Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, octubre 26, 2016

Conversión

Con sumo respeto y en silencio el guerrero cargaba el cuerpo inerte de su enemigo. Luego de una encarnizada batalla cuerpo a cuerpo y de un sangriento desenlace, el vencedor envolvió el cadáver del vencido en una sucia bandera que encontró en el campo donde lidiaron por el honor de las casas reales que defendían, y se lo llevó para cumplir con el ancestral ritual que se llevaba a cabo desde tiempos inmemoriales con los cuerpos de aquellos guerreros vencidos y muertos, pero cuyo coraje y capacidad técnica en el combate no debían perderse en las entrañas de una tumba y los tubos digestivos de las alimañas que darían cuenta de sus putrefactos cuerpos.

El guerrero llevó el cuerpo de su rival al altar familiar. El hombre se sacó su traje de combate, dejó su espada y su daga, se colocó una túnica, y se dispuso a empezar con el ritual. El hombre desvistió por completo el cadáver de su enemigo, para poder lavarlo con cuidado y eliminar todo vestigio de sangre y vísceras; por la violencia del combate debió recurrir a una gruesa aguja y un cordón delgado en vez de hilo para cerrar los numerosos cortes en piel, abdomen, tórax y cuello. Una vez terminado el proceso acostó el cuerpo en el altar familiar, y sacó la maleta de cuero de carnero negro con los materiales para cumplir su cometido. De ella sacó un paño negro absorbente sobre el que colocó dos ganchos curvos largos y una botella de vidrio sucio llena hasta la mitad con un brebaje de color indefinible.

Sin mediar ceremonia ni aspavientos, el hombre metió los ganchos por las fosas nasales del cadáver empujándolos hasta el fondo del cráneo, para luego girarlos en seis sentidos según había aprendido y vaciar por completo el cerebro. Acto seguido, y mientras recitaba una oración pegada al vidrio de la botella, el hombre vació su contenido en ambas fosas nasales, para de inmediato alejarse. Un par de segundos después el cadáver empezó a tomar una coloración grisácea y luego de un espantoso y agudo grito, abrió los ojos convertido en un sirviente sin voluntad propia. La conversión estaba completa, y ahora el guerrero tenía un esclavo guerrero que pelearía junto a él en el campo de batalla.

Una semana después el campo de batalla estaba en tenso silencio. En las colinas que flanqueaban el valle donde se llevaría a cabo la carnicería en nombre de sus respectivas majestades, se desplegaban los ejércitos rivales, listos a dejarse llevar por el frenesí descontrolado de saber que era imprescindible matar para intentar no morir dicha jornada. En uno de ellos, decenas de guerreros de piel grisácea y mirada perdida hacían la primera línea de choque para avanzar contra los rivales: el efecto psicológico en el ejército rival de los cadáveres vivientes de quienes fueron antes del propio bando atacándolos ferozmente, y el desplegar dicha línea de guerreros como avanzada para disminuir las bajas en la primera oleada, daba una ventaja que podía ser decisiva en el desarrollo de la guerra.

A la orden de los comandantes de las tropas, un grito al unísono por ambas partes hizo eco en el valle: la señal del principio del fin había sido dada, y ahora sólo quedaba batallar y tratar de sobrevivir lo más entero posible. Las primeras líneas de guerreros de cada bando se lanzaron corriendo desenfrenados hacia el valle en busca de sus rivales para empezar la matanza. Los cadáveres vivientes se movían ágilmente cerro abajo, siendo seguidos por sus guerreros creadores, para hacer verdaderas mancuernas en el campo de batalla y así debilitar lo suficiente a las tropas rivales para luego iniciar la carga de caballería. El guerrero seguía orgulloso al enemigo converso, seguro que la técnica combinada de ambos los convertiría en leyenda esa fría mañana. De pronto, el cadáver viviente giró sobre su eje y descargó un preciso golpe de espada que hizo rodar la cabeza de su creador, dejando estupefactos al resto de los soldados, pero sin detener el avance de los otros conversos: lamentablemente para las aspiraciones del guerrero, su aprendizaje no había sido el adecuado, y aquel séptimo giro de ganchos dentro del cráneo del cadáver que olvidó hacer, dejó intacta la memoria de quien debía convertirse en su sirviente, y convertirlo en un campeón.

miércoles, octubre 19, 2016

Casona

Macarena miraba con tristeza a través de la ventana de la sala de estar de su casa. Aquella mañana sería tal vez la última de su existencia en su hogar, por lo que debía aprovecharla al máximo. Fuera de la reja aún quedaban algunos carteles de protesta de los grupos que luchaban por la preservación del patrimonio de la ciudad, que no habían sido capaces de revertir la última orden judicial. La vieja casona de ciento cincuenta años estaba condenada a muerte, y esa mañana se llevaría a cabo su ejecución.

Macarena sentía que parte importante de su vida se iría con esa casona. La vieja edificación había soportado terremotos históricos y un par de incendios, y ahora sucumbiría bajo una maquinaria que buscaba hacerla desaparecer a la brevedad para de inmediato empezar la construcción de un nuevo condominio, que llevaba un par de años esperando por brotar y crecer como maleza en donde otrora hubiera un tranquilo barrio residencial, y que ahora albergaba hileras de torres de decenas de pisos, para poder dar cabida a la mayor cantidad de clientes en el menor espacio posible, haciéndoles creer que vivir en ese hacinamiento merecía llamarse vida. Macarena tocaba las paredes de su vieja casa, y sentía que ella tenía más vida que cualquiera de quienes llegarían a habitar los nuevos departamentos, y mucha más aún que quienes decidieron destruirla para borrar todo vestigio del pasado y darle paso a la sobrevalorada modernidad.

Macarena se paseaba nerviosa. Hacía un rato había llegado un pequeño grupo de defensores del ´patrimonio con nuevas pancartas y megáfonos para dar la última batalla por su hogar; sin embargo, apenas cinco minutos después un piquete de policías se encargaron de dispersarlos, para que a los pocos minutos llegaran los camiones de la empresa de demoliciones, quienes desmontaron la reja, tapiaron con paneles el límite con la vereda, y abrieron paso a la maquinaria encargada de derribar todo a su paso.

Macarena estaba angustiada. El hogar que la había visto nacer a ella, a sus hermanos, sus padres, sus abuelos y bisabuelos, estaba a punto de convertirse en un terreno baldío. Ninguno de sus esfuerzos había valido la pena, y ahora se encontraba en uno de los momentos más inciertos desde que tenía memoria: había perdido las batallas, la guerra, y ahora no quedaba más que aceptar la derrota y todo lo que ello implicaba.

Tres horas más tarde, y luego de inspeccionar por completo la casona, el encargado de la demolición dio el vamos, y la primera de las máquinas atacó con violencia la pared que daba a la calle, la que opuso toda la resistencia posible, misma que le había servido para sobrevivir un siglo y medio de terremotos; apenas algunos segundos bastaron para que empezara a crujir todo, y que dicha pared cediera desde sus cimientos para empezar una silenciosa caída que se vería coronada por el estrepitoso sonido de los restos azotándose contra el suelo. Afuera los gritos de furia de quienes intentaron detener la destrucción de la última vivienda en pie del siglo XIX en el barrio se ahogaban en el rugido de los motores de las máquinas que no darían tregua hasta arrasar con todo a su paso.

Macarena miraba con tristeza a través de la ventana de la sala de estar de su casa. En ese instante la máquina pasó por encima del muro, reventando la ventana y haciendo desaparecer la pared principal de la sala de estar, mientras Macarena se mantenía paralizada, sin saber qué debía hacer en ese momento. La casa que la había albergado los treinta años de su vida, y los cincuenta años desde que se había suicidado estaba desapareciendo, y no sabía qué haría su alma en pena ahora que no tenía un lugar donde penar, cuando aún no había sido capaz de encontrar el camino hacia la eternidad.