Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

lunes, diciembre 21, 2020

Canario

 El canario llevaba viviendo en esa jaula cerca de cinco años. El ave sabía que su dueña era una humana de edad que vivía junto a un humano más joven al que trataba de hijo. El canario vivía tranquilo en su jaula, dentro de un departamento bien temperado en invierno y fresco en el verano. Su vida era comer, dormir, cantar y acompañar a su humana desde su jaula, y al menos hasta ese momento, había desempeñado sus labores tal como era esperable para un ave de su especie.

 El humano más joven parecía ser el que llevaba el orden. Él destapaba su jaula en la mañana y la tapaba por la noche; él le daba agua para bañarse y beber y rellenaba regularmente su caja de alpiste; él también limpiaba su jaula de vez en cuando. Su dueña era la que se entretenía con él: le hablaba cosas que no entendía, le cantaba o tarareaba canciones mientras él la miraba en silencio tratando de entender qué se suponía que tenía que hacer él frente a una tarea que se suponía él debía llevar a cabo; de vez en cuando le daba queque de chocolate, galletas o hasta trozos de hamburguesa para que comiera, y en algunas ocasiones lo llevaba a otra habitación donde lo olvidaba, hasta que el humano joven volvía al hogar y lo llevaba de nuevo donde estaba ella.

 Esa semana había sido extraña. La humana dejó de cantarle, hablarle o darle comida, el humano joven pasaba más tiempo con ellos, y se preocupaba por su dueña. De pronto aparecían desconocidos que le hablaban a su dueña y al humano joven y luego se iban. Una mañana su dueña estaba en cama, en silencio; de pronto apareció el humano joven, la miró, lloró en silencio y empezó a hacer llamadas. De pronto muchos humanos llegaron al lugar, miraban a su dueña, la vestían, la arreglaban, hasta que de pronto se la llevaron. El humano joven lo sacó de donde estaba a otra habitación. De pronto empezó a aparecerse de vez en cuando, le daba comida y agua y se iba. Su dueña no volvió a aparecer.

 Una tarde el canario estaba comiendo. De improviso apareció frente a él su dueña; la mujer se veía más joven, y mucho más tranquila que cuando había dejado de cantarle. La humana le cantó la canción de siempre, de pronto sus dedos traspasaron la jaula, el canario sin dudarlo se posó en uno de ellos. La humana sacó la mano de la jaula y colocó al canario en su hombro. El ave se fue cantándole en el hombro mientras viajaban a un lugar que el ave jamás había visto. Mientras tanto en el departamento quedaba la jaula, el agua, la comida, y el cuerpo sin vida del canario.

viernes, diciembre 11, 2020

Mariposas

 Una pequeña y grácil mariposa aleteaba sus alas sin parar. Sin tener conciencia alguna del porqué, las fuerzas invisibles de la tierra le hacían batir sus alas lo más fuerte posible para que su breve existencia tuviera algún sentido. Su cerebro no era lo suficientemente grande para elucubrar teorías o plantearse objetivos, apenas le daba para captar las señales electromagnéticas del planeta que habitaba e interpretarlas para traducirlas en acciones simples. Y en ese instante el planeta le decía ve, bate tus alas antes de morir y convertirte en parte mía.

La mariposa seguía batiendo sus alas. De pronto y de la nada veinte mariposas más se acercaron a ella y empezaron a batir sus alas. La primera mariposa entendió que estaba captando adecuadamente las señales de la tierra pues sus compañeras empezaron a hacer lo mismo que ella, sin necesidad de comunicarse entre sí. Ahora veintiuna mariposas batían sus alas al unísono, haciéndole caso al planeta.

Al poco rato eran miles las mariposas que, sostenidas en el aire en el mismo lugar, batían sus alas apuntando hacia el mismo lugar. Todas sabían que estaban haciendo lo que debían, pues todas hacían lo mismo en el mismo lugar. La vida de las mariposas es breve, por lo que debían batir sus alas todo el tiempo que pudieran antes de morir, porque el planeta lo ordenaba. A cada instante llegaban más y más mariposas a batir sus alas, porque el planeta lo ordenaba y había que obedecer, pues las mariposas se deben al planeta que habitan.

Dos horas más tarde eran millones de mariposas las que batían sus alas sin parar en el mismo sentido. Ninguna entendía por qué lo hacía, pero simplemente lo hacían todas a la vez. Tal era el número de mariposas agitando sus alas, que de pronto se generó una tenue brisa. Esa brisa llegó al mar, haciendo que una ola se devolviera y empezara un camino en reversa, hacia el mar. Esa ola que avanzaba contra el mar empezó a arrastrar otras olas en reversa, haciendo que el mar empezara a viajar hacia el otro lado del mundo. Al poco rato la ola había crecido lo suficiente como para invertir por completo el sentido de viaje del mar. Siete horas más tarde el maremoto más grande que se haya visto en el planeta, con olas de más cien metros de altura y de miles de kilómetros de ancho azotaron al continente al otro lado del océano, acabando con más de la mitad de la población humana y animal del planeta. Del otro lado del océano, en la costa, millones de mariposas yacían muertas esperando unirse al planeta que las cobijó y al que tan bien sirvieron.


viernes, diciembre 04, 2020

Ciudad

 Voces. Muchas voces. Muchas voces se escuchaban en el pasillo hablando al mismo tiempo. Ninguna parecía escuchar a la otra, pero todas hablaban de lo mismo. El pasado era el tema en común de todas las voces. Ninguna hablaba del futuro. Ni siquiera del presente. Todo era lo que hice, lo que fui, lo que gané, lo que perdí. Todas las voces hablaban al mismo tiempo acerca de sus pasados, con añoranza, con alegría algunas, con tristeza la gran mayoría: ninguna guardaba silencio, no había espacio para el silencio en ese lugar.

Todos pasaban despiertos todo el día y la noche. Ninguno necesitaba dormir, el sueño no era tema en ese lugar. Los sueños tampoco. El único y principal sueño era recibir visitas. La gran mayoría ya no las recibía, llevaban demasiado tiempo ahí, por lo que ya habían sido olvidados, o porque sus visitantes ya los acompañaban en ese lugar. Con el tiempo todos se mudan para descansar y hacerse compañía. Nadie estaba solo, pese a que todos estaban solos en ese lugar.

Niños. Por todos lados haciendo ruido. Muchos corren y juegan día y noche, saltan, se esconden. Otros están en silencio, mirando, simplemente mirando a todos y a la nada. Hay de todas las edades, de todas las vestimentas. Cada cual carga a cuestas una historia, pero los niños no conversan de historias, ellos simplemente juegan. No paran de jugar.

El lugar está repleto de ancianos. Sin embargo, la mayoría se ven jóvenes para el entorno. Entre ellos si se conversa, se conversa mucho, tal vez demasiado. No son como los jóvenes que no se escuchan entre sí. Ellos se dan el tiempo de escuchar las historias del resto, para luego poder ser escuchados. Ellos tienen muchas historias. Ellos cuentan sus historias cada día, una y mil veces, a sabiendas que los otros ancianos las escucharán con atención, para luego poder ser escuchados.

Todos llegaron acompañados al lugar, para luego quedar solos. Y en esa soledad empezaron a conocer a sus vecinos, a interactuar con ellos, a entender su nueva realidad. Los que llevan menos tiempo reciben visitas más periódicas. Les llevan flores, les cuentan historias, les rezan, lloran su ausencia. Y ellos se quedan ahí por el resto del tiempo, hasta el final del tiempo. Las necrópolis son así, llenas de historias, de pasado, de recuerdos, y de flores.