Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, enero 30, 2022

Proyectil

El francotirador yacía tirado en el agua del pantano. Su boca y su nariz sobresalían por encima lo que le permitía respirar e intercambiar información con su observador, quien estaba a un par de metros a su lado calculando distancias y eligiendo el mejor momento para acabar con los objetivos. Ambos eran uno solo en ese instante, y ninguno sería capaz de salir con vida del lugar sin la ayuda del otro.

El equipo estaba cazando al francotirador del ejército contrario, quien ya había dado cuenta de cerca de treinta compañeros suyos, lo cual los tenía frustrados dada la capacidad de fuego del rival. Luego de un par de días de persecución, y de acabar con al menos cinco soldados rivales, por fin habían logrado acorralarlo en una vieja choza algo destartalada a menos de mil metros de distancia. El resto de la compañía se había alejado, para dejar a la pareja hacer lo suyo y terminar con el enemigo.

El observador no era amigo del tirador, pero ambos trabajaban casi perfectamente. En un par de oportunidades el observador había intentado ver por la mirilla del arma, pero cada vez el tirador se la había quitado, diciéndole que esa mirilla era sólo para él y que nadie era capaz de usarla. El tirador era celoso de su arma, pero su mirilla era intocable. El observador había entendido eso, y no había vuelto a insistir en el asunto.

Los hombres avanzaban lentamente a través del pantano. De pronto el silbido de una bala se dejó escuchar, y la cabeza del tirador se volteó bruscamente hacia atrás mientras trozos de cráneo y de cerebro volaban por todos lados. El observador estaba consternado: sin embargo había alcanzado a ver el fogonazo del arma del rival y creía ser capaz de acabar con él. Cuidadosamente se desplazó hacia donde yacía el cadáver del tirador; sin mediar sentimientos le quitó el arma de las manos, la colocó en posición y colocó su ojo derecho en la mirilla. En ese instante descubrió que los lentes de la mira telescópica estaban pintados de negro. El soldado desconcertado recordó que en una ocasión su compañero le dijo que su mente volaba con cada bala que disparaba, y que de ese modo era capaz de acertar sus blancos. Sin otra alternativa el observador apuntó el cañón hacia donde había visto el fogonazo, cerró los ojos y haló del gatillo. En ese momento sus ojos parecieron transformarse en la punta de la bala que volaba lentamente a través del aire en busca de su objetivo. De pronto vio a lo lejos la cabeza del tirador rival y guio la bala con su mente hacia el objetivo. Tres segundos luego de disparar el observador se agitó cuando sus ojos entraron al cerebro del tirador rival y lo destrozaron en mil pedazos. Un minuto más tarde un dron de reconocimiento confirmaba la muerte del tirador enemigo. El operador debió destacar que no entendía cómo la bala había volado haciendo una trayectoria de arco lateral para alcanzar la cabeza de la víctima. El observador le explicó a sus superiores que el viento se había encargado de modificar la trayectoria del proyectil.

sábado, enero 15, 2022

Familia

El ejecutivo de cuentas del banco miraba la pantalla de su terminal mientras su mente volaba a eones de distancia. Esa semana había sido bastante complicada en su casa por lo que le costaba demasiado concentrarse en el trabajo. Había peleado con su esposa, su madre estaba enferma y su hijo estaba hospitalizado hacía ya diez días por una enfermedad respiratoria que le impedía respirar normalmente. A su esposa le costaba entender que él estuviera tan preocupado de su madre como de su hijo, lo que había llevado a la pelea entre ambos. El hombre estaba preocupado por la salud de su hijo pero entendía que estando hospitalizado estaba en un lugar seguro donde siempre estaría vigilado; sim embargo su madre se había negado a controlarse con médico, lo que lo estresaba sobremanera al no saber qué hacer para ayudar a su progenitora. Su vida estaba pies arriba, y esperaba que lo antes posible la situación mejorara.

Justo antes de la hora de cierre de atención a público, el ejecutivo vio aparecer a dos personas conocidas por la puerta del banco. El hombre no cabía en sí de alegría al ver llegar a su madre con su hijo de la mano; de inmediato el ejecutivo los hizo pasar a su cubículo y los acomodó en las dos sillas frente a su escritorio. Su madre le explicó que había ido a buscar al pequeño al hospital y luego ambos habían decidido ir a verlo. El hombre por fin podía estar tranquilo al ver a su madre sin dolores y a su hijo respirando normal. Luego de media hora conversando animadamente la mujer le dijo que debían irse pues debía llevar al pequeño con su madre. Ambos se despidieron efusivamente de él; antes de irse su madre le dijo que lo quería mucho, y que se cuidara.

Media hora más tarde su esposa lo llamó y le contó que había llegado a su casa su suegra con su hijo, y que habían estado conversando por más de media hora. El hombre no entendía cómo su madre y su hijo no habían demorado nada en un trayecto de diez kilómetros. Pero luego la mujer le dijo algo demasiado extraño: del hospital la habían llamado para que se presentara urgente, justo cuando su suegra y su hijo ya no estaban en el lugar.

Veinte minutos más tarde volvió a recibir una llamada de su mujer llorando desconsolada: su hijo había fallecido justo a la hora en que él los había recibido en su oficina. Luego del desconcierto y la pena incontrolable, un impulso llevó al hombre a llamar a la conserjería del edificio donde vivía su madre: al contestar, el conserje le dijo con voz apesadumbrada que había encontrado el cuerpo de su madre fallecida, y que según la gente de la ambulancia había muerto no más allá de dos horas. El hombre no entendía nada: en ese momento su jefe sin saber nada le preguntó si se sentía bien, pues el guardia le había contado que una hora atrás lo había visto conversando en el cubículo sin que hubiera nadie en el lugar. El ejecutivo volvió a mirar la pantalla de su terminal; si no supiera que solo estaba acompañado de su jefe, hubiera jurado ver el reflejo de su madre y de su hijo despidiéndose de él para luego desaparecer, dejándolo sumido en su pena eterna.

sábado, enero 08, 2022

Azotea

 La secretaria estaba sentada en la azotea del edificio con las piernas colgando. Si bien era cierto andaba con una falda muy corta, no le preocupaba que alguien la pudiera ver: sentada en la azotea del piso treinta no había muchos edificios que alcanzaran dicha altura en los alrededores, por lo que la posibilidad que algún fisgón la estuviera mirando era mínima. De hecho si quisiera saltar al vacío tampoco sería fácil notarlo hasta que ya fuera demasiado tarde. Si quisiera podría hasta pasearse desnuda o bailar vestida de gitana y nadie notaría su presencia. De hecho estaba en la azotea por eso, porque nadie notaba su presencia.

La secretaria volvió a su puesto de trabajo; hacía ya dos meses que nadie la saludaba ni la miraba, ni le preguntaba cómo se sentía. Esos dos meses habían permanecido las mismas carpetas en su escritorio, con un trabajo de contabilidad que apenas avanzaba, pues como nadie le hablaba no conseguía ayuda. De hecho había intentado hablar con su jefe, pero éste tampoco le dio audiencia; en una oportunidad cuando el jefe salió de la oficina caminó al lado de él explicándole la situación, sin que el hombre siquiera pareciera notar su presencia. Su trabajo se estaba haciendo insoportable, y su vida personal tampoco estaba mejor que ello.

La secretaria vivía con su marido y su pequeño hijo a pocas cuadras del trabajo. Esos dos meses su esposo tampoco le hablaba, y sólo su hijo seguía jugando con ella; sin embargo cuando su marido llegaba a casa sacaba al pequeño rápidamente del dormitorio matrimonial para acostarlo y quedarse sentado en silencio al borde de la cama, sin hablarle, hasta que el cansancio lo vencía y se acostaba a dormir. La mujer había intentado en varias ocasiones jugar en la cama con su marido, pero él no la miraba y seguía durmiendo. Su vida se estaba convirtiendo en una debacle de la cual no sabía cómo escapar.

La secretaria estaba sentada en la azotea del edificio con las piernas colgando. Luego de mirar la ciudad desde las alturas un rato decidió volver al trabajo. Al llegar a la oficina el jefe convocó a toda la gente para que los acompañara a una inauguración o ceremonia; a regañadientes la secretaria siguió a sus compañeros al lugar indicado. Al llegar al auditorio la situación se puso incomprensible: a la entrada estaba el dueño de la empresa quien junto a su jefe descubrieron una placa con el nombre de la secretaria, junto a la cual se encontraba una foto de ella. En la placa había dos fechas, la de su nacimiento y la del día en que dejaron de hablarle. En ese instante su memoria volvió a ella: dos meses atrás, al pararse de la azotea donde acostumbraba sentarse a descansar perdió el equilibrio y cayó al vacío, muriendo en el acto. Ahora la joven entendía por qué nadie le hablaba; en ese momento la joven vio una luz a la distancia que parecía llamarla. Antes de irse vio a su hijo, quien estaba invitado junto a su marido en la ceremonia, agitar su mano en señal de despedida al alma de su madre.

sábado, enero 01, 2022

Telefonista

 El telefonista miraba tembloroso la pantalla del computador, mientras traspiraba copiosamente por el auricular sujeto a su cabeza. Nunca hasta ese momento había sentido tanto miedo, y ni siquiera tenía claro si era o no justificado.

El telefonista llevaba cerca de doce años trabajando en un servicio de cobranzas en que su trabajo consistía en llamar deudores y amedrentarlos respecto de lo que les pasaría si seguían sin pagar sus deudas. Muchas veces los montos eran ínfimos y eran deudas con atraso de uno o dos meses; sin embargo su trabajo no era evaluar esas circunstancias sino simplemente llamar a toda la gente del listado y dejar consignado si obtenía o no respuesta. En general no más del diez por ciento de los llamados contestaban, y en general de ellos un noventa por ciento se ponía al día en sus deudas; por ello, dentro de su trabajo siempre era bien evaluado.

Esa mañana el hombre empezó a llamar temprano. Cerca de las diez de la mañana llamó a un número de red fija, desde donde le respondió una voz de mujer añosa. En la pantalla aparecía una deuda de cien mil pesos, cifra bastante exigua para otras que le habían tocado, sin embargo le tocaba dar todo su discurso de costumbre y quedar en espera de la respuesta. Luego de hablar por cerca de tres minutos amenazando con demandas, embargos y demases, su interlocutora quedó en silencio. De pronto la voz añosa respondió en un tono bastante duro, nombrándole hechos acerca de su pasado que sólo eran sabidos en su familia, y que dicha llamada le costaría la vida. El hombre sin saber qué hacer, cortó la llamada.

Cinco minutos más tarde, el hombre sudada copiosamente. La puerta del piso donde estaba fue golpeada violentamente, y su jefe se paró algo asustado a abrir. El telefonista no sabía qué pensar, y temía que la anciana hubiera enviado algún asesino a sueldo o tal vez algo peor; de pronto en la conversación de su jefe con los visitantes creyó escuchar su nombre, luego de lo cual sendos pasos se dirigieron a su cubículo. Tal fue la tensión que el telefonista sufrió un colapso cardíaco, falleciendo en el instante. Cinco segundos más tarde apareció su jefe junto con una mujer mayor, que según decía venía a agradecer por recordarle una deuda que había olvidado debido a su memoria alterada por la edad. Al ver el cadáver en la silla su jefe se consternó, y la anciana esbozó una tenue sonrisa.