Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, enero 31, 2018

Cerro

La joven mujer había subido a trotar al cerro temprano esa mañana, como todas las mañanas. Ataviada con una vistosa vestimenta que la hacía visible desde todos lados, la joven mujer trotaba segura y a tranco firme en el poco empinado cerro, lo cual le servía para conservar su figura y de paso para mantener sano su corazón y sus músculos. La vista de la ciudad además era un plus, haciendo su recorrido entretenido al ver cómo lentamente la iluminada ciudad empezaba a perder sus luces en la medida que la luz del sol inundaba todo a su alrededor.

La joven mujer iba pasando por la parte más pesada del cerro, donde el camino estaba más empinado y la huella estaba cubierta de una tierra gruesa y llena de piedrecillas, lo que hacía de ese sector el más lento y pesado para avanzar. Esa mañana su corazón estaba algo más cansado que de costumbre, lo que la obligó a detenerse a tomar algo de líquido antes de seguir con su ejercicio. De pronto una extraña y fuerte ventolera que venía desde el plano la desequilibró un poco, haciéndola trastabillar y obligándola a sentarse a descansar definitivamente un rato: en ese instante pudo contemplar de nuevo la belleza de la naturaleza en su máximo esplendor en ese oasis en medio de la ciudad. Una vez que recuperó el aliento, la joven mujer continuó con su trote.

La joven mujer seguía ascendiendo el cerro al trote. Esa mañana había salido sin su teléfono por lo que no tenía música para escuchar; cuando ello sucedía, sus oídos se llenaban con los sonidos de la naturaleza, cosa que había notado que esa mañana no sucedía: toda la fauna parecía estar en silencio, como si estuvieran dormidos, escondidos, o se hubieran ido. Es más, salvo la ráfaga de viento que la desequilibró, no corría brisa alguna que sonara en sus oídos y le permitiera conectarse con la naturaleza en esa mañana.

La joven mujer estaba a cincuenta metros de la cima del cerro. En ese instante una nueva y más violenta ráfaga de viento la volvió a desequilibrar, junto con un potente haz de luz, demasiado fuerte para corresponder con la luminosidad del sol a esa hora de la mañana; la joven mujer giró hacia el plano y quedó estupefacta con lo que estaba frente a sus ojos. A varios kilómetros de distancia pero en plena ciudad se erguían dos imponentes hongos radioactivos, uno más lejano que el otro. La joven mujer no quería dar crédito a lo que estaba viendo; de pronto el bramido de un avión se sintió sobre su cabeza, y un par de segundos después un nuevo destello y una nueva ráfaga de viento terminaron por sepultar sus dudas.  

miércoles, enero 24, 2018

Conocidos

El viejo hombre miraba por la ventana del bar hacia la calle. Su incidental acompañante acababa de irse, y el viejo hombre había quedado nuevamente solo, a merced del personal que ya conocía hace años, y que siempre lo atendía de buena gana. El hombre estaba terminando su trago y un plato pequeño de papas fritas, por lo que luego pediría una nueva bebida para seguir calentando la noche y alargar su permanencia en el lugar. La noche en ese instante estaba agradable, por lo cual no le faltaban ganas ni motivos para estar más tiempo en su bar de costumbre y con la gente que estimaba.

El viejo hombre vio cómo su plato y su vaso de pronto estaban vacíos, y decidió pedir una nueva bebida. Discretamente le hizo una seña al barman quien de inmediato entendió y le preparó su bebida de siempre. Dos minutos después el trago fue llevado a su mesa por una muchacha que él no conocía. Sin darle mayor importancia siguió bebiendo y mirando el entorno, a ver si su mirada se cruzaba con la de alguien para entablar conversación y tener nuevamente compañía incidental en el lugar. Sin darse cuenta se había bebido el trago demasiado rápido, por lo cual miró a la barra nuevamente.

El viejo hombre estaba algo confundido. El barman lo vio a la distancia y comprendiendo su seña, le preparó su trago de siempre. Dos minutos después se lo llevó a la mesa otro mesero, nuevamente desconocido; el viejo hombre entonces empezó  a mirar al personal, y de pronto cayó en cuenta que nadie de los que estaban a esa hora de la  noche eran conocidos, lo que era extraño pues al llegar al lugar estaban los mismos de siempre. El viejo hombre miró a la barra, donde seguía el barman de siempre, quien lo volvió a saludar con una seña. Desconcertado el viejo hombre fue al baño; al volver a su mesa, había una mujer atendiendo la barra.

El viejo hombre no entendía nada. Con temor levantó la mano, acudiendo de inmediato un mesero desconocido a quien le pidió su trago, el cual fue despachado de inmediato. Un par de minutos más tarde el viejo hombre se dirigió de nuevo al baño para mojarse la cara y tratar de despejar su mente; al entrar al lugar le pareció diferente al baño que conocía hace años. Al salir del baño, se encontró con un bar completamente desconocido para él. Al pedir la cuenta, se encontró con que no tenía cuenta registrada en el sistema. Al salir del bar, se encontró en una calle desconocida, en un barrio que no recordaba, y sin saber cómo volver a su hogar.

miércoles, enero 17, 2018

Nada

El viejo hombre miraba a la nada. Sentado en su escritorio el hombre estaba esperando en silencio a que empezara su jornada laboral, mientras su mente divagaba en los oscuros rincones de su pasado y en sus planes a futuro. Nunca hasta ese entonces había tomado conciencia de sus estados de concentración en sí mismo, y de pronto se dio cuenta que eran más recurrentes que lo que se había imaginado. De hecho en ese momento el viejo hombre cayó en cuenta que gran parte del día lo pasaba divagando, y que gran parte de las ideas que salían de esos tiempos eran negativas o lisa y llanamente autodestructivas.

El viejo hombre miraba a la nada. Frente a sus ojos desfilaban los hechos de su pasado, sus triunfos, sus derrotas, sus alegrías y sus penas, sus logros y frustraciones, su todo. Estaba conforme por todo lo que había logrado y lo que había perdido, pero sentía que aún tenía hechos que aportar a su evolución, que le faltaban cosas para sentirse satisfecho del todo con su vida. El hombre sentía que tenía experiencias de sobra, pero que aún le faltaban cosas por vivir: la vida era un libro abierto, y él aún tenía ganas de seguir escribiendo en las páginas en blanco que quedaban.

El viejo hombre miraba a la nada. El futuro se desplegaba frente a sus ojos como un árbol de posibilidades, donde cada rama era una decisión diferente. Él no estaba partiendo de cero, tenía una historia tras él desde la cual planificar los hechos por venir, y que le servían para poder tomar decisiones adecuadas en pos de sus objetivos. Él no esperaba a que el futuro le dijera que vendría, él planificaba su futuro, y tenía el cuidado de tomar varias decisiones para tener todos los cabos atados y no encontrarse con sorpresas sobre la marcha; él ya no estaba en edad para sorpresas.

El viejo hombre miraba a la nada. De pronto su mente volvió en sí y se dispuso a empezar a trabajar; en ese instante el hombre miró a todos lados y sólo vio oscuridad por doquier. El viejo hombre estaba desconcertado; de pronto su instinto lo hizo mirar hacia abajo y a lo lejos vio su cuerpo inerte sobre el escritorio de su trabajo, mientras algunos compañeros lo zamarreaban y otros se daban vuelta y empezaban a llorar. Definitivamente esa divagación fue demasiado larga, y era la única que no cumpliría sus objetivos.

miércoles, enero 10, 2018

Salida

La joven mujer se movía apurada en su departamento para salir a la hora de su hogar y llegar a tiempo al trabajo. Esa mañana se había levantado dos minutos más tarde lo que había retrasado en dos minutos su planificación matinal, haciéndola correr el riesgo de no alcanzar a tomar el bus que tomaba todos los días a la misma hora. Luego de peinarse más rápido que de costumbre y desayunar a la carrera, tomó su bolso de mano, la lonchera en que llevaba su colación, y se dispuso a salir por la puerta de entrada, no sin antes dejar cortado el gas para evitar riesgos innecesarios.

La joven mujer tomó la manilla de la puerta de la entrada, abrió la puerta, salió por ella y la cerró tras de sí casi sin pensar; sin embargo al mirar a su alrededor se dio cuenta que había entrado a su dormitorio, y la puerta que había cerrado tras de sí era la de su propio baño. La mujer se notaba algo extraña con la situación, pero sin darle más vueltas se dirigió a la puerta de entrada para ahora sí salir por ella al pasillo del piso en que vivía, poder tomar el ascensor y dirigirse a su lugar de trabajo.

La joven mujer estaba confundida: luego de cerrar la puerta se encontró en la cocina de su departamento, y la puerta que había cerrado era la de la logia. La joven mujer miró su reloj y vio cómo ya habían pasado tres minutos, pensando en que su bus ya estaría en el paradero y que con ello indefectiblemente llegaría tarde esa mañana al trabajo. La mujer corrió a la puerta de la entrada, salió por ella, la cerró y miró a su alrededor: estaba parada en el pasillo de su departamento, y la puerta que había cerrado era la de su baño.

La joven mujer estaba ahora sentada al lado de la puerta de entrada de su departamento, en el suelo. Luego de intentar salir en varias ocasiones y no lograrlo, estaba pensando qué hacer para poder seguir su vida. En ese momento abrió desde el suelo la puerta, viendo efectivamente el pasillo al que daban todas las puertas de los departamentos del piso y al fondo la inconfundible puerta del ascensor con sus botones iluminados y la pantalla donde se indicaba en qué piso se encontraba. La mujer decidió salir gateando del departamento, traspasó el dintel de la puerta, se dio vuelta para cerrarla y al volver a mirar donde debería estar el pasillo se encontró de lleno saliendo del closet de su dormitorio.

La joven mujer estaba desesperada. Sin saber qué hacer para terminar con ese ciclo tomó la peor decisión que podía tomar: se acercó a la ventana de la terraza, se sentó en su borde y se dejó caer al vacío. En menos de un segundo se había golpeado la cabeza con el piso del dormitorio, encontrándose con los pies en la ventana de dicho lugar. La joven mujer cayó en cuenta que estaba presa de su departamento, y que no había nada que pudiera hacer para liberarse de ello.

miércoles, enero 03, 2018

Babel

El viejo hombre digitaba un documento en su computador. A media mañana ya sus dedos estaban lo suficientemente calientes como para tener una velocidad alta para digitar y permitirle avanzar con el trabajo del día. El texto era un resumen de varios otros documentos que tenía a su alcance esa mañana, por lo cual cada cierto tiempo hacía pausas para leer los textos y redactar del mejor modo posible las ideas para entregar un texto coherente y entendible para todo el mundo. Ese era el trabajo que llevaba años haciendo, para el cual había estudiado, y el cual ejecutaba de modo correcto, y a veces hasta destacable.

El viejo hombre tenía la vista algo cansada, por lo que decidió pararse a buscar un café antes de seguir con el trabajo. Luego de beberlo volvió a su escritorio, activó la pantalla, abrió el documento correspondiente y empezó a leer. En ese instante el viejo hombre se dio cuenta que frente a sus ojos había un texto sin sentido, con letras puestas como al azar y sin lógica alguna. Inmediatamente empezó a buscar en el editor de texto a ver si se había desconfigurado el documento; en ese instante se dio cuenta que las instrucciones también estaban escritas de modo ilógico.

El viejo hombre estaba desconcertado. Sin saber qué hacer se acercó al compañero más cercano que tenía y le preguntó si alguien se había acercado a su computador en su ausencia. El tipo lo miró con extrañeza, abrió la boca y pronunció tres palabras sin sentido alguno para el viejo hombre. En ese instante el viejo hombre empezó a escuchar con algo más de atención las conversaciones que se llevaban a cabo a su alrededor: nada de lo que escuchaba era lógico o comprensible, todo el mundo hablaba en un lenguaje extraño, que no se parecía a ningún idioma del que el viejo hombre pudiera reconocer alguna palabra.

El viejo hombre se acercó a la oficina de su jefe, esperó a que éste hablara por teléfono, y en ese momento le hizo un gento mostrando su abdomen y poniendo cara de dolor, a lo cual su jefe respondió con un gesto para que se fuera. El viejo hombre se dirigió a una librería, entró, buscó la sección de libros para niños y encontró algo parecido a un silabario. Sin hablar lo pagó y se fue a su casa, para empezar a aprender el nuevo lenguaje que le había tocado vivir a partir de esa mañana.