Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, enero 22, 2020

Circulo

La Muerte miraba a la Vida a lo lejos, en silencio, a sabiendas que ambas eran un continuo indisoluble cuyas leyes habían sido dictadas por algún desconocido superior a ellas. La Vida por su parte simplemente se dejaba fluir sin preocuparse de nada ni de nadie; ella sabía que la Muerte la visitaba a cada rato para cortar el ciclo de alguno de aquellos que fluían con ella, pero ese no era su problema; eran las reglas del juego y no quedaba más que seguirlas, pues estaban forjadas a fuego en la naturaleza y nada ni nadie podía intentar siquiera modificarlas.

La Muerte miraba a la Vida, y le costaba entender su alegría. Sabía que a cada rato ella aparecía a quitarle a alguien de sus dominios para llevarlo a su realidad, pero ello parecía no afectarla, pues seguía sonriendo y fluyendo como si nada: Por su parte la Vida no pensaba mayormente en la Muerte: ella era su compañera, su mancuerna, y debía respetar su presencia y su accionar. A veces le llamaba la atención su postura silente y su seriedad; sin embargo, no estaba en ella modificar la actitud de su compañera, su trabajo era fluir, simplemente fluir.

La Muerte miraba a la Vida. Ellas dos eran demasiado diferentes: la Vida parecía una joven en la plenitud de su existencia, vigorosa, fuerte, encendida, capaz de todo y a cada momento; por su parte ella tenía el semblante de una mujer madura, rozando la ancianidad, se veía cansada, lenta, apagada, como esperando a que las cosas sucedieran casi por inercia. La Vida por su parte no miraba a la Muerte, pues no tenía tiempo que perder; eran demasiadas las cosas por hacer antes que su compañera la interrumpiera para quitarle a alguien y llevarlo a donde llevaba a todos a quienes le quitaba.

La Vida de pronto se detuvo, de la nada. Giró y vio cómo la Muerte se acercaba a ella, tal como lo hacía a cada rato; sin embargo su marcha era más cancina que de costumbre, y su mirada más seria. La Vida de pronto se sintió sola, y entendió lo que pasaba. La Muerte se acercó a ella, y pronunció su nombre; la Vida la miró en silencio, se acostó en el suelo y se dejó llevar. La Vida, por un designio superior había muerto, y ahora estaba en el reino de la Muerte. En ese instante la Muerte se dio cuenta que su existencia sin la Vida no tenía sentido, y simplemente se acostó en el suelo y se dejó llevar a su propio y repleto reino.

miércoles, enero 15, 2020

Futuro

El escritor miraba el cielo por la ventana mientras se tomaba un café. Esa mañana las musas lo habían acompañado por lo que había avanzado varias páginas de su nuevo proyecto. Sin embargo su cabeza no parecía estar en el texto que estaba trabajando sino más allá, y pese a sus esfuerzos no lograba descubrir dónde era ese más allá. Pese al calor que hacía a esa hora el escritor decidió salir a caminar para despejar su mente y encontrar el foco de su preocupación; el hombre revisó su ropa y su calzado, se colocó un sombrero delgado, y salió a la calle no sin antes haber apagado el computador y grabado el texto recién escrito.

El escritor decidió salir en bicicleta. Bajo el abrasador sol el hombre pedaleaba pausadamente por la ciclovía, tratando de dejar libre a su mente para encontrar ese más allá donde se enfocaba su cabeza. Mientras era sobrepasado por todos los ciclistas que a esa hora circulaban por el lugar, en su mente empezó a verse mucho más viejo de lo que era; en algún momento llegó a pensar que su cerebro le estaba anticipando su muerte, pero de inmediato desechó esa idea. El hombre era demasiado joven para morir, y no tenía ninguna enfermedad que apurara el final de sus días.

Una hora más tarde el hombre seguía pedaleando, y seguía viendo en su mente su imagen envejecida. Ya había perdido la cuenta de cuántos ciclistas lo habían adelantado, y había notado que su avance había sido mínimo; ello era esperable, pues no usaba su bicicleta para correr ni desplazarse, sino simplemente para pasear y despejar su mente. En un instante el calor lo hizo detenerse a beber agua; de pronto empezó a fijarse en el resto de los ciclistas. Tal vez llevaba demasiado tiempo desconectado de los medios, pero las ropas y las bicicletas que usaban le parecían demasiado extrañas. En ese momento empezó a fijarse en los peatones, y se dio cuenta que sus ropas tampoco le parecían habituales; sin embargo quienes lo miraban no se sorprendían de su bicicleta ni de sus vestimentas. El escritor decidió volver a su casa, para poder conectarse a internet y ver qué había pasado en el mundo mientras él sólo escribía.

Media hora después el hombre estaba de vuelta en su casa, luego de haber duplicado la velocidad de su pedaleo. El hombre encendió el computador y lo primero que hizo fue fijarse en la fecha: cual no sería su sorpresa al ver que el calendario del aparato arrojaba quince años más que lo que mostraba cuando él salió a pedalear. El hombre se puso de pie y partió corriendo al baño: ahí, en el espejo, estaba el mismo rostro que su mente había visto un par de horas antes. Al volver a su dormitorio miró las paredes, las cuales se veían más descoloridas que antes; en una de ellas había dos galvanos de premios que estaba seguro que aún no había ganado.