Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, septiembre 27, 2017

Cajon

El vejo hombre miraba con desdén el cajón de su velador. En la pequeña estructura cabían apenas seis o siete cosas, pero en esos instantes de su vida eran esas las cosas que más le importaban. Llevaba cerca de una hora sentado al borde de la cama mirando el contenido del cajón, sin atreverse a escudriñar dentro de él. Por encima sólo se veían papeles desordenados que parecían estar cubriendo algo, pues se abultaban sobre la superficie del fondo del cajón, dejando ver una forma irregular que no permitía sospechar a qué correspondía.

Una hora. El hombre seguía sentado al borde de su cama, ya vestido, mirando los papeles dentro del cajón de su velador. Por el lado de los papeles se dejaba ver una chequera de material plástico que imitaba cuero, donde guardaba sus cheques y tarjetas de débito y crédito, aquellas que financiaban su vida y que en ese momento no eran el foco de su mirada; su vista estaba clavada en los papeles, y en aquello que yacía debajo de ellos, y que por algún desconocido motivo para él en ese instante, no se atrevía a tomar o mover.

Dos horas. Los papeles dentro del cajón permanecían incólumes, tal como su mirada se mantenía fija en ellos. El contenido de los papeles era bastante variopinto: cuentas pagadas, cartas con ofertas bancarias de créditos, listas de teléfonos antiguos, inclusive hasta una breve lista de compras de supermercado. Nada de ello era de su interés o necesidad en ese instante, mas le era imposible despegar su mirada de ellos, y de lo que yacía por debajo; de hecho todo su interés estaba concentrado en lo que había debajo de los papeles, y que no era capaz de dejar de mirar insistentemente, pero sin atreverse a tocar nada, como si ello rompiera un extraño orden que no debería ser roto.

Tres horas. El viejo hombre seguía sentado en el borde de la cama, su vista seguía clavada en el contenido del cajón del velador oculto por los papeles, y los papeles seguían en el mismo lugar de siempre. De pronto un impulso le hizo romper su inercia, y de la nada metió la mano al cajón, levantó los papeles y sacó lo que estaba oculto bajo ellos. En su mano derecha descansaba un revólver calibre .38 con una sola bala en su nuez, la que había colocado la madrugada anterior, esperando a que su mente le dijera que su tiempo había llegado.

miércoles, septiembre 20, 2017

Tacos

La joven mujer se paseaba nerviosa por el pasillo. El duro ruido de sus tacos retumbaba en todo el lugar, no dejando a nadie indiferente; de hecho muchas miradas se clavaban en ella, cosa que definitivamente no parecía importarle mucho, pues seguía con su nervioso deambular por el pasillo, taconeando a ratos más fuerte que antes. Su marcha tensa y preocupada había logrado empezar a preocupar a quienes estaban en el lugar, sin saber a ciencia cierta de qué debían preocuparse; sólo sabían que la joven mujer seguía paseándose por el pasillo taconeando nerviosa.

La luz del sol lentamente empezaba a entrar por las ventanas del pasillo, haciendo el lugar más acogedor y distendiendo un poco el ambiente; sin embargo ello no parecía alterar en nada la actitud de la joven mujer, quien se paseaba con la misma cadencia de paso por el ahora iluminado pasillo, taconeando fuerte y seguro. Si no fuera porque estaba en un lugar cerrado, probablemente habría encendido un cigarrillo para acompañar su marcha; tal vez por ello es que taconeaba cada vez más fuerte, sin cesar en su ya molesta marcha. Las miradas ahora estaban todas dirigidas a ella, pues el ruido de los tacos ya se había hecho simplemente insoportable, y nada parecía ser capaz de sacar a la mujer de dicha actitud.

A media mañana la situación no daba para más. El pasillo estaba lleno de gente esperando a ser atendida, y lo único seguro para todos era que la maldita mujer taconeaba y taconeaba sin parar, pareciendo golpear cada vez con más fuerzas sus tacos contra las baldosas. El murmullo generalizado también se hacía molesto, pues todos opinaban acerca de la actitud de la mujer, quien ya llevaba cerca de tres horas taconeando de un lado a otro sin parar. Algunas tímidas voces se levantaban de vez en cuando para lanzar alguna broma que era bien recibida por todos, excepto por la joven mujer que seguía taconeando de un lado a otro del lugar.

La joven mujer se paseaba nerviosa por el pasillo. De pronto un joven que había llegado algo después que la mujer tomó una decisión. El joven se sacó los audífonos que traía puestos, y se dirigió a la joven mujer, para preguntarle el por qué de su actitud y tratar de detenerla. El joven se paró en el camino de la chica: en ese instante el cuerpo de la joven mujer pasó a través del suyo, para luego dar la vuelta y atravesarlo en el sentido contrario. Los gritos de espanto y la estampida de gente fue casi instantánea, mientras el alma de la joven mujer seguía taconeando físicamente desde el más allá.

miércoles, septiembre 13, 2017

Conductor




El viejo hombre manejaba a las siete de la mañana en la oscuridad de la ciudad. Aún su vista no estaba acostumbrada al reciente cambio de horario, por lo que pese a manejar con luces debía hacerlo con cuidado para no encontrarse con alguna sorpresa en su camino. Todos los días salía de su hogar antes de las siete de la mañana para llegar a una hora prudente al trabajo, que le permitiera asegurar un buen puesto en el estacionamiento, y no tener que depender de otros conductores a la hora de salida, a la tarde.

El viejo hombre manejaba a una velocidad prudente esa mañana. De pronto ve aparecer una sombra por el bandejón central de la calle que cruza intempestivamente, obligándolo a frenar bruscamente, no sin antes tocar latamente su bocina y decir uno o dos improperios al interior de su vehículo con las ventanas cerradas. Luego de percatarse que no vinieran más vehículos tras el suyo, reinició la marcha con algo más de precaución: odiaba la mala costumbre de la gente de a pie en la ciudad de vestir ropa oscura y opaca, lo que los hacía casi invisibles para quienes manejaban a esa o a cualquier hora.

El hombre seguía conduciendo. Su vista a ratos parecía engañarlo producto del cansancio, haciéndolo ver sombras donde no había nada ni nadie. Por ello el viejo hombre había decidido manejar por la pista derecha, y así dejar pasar al resto de los conductores que andaban más rápido y que a esa hora tenían sus reflejos más activos que los suyos. Justo al llegar a una esquina una sombra más alta que lo habitual decide cruzar frente a él obligándolo nuevamente a frenar: era un ciclista que andaba sin luces ni reflectantes, y que había decidido pasar en esa esquina a esa hora y con luz roja para seguir su camino con rumbo desconocido. El viejo hombre estaba desconcertado, y ya no sabía cómo seguir manejando en esas condiciones.

El viejo hombre seguía manejando rumbo a su trabajo a las siete y media de la mañana. De improviso y de la nada una nueva sombra aparece frente a él, haciéndolo nuevamente frenar bruscamente; en esa ocasión el vehículo se detuvo, y cuando intentó hacerlo partir, no respondió. El viejo hombre se desesperó al ver la falla mecánica de su automóvil que lo tenía detenido en ese lugar, y empezó a mirar por el espejo retrovisor para cerciorarse que nadie viniera tras él; en ese instante se dio cuenta que su vehículo estaba de cabeza sobre la platabanda, que la sombra que había visto cruzarse era un árbol que había confundido mientras se había quedado dormido al volante, y que para ese instante ya estaba muerto, mirando a todos lados y esperando a saber qué venía de ahora en más para su alma.

miércoles, septiembre 06, 2017

Lluvia

La joven mujer caminaba bajo la lluvia sin paraguas. El apuro de la mañana le había impedido fijarse en las condiciones del clima o ver en las noticias cómo estaba el mundo afuera, por lo que esa mañana salió abrigada pero sin paraguas. A los pocos minutos su larga cabellera estaba empapada y su chaqueta acusaba los signos del agua acumulada en su pelo. Sin embargo ello no parecía inmutar en nada a la joven mujer quien seguía deambulando bajo la fuerte lluvia como si nada, cortando con su silueta la escasa luminosidad que había a esa hora de la mañana.

La joven mujer caminaba rápido, despreocupada del entorno que la rodeaba, absorta en las preocupaciones de su vida. De pronto llegó a un cruce peatonal señalizado con un semáforo, y por primera vez desde que salió de su casa levantó la cabeza, para poder ver el semáforo. En ese instante se dio cuenta que, pese a estar cruzando una avenida importante, ningún vehículo circulaba en alguno de los dos sentidos. Sin darle mayor importancia y fijándose que a la distancia no viniera algún vehículo, cruzó raudamente con luz roja para seguir su camino y llegar luego donde iba.

Dos cuadras más allá la mujer detuvo su marcha y levantó la cabeza a mitad de la cuadra. La lluvia seguía cayendo con fuerza sobre la ciudad, lo que tenía su cabello y su chaqueta empapadas; pese a la hora de la mañana que era, la mujer estaba cayendo en cuenta que hasta ese momento no se había cruzado con ningún vehículo, y lo que era más llamativo, con ninguna persona. Luego de siete u ocho cuadras de caminata, recién había notado que hasta ese momento estaba sola en la calle; de hecho en la mañana, mientras se duchaba y vestía, no había escuchado el bullicio típico de los departamentos vecinos donde había niños y cada día se libraba una batalla por levantarlos y vestirlos. Tampoco había conserje en la portería ese día, y los negocios del barrio se encontraban cerrados a una hora en que ya estaban trabajando. Todo su entorno parecía haberse esfumado, y recién después de siete u ocho cuadras había caído en cuenta.

La joven mujer estaba ahora avanzando lentamente, fijándose en su entorno. Ni vehículos ni personas había a su alrededor; en ningún edificio se veía gente circulando, en ninguna casa se dejaba ver luz por las ventanas, parecía como si durante la noche algo o alguien hubiera secuestrado a todo el mundo. De pronto la joven tuvo una idea: sacó su teléfono celular y llamó desde él a su hermana, sólo para darse cuenta en ese instante que no había red disponible de telefonía móvil. En ese instante, un sentimiento de soledad la invadió, paralizándola en medio de la calle.

La joven mujer no sabía qué hacer. Nerviosa empezó a revisar todas sus cosas, por si había algo que funcionara. En ese momento detuvo su vista en su reloj de pulsera: las manecillas parecían estar tiesas, pero el segundero parecía estar haciendo fuerzas para pasar al siguiente segundo. Cuando ello sucedió, se encontró rodeada de gente por un instante, luego de lo cual todos desaparecieron nuevamente, dejándola atrapada en el tiempo otra vez, y tal vez por siempre.