La
pequeña niña no podía creer lo que estaba viendo en su cama esa
mañana. Sobre su cobertor, y en los brazos de su padre, un pequeño
cachorro la miraba con cara de hambre y de curiosidad. La niña
apenas alcanzó a desperezarse antes de abrazar efusivamente al
pequeño perrito, quien sintió un par de delgados brazos acogedores,
más cómodos de los que el adulto que lo había quitado de la teta
de su madre. El perrito no sabía qué sería de su futuro, pero al
parecer la pequeña tenía el suficiente cariño para cuidarlo y
mimarlo.
Dos
años después la vida del pobre perro se había convertido en una
tortura. La pequeña niña era demasiado ansiosa, y descargaba toda
su rabia en el perro. Sistemáticamente la niña le botaba el agua y
la comida, lo pateaba, lo cubría de tierra cada vez que lo bañaban;
así, el animal estaba desnutrido, deshidratado y muy golpeado, sin
que los padres de la niña lograran entender el porqué de la
situación, pues la pequeña se encargaba de maltratar al animal
cuando sus padres no la veían. El perro seguía queriendo mucho a la
pequeña, y no entendía por qué era maltratado.
Una
noche el perro se asomó a la puerta de la habitación de la niña,
cuando su madre la estaba acostando. La mujer tenía por costumbre
rezar con la niña antes de dormir; el perro no entendía nada, pero
como le gustaba imitar a su dueña, decidió esa noche ponerse tal y
como se puso la niña, cerrar los ojos y luego simplemente esperar un
par de minutos tal y como la pequeña lo había hecho. En su cerebro
no cabía el acto del rezo, pero el imitar la forma de su dueña lo
calmaba bastante. Mientras estaba con los ojos cerrados y las patas
delanteras juntas, su simple cerebro empezó a pensar en una vida con
comida, agua y sin maltratos.
Al
día siguiente la casa estaba revolucionada. Los padres de la menor
gritaban, lloraban y corrían de un lado a otro. El perro logró
colarse a la habitación, donde tres personas miraban a la pequeña
que no se movía; de su pecho estaban despegando cosas que le habían
pegado, y una mujer joven anotaba cosas en una tabla con un papel.
Uno de los hombres acarició la cabeza del perro, antes de abandonar
la habitación; el perrito se acercó a su dueña, y algo raro
parecía estar pasando, pues su olor no era el mismo de siempre, y no
lograba captar su respiración ni sus latidos cardíacos. El perro se
afirmó en el borde de la cama y lamió una de las manos de la
pequeña sin que ella reaccionara. Minutos más tarde llegaron varios
extraños con más papeles, y un par de hombres con un cajón blanco,
donde colocaron a su ama. El perro no entendía nada, hasta que de
pronto vio sobre el cajón donde habían puesto al cuerpo de su ama a
un hombre con cabeza de perro. El animal nunca sabría que su rezo de
la noche anterior fue escuchado por Anubis, quien se encargó de
cumplir la petición de su eventual adepto.