Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, enero 30, 2008

Vista

Sus ojos no lograban enfocar el campo visual frente a sí, era difícil ver tan de cerca y sin ayuda. Lograba notar un tejido grueso, como las fibras de un canasto, pero no estaba seguro. El resto era sólo una extraña mezcla de algo rojo y un líquido espumoso que no sabía identificar. Parecía estar rodeado por otros, pero tampoco estaba seguro… de hecho en ese instante no había muchas cosas seguras en su realidad. El calor, la humedad y la incertidumbre lo agobiaban, haciendo que los segundos parecieran horas.

De pronto alguien lo tomó por el cabello, alejándolo de esa incómoda posición y permitiéndole aclarar algo su vista. Bajo él estaba el cesto que ahora identificaba con facilidad, con dos o tres cabezas en él; enfrente, una turba enardecida celebraba al verlo; tras de sí, y de quien lo sujetaba, la guillotina y su cuerpo: nadie le dijo que la muerte no era instantánea…

miércoles, enero 23, 2008

Última

-¿Qué haces?
-Oigo cantar las almas por última vez.
-¿Y ahora?
-Miro la luz divina por última vez.
-Ah… ¿y ahora?
-Huelo el espacio infinito por última vez.
-¿Y qué más?
-Siento el bien a mi alrededor por última vez.
-¿Y ahora?
-Grito sin molestar a nadie por última vez.
-¿Falta algo?
-Sonreír desde mí y para mí por última vez.
-¿Estás listo?
-Sí, estoy listo.
-Bien, llegó la hora de nacer por última vez.

miércoles, enero 16, 2008

Anciana

En el bullicio insoportable del centro económico de la ciudad, una anciana camina algo encorvada. Los años han dejado su huella en ella: diez centímetros menos de cuando joven, veinte kilos más, oscuridad donde todos ven luz, silencio en medio del bullicio. Es tal vez la única incapaz de escuchar la mezcla insoportable de bocinas, gritos, sirenas, y el barullo que hace todo el mundo al caminar y hablar consigo mismo. La anciana camina sin rumbo; pese a sus limitaciones es capaz de mantener su paso cancino a través de las calles de la ciudad. Su rostro se mantiene impávido mientras avanza a través del mar de gente; nada de lo que sucede a su alrededor es capaz de sacarle alguna expresión, tal vez por su ceguera y sordera.

La anciana sigue su errático caminar. De vez en cuando su mano toca a alguno de quienes caminan a su alrededor. Hombres, mujeres, ancianos, incluso algunos niños y hasta un bebé sienten el roce suave pero seguro de su mano. Su caricia no es al azar: si bien es cierto su marcha no tiene punto de llegada, sí tiene un fin como tal. Los años la han desgastado y dificultado su misión, pero no por ello puede dejar de cumplirla. Sin su toque, se rompería el ciclo vital en el eslabón final. Sin la muerte, la vida no es tal.

miércoles, enero 09, 2008

Decisión

-¿Qué puedo hacer?
-Reacciona.
-No sé cómo.
-Sí sabes, pero no quieres, o más bien no te atreves.
-Pero ¿por qué?
-Porque reaccionar implica darte cuenta de tus errores, asumirlos y buscar soluciones.
-Llevo años buscando soluciones para otros y siempre las encuentro. Pero no funciona conmigo.
-Aplica lo que usas en otros.
-No… no sé… es que son tantas cosas… aunque tal vez…
-¿Tal vez qué?
-Tal vez puedo cambiar un dolor mayor por otro menor y recomenzar.
-¿Viste que se puede?
-Sí, está decidido.
-Espera, ¿para qué la pistola?
-La bala duele menos que la realidad…

miércoles, enero 02, 2008

Décimo

El viejo hombre seguía sentado en el banco de la plaza, mientras la vida seguía a su alrededor. Un perro se acercó a olerlo y se alejó, un par de palomas comieron algunas migas que quedaban en el piso bajo él, un basurero vació el contenedor de esa esquina, un ladrón corría perseguido por dos policías. Pero la vida parecía no importar para él; luego de sesenta y tres años en el planeta se había dado cuenta de su intrascendencia, por lo que decidió dejarse estar hasta que el destino dijera que era el tiempo. De eso ya habían pasado siete años, en los cuales no había hecho nada más que pensar sin encontrar respuestas a los nueve ciclos previos de siete años que había vivido.

Su apariencia no pasaba inadvertida: no era frecuente ver a un viejo sentado en la plaza con un terno de esa calidad. Al parecer le había ido bien y ahora estaba cosechando su siembra de joven. Y pese a no sonreír no parecía triste ni enojado, sino meditabundo. Algunos decían que era un sabio, que ya casi llevaba siete años meditando en esa plaza.

El viejo hombre seguía sentado en el banco de la plaza. De pronto su semblante cambió: había descubierto su modo de trascender. Esos siete años pensando (que justo se cumplían ese día) podían serle útiles a alguien más. Sí, escribiría, grabaría o filmaría toda su sabiduría alcanzada en ese tiempo. Mas justo al decidir, la inmortalidad le dijo a su corazón que el tiempo había llegado. Quienes encontraron su cadáver en la plaza contaban que en su cara había una mezcla de alegría y frustración.