en su reemplazo había una profundidad inconmensurable, en la cual se dejaban ver extrañas formas de vida que nadaban libremente a veinte metros y más de la superficie; la joven sacó la cabeza para respirar y ver dónde estaba, encontrándose con el techo de la piscina en que estaba entrenando.

La nadadora estaba desconcertada. Luego de cinco minutos de descanso se atrevió a volver a su entrenamiento, sin explicarle el motivo de su detención a su entrenadora. Lentamente empezó a nadar con los ojos bien cerrados, hasta que la curiosidad pudo más que el miedo y nuevamente abrió los ojos dentro del agua para volver a ver ese extraño universo que se veía en las profundidades del agua. La joven no entendía nada, pero una extraña fuerza la llevó a tomar la bocanada de aire más grande que pudo para investigar algo hasta donde sus pulmones soportaran. Esa noche la entrenadora y su equipo esperaron en vano, pues la nadadora nunca salió de la piscina, y nunca más fue vuelta a ver en esta realidad.

miércoles, julio 18, 2018

Barra

El canoso hombre bebía en silencio en la barra del bar. El lugar era bastante oscuro, lo que le permitía ocultar su mirada y sus facciones; así, nadie le dirigía la palabra y se sentía en libertad para mirar a todos quienes llegaban o se quedaban en el lugar. Su bebida calentaba su cuerpo mas no sus pensamientos, los que se hacían más fríos al avanzar la noche, haciéndolo pensar locuras mientras un leve mareo se apoderaba de sus sentidos y lo hacía inestable y vulnerable al medio en que se encontraba; eso limitaba las locuras que pensaba a su cerebro y no más allá.

Cerca de las once de la noche una mujer muy joven, casi adolescente, se sentó al otro extremo de la barra. Luego que le pidieran la identificación para certificar que podía estar en ese lugar a esa hora y consumir alcohol, pidió el mismo trago que estaba bebiendo el hombre canoso; después de probarlo los ojos de la mujer se dirigieron hacia la penumbra en que se encontraba el hombre bebiendo, quien se sintió intimidado al sentirse observado. De pronto dos hombres de mediana edad se sentaron en la barra uno a cada lado de la muchacha iniciando una entretenida conversación, que dejó tranquilo al hombre canoso quien volvió a su anonimato y lejanía. En ese instante su mente empezó a divagar.

En su cerebro la joven mujer se transformó en una suerte de mujer fatal, que de la nada sacó de bajo su falda un par de cuchillos de doble filo con los cuales degolló a sus dos pretendientes, quienes ahogaron un grito que no alcanzó a escucharse. El bar se convirtió en una locura donde la gente gritaba descompensada; de pronto dos tipos más se abalanzaron sobre la mujer, quien con un plástico movimiento de cintura los evitó, para terminar cortando sus cuellos sin mayor esfuerzo. En ese instante el hombre despertó de su breve sueño, y vio que la joven mujer ya no estaba en su lugar.

El canoso hombre seguía bebiendo. De pronto sintió a alguien tras él: al voltearse se encontró con la mujer tras él, quien sonreía al mirar su cara de espanto. En ese instante la muchacha llevó ambas manos hacia su falda, y luego de manipularla un par de segundos sacó dos cuchillos de doble filo, que dejó en la barra frente al canoso hombre; la joven tomó al hombre por la nuca, le dio un suave beso en los labios para luego darle las gracias e irse del lugar sin pagar el trago que había bebido. El hombre canoso quedó silente, tratando de entender si el beso era el pago por evitar las muertes, o por el trago que él pagaría antes de irse a su hogar.

miércoles, julio 11, 2018

Verdugo

El verdugo afilaba pacientemente su hacha. El consejero del rey le había dicho que ese día sería bastante pesado, pues se había terminado de juzgar a un grupo de conspiradores y todos habían sido condenados a morir decapitados, por lo que esa jornada se le haría casi interminable. Los vasallos comunes no entendían su trabajo, creían que sólo era descargar un hachazo sobre un cuello desnudo y nada más; nadie se detenía a pensar en la preparación del cadalso, en el afilado del hacha, en la limpieza de la sangre luego de la decapitación, ni en los sentimientos que le causaba quitar bruscamente una vida. Más que un asesino a sueldo, él era un esclavo de un sistema violento de vida al que debía respeto y pleitesía, por su propio bien.

El verdugo se colocó su capucha negra, echó el hacha al hombro, y se dirigió al cadalso para empezar su trabajo. La plataforma en altura le permitía ver las caras de los asistentes a las ejecuciones, que generalmente eran los mismos de siempre, y miraban con placer cuando él había dado el golpe mortal y cabeza rodaba separada del cuerpo. Al llegar al lugar, se encontró con una fila de dieciocho personas custodiadas por varios guardias; definitivamente el consejero tenía razón, ese sería un día casi interminable.

El consejero se paró en medio de la plataforma, sacó un pergamino y empezó a leer el nombre de todos los condenados y su condena a morir decapitados. Terminada la lectura el verdugo miró a la distancia, hacia el trono en que le rey miraba las ejecuciones, quien le dio la venia para empezar el proceso. La primera condenada era una niña, que no parecía tener más de quince años. Su cabellera rubia enmarcaba un rostro sucio y con algunos moretones propios de la estadía en las mazmorras de palacio. Dos guardias llevaron a la muchacha al cadalso, le sacaron los grilletes de las muñecas, colocaron su desnudo cuello sobre la piedra y se retiraron. El verdugo miró a la pequeña, quien ladeó la cabeza y miró a los ojos del verdugo, dejándolo paralizado.

El verdugo salió luego de su estado de estupor, colocó las dos manos en el extremo del asa del hacha, la levantó sobre su cabeza y descargó con fuerza la hoja de metal sobre el cuello de la niña. Al caer su cabeza separada de su cuello se hizo un silencio en los asistentes: de la herida en vez de manar sangre salió una masa viscosa de color negro llena de gusanos. Al instante el cielo se oscureció, y una granizada de rocas ardientes se apoderó del lugar, hiriendo de muerte a asistentes, guardias y condenados. El verdugo alcanzó a huir a palacio desde donde había salido, y desde ahí contempló cómo la cabeza rodaba hacia el cuerpo, se unía nuevamente al cuello, y la pequeña se incorporaba desde el cadalso. La muchacha lo miró con sus negros ojos, esbozó una sonrisa y desapareció en el aire pronunciando una maldición contra el rey y sus súbditos que el verdugo alcanzó a escuchar pero no a entender: lo único que sabía es que debía huir de inmediato del lugar y conseguir un nuevo oficio para el resto de sus días.

miércoles, julio 04, 2018

Guardia

El viejo guardia de seguridad miraba concentrado la pantalla donde se desplegaban las múltiples cámaras del recinto en el que trabajaba. Jubilado hacía años de las fuerzas armadas, estaba entrenado para ser metódico, lo que le facilitaba su labor y hacía más llevaderos los largos turnos de doce horas que se llevaban en su trabajo. Esa noche no se diferenciaba de cualquier otra, salvo la copiosa lluvia que se había desatado cerca de las siete de la tarde y que de madrugada seguía sin dar atisbos de detenerse. La resolución de las cámaras no se veía afectada por la lluvia, pero de vez en cuando algunas gotas mojaban los lentes y en algunos instantes las imágenes se hacían un tanto distorsionadas.

Tres horas después de iniciado el turno y cuando la lluvia arreciaba, en una de las cámaras del estacionamiento una imagen borrosa de forma humana pasó frente a una de las cámaras; el guardia de inmediato la notó, tomó la radio para dar aviso al rondín, pero al ver que la imagen no aparecía en ninguna de las cámaras cercanas entendió que se trataba sólo de un reflejo y siguió con su vigilancia. Cinco minutos más tarde la imagen volvió a aparecer, en esta ocasión en tres cámaras: una al centro del estacionamiento, otra en la esquina suroriente y otra en la esquina norponiente.

El guardia estaba desconcertado, era imposible que alguien apareciera en tres cámaras consecutivamente separadas por más de quinientos metros una de otra en menos de tres segundos. Definitivamente algo raro estaba pasando, y pese a no saber interpretar el suceso debería pedir apoyo a los guardias desplegados en el estacionamiento. El guardia llamó por la radio a uno de sus colegas sin obtener respuesta; entendiendo que tal vez su colega andaba en el baño o tenía la radio defectuosa, llamó al resto de los funcionarios. Cuando nadie le respondió, entendió que la situación se estaba saliendo de sus manos.

El viejo guardia estaba empezando a desesperarse. Luego de intentar comunicarse con sus colegas sin encontrar a nadie tomó el teléfono para avisar al personal de turno en la empresa de seguridad; el teléfono sonó quince veces antes que la llamada se cortara, sin obtener respuesta. De pronto el guardia volvió a mirar la pantalla; en ella se veía a la imagen aparecer en una cámara y reaparecer en otra a gran distancia, casi instantáneamente. El hombre vio de pronto que la imagen aparecía en dos o tres cámaras a la vez, y reaparecía en cuatro o cinco casi simultáneamente. En un instante la imagen estaba en todas las cámaras a la vez, mirando con oscuros ojos en cada una de ellas. El guardia entendió que su hora había llegado: dejó la caseta de vigilancia y se dirigió al estacionamiento armado con su bastón y su incertidumbre a encontrarse con su destino.