Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, marzo 31, 2010

Historia de Sangre: Hogar

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo III: Hogar

Su vida había cambiado. Las excursiones de caza ya no eran lo de antes. Ahora eran a un solo sitio, y en pocos minutos obtenía lo que necesitaba y más. Además de la comida, los animales de su clase tenían muchas cosas que le estaban facilitando la vida. Cuerdas, objetos de metal para diversos usos, animales que hacían parte del trabajo pesado en vez de ser fuente de alimentación… pero había dos cosas que llamaban fuertemente su atención. Una era la comunicación: aún recordaba de sus padres y hermanos algunas palabras, pero no las había practicado por vivir solo. Al escuchar hablar a los animales, su memoria lentamente se activó, y empezó a recordar lo que significaban algunos términos; una vez, inclusive, antes de matar a una de sus presas intentó hablarle, pero el sonido que salió de su boca semejaba más un rugido que una palabra. Debía entrenar, escuchar y practicar a solas para mejorar esa capacidad escondida: en su fuero interno sabía que, en algún instante de su existencia, habría de servirle para… algo.

La segunda cosa que ocupaba su mente, y que venía de la primera incursión a la villa de los animales de su clase era la casa de piedra… esa imagen no se despegaba de él ni a sol ni a sombra. Varias veces se había descubierto en las sombras de la ciudad mirando absorto la primera casa, sin preocuparse de ser atacado o atrapado (en realidad, con lo débiles que eran no importaba de todos modos) o de quedarse sin cena. Sabía que de un u otro modo esa casa de piedra se había transformado en un objetivo importante para su vida, pero también en un problema. Se había dado el tiempo de seguir a los humanos (así se hacían llamar) y vio cómo extraían rocas de un sitio sin vegetación. Transportaban entre varios las rocas elegidas hacia la villa. Luego las cortaban y pulían con sus herramientas de metal, las distribuían en el suelo y empezaban a pegarlas con una mezcla extraña; así, corrida tras corrida iba creciendo la casa. No parecía difícil… no tanto… Luego de cazar a los constructores y obtener de ellos el secreto de la mezcla y las herramientas, se dirigió a su casa de troncos para empezar a planificar la construcción de su obsesión.

A la mañana siguiente aún no sabía de dónde sacar las piedras para su proyecto. No era fácil encontrar piedras sobre… ¿y si usaba la misma losa? Si esa losa lo había protegido por tantos años, ¿no daría acaso el material preciso para hacer su sueño realidad? Claro, era lo ideal pero probablemente no sería tan simple. Si era tan poderosa para protegerlo, probablemente era casi indestructible… y si la lograba romper, podía perder sus propiedades, y quedaría un agujero de proporciones… Pero era un riesgo que valía la pena correr: si había podido sobrevivir años atrás de niño sin ayuda de nadie… sólo de la losa… si se equivocaba debería partir de cero… bueno, el deseo era mayor que la prudencia, y había que hacer el intento.

La idea de picar la losa con el fierro más grande, tal como lo hacían los humanos, fue la primera que intentó: sólo sus veloces reflejos impidieron que el trozo de herramienta se le enterrara en la cara. Una a una destrozó las herramientas más grandes, y se dio cuenta que intentar con las pequeñas sería simplemente perder el tiempo. Un extraño sentimiento lo invadió: la sensación de no poder lograr algo en su vida le era desconocido. Por primera vez en su vida sentía impotencia… y luego la ira se apoderó de él. Un rugido destemplado que se escuchó a cientos de metros de distancia y que espantó a todas las aves del bosque fue seguido por un impresionante puñetazo a la losa, que estremeció el piso completo. Luego de mirar su mano y cerciorarse que sus huesos estaban en su lugar y enteros, miró la losa: lo que ninguna herramienta pudo, su mano y su ira lo hicieron a la primera. Toda esa tarde se dedicó a golpear con sus puños la losa, hasta lograr la cantidad suficiente de piedras para hacer a lo menos un muro. El agujero que había quedado en la losa era gigante, pero ese problema lo solucionaría más adelante. Por ahora bastaba con dejar las piedras junto a su casa de troncos, y al día siguiente empezar a planificar el resto.

Temprano en la mañana, como de costumbre, se levantó completamente descansado; eso era una buena señal, por lo menos la losa que quedaba debajo de su casa seguía manteniendo sus propiedades regenerativas. Su mente inmediatamente se concentró en las piedras y el agujero que había dejado. Al salir de la casa, sus ojos no daban crédito a lo que veían: las piedras estaban donde las había dejado, pero el agujero había desaparecido. Parecía que la losa hubiera generado más losa durante la noche… pero eso no era problema para él, desde que llegó al lugar aprendió que la losa era un objeto demasiado complejo para ser asimilado por su entendimiento, y por ende, todo lo que de ella surgiera se aceptaba ciegamente. Simplemente recordó los pasos seguidos por los constructores para hacer la mezcla que uniría sus piedras y concretaría su sueño, y dejó los misterios en el olvido…

miércoles, marzo 24, 2010

Historia de Sangre: Cazador

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo II: Cazador

Ya llevaba cerca de diez años viviendo en la losa. Su choza se había transformado en una casa de gruesos troncos, con las comodidades suficientes para cualquier depredador. Ya había olvidado su lengua, pues no tenía con quién hablar, y su familia era un cúmulo de imágenes tan vago como el sueño del paraíso de los guerreros. Si bien es cierto recordaba que había animales similares a él, no significaban nada más que potenciales presas o enemigos.

Sus incursiones de cacería eran todas de noche y todas victoriosas. Su dieta era estricta: animales crudos, su carne y su sangre. No necesitaba, como otras bestias, de buscar agua para beber o diversificar su alimentación. Sus presas le daban todo lo que él necesitaba. Y cada vez era más y más fácil cazar: había crecido con rapidez, sus músculos eran gruesos y poderosos tal como sus dientes. Su boca estaba levemente deformada para dar cabida a trozos más grandes de carne, y sus colmillos se habían desarrollado de un modo tal que eran lo suficientemente grandes como para alejarlo de la definición de humano (lo que para él no significaba nada).

Día a día su apetito crecía junto con su envergadura. Ya no cazaba felinos ni animales pequeños: necesitaba presas grandes para saciarse, y cada vez el hambre volvía a él en menor tiempo. Y su habilidad para cazar había provocado un efecto devastador en el área circundante: los animales ya no se reproducían a la velocidad necesaria para reemplazar a sus presas, y muchos de los que se salvaban de sus incursiones migraban lo más lejos posible para lograr mantener las especies en el tiempo. Los había intentado seguir, pero se alejaron demasiado de la losa y su casa. Al parecer la única alternativa posible era buscar otro tipo de presas en las cercanías de su hogar…

Esa noche era la noche decisiva. Se alejaría un poco más de su refugio a ver qué podía encontrar para comer que no migrara tan rápido y lo mantuviera satisfecho por más tiempo. La oferta que la naturaleza le daba era sólo más de lo mismo: el problema es que su olor era señal de alerta para las manadas, y eso lo llevaba a llegar casi siempre tarde, o a correr y a acechar demasiado para obtener escasas recompensas. Por lo tanto dejaría por esa noche a las manadas de costumbre, e intentaría ver si más allá había algo más para él. Cerca de la medianoche sus pasos lo guiaron hacia una villa. Sus casas eran más elaboradas que la de él, pero cumplían el mismo cometido. Había caminos aplanados, algunos con piedras ordenadas en filas en el suelo. Se veía claridad dentro de algunas casas. Inclusive unas pocas casas no eran de troncos sino de piedras… pegadas una sobre otra y una al lado de la otra, de bordes rectos para generar más contacto entre ellas… esas piedras le recordaron su piedra… y a lo que había venido.

Agazapado en uno de los muros sólidos de la gran casa, esperó pacientemente la llegada de comida. De pronto, un extraño y altísimo animal sale de dentro de la casa de piedra. Al pasar frente a una antorcha, sus recuerdos de niño se asomaron: era un animal similar a él sobre otro de cuatro patas, como los que tenía su padre… y el animal que iba arriba era de la misma clase que su padre y que él mismo. Estaba algo desconcertado: era obvio que el animal grande de abajo tenía más carne y más sangre, y que por su naturaleza ofrecería menos resistencia que el animal de su clase… pero su instinto, ese que lo había mantenido vivo tantos años, le decía que probara con el animal más pequeño, el de su clase…

Luego que ambos animales se hubieron alejado de la casa de piedra, y llegaran a los límites de la villa, el joven depredador se dispuso a probar suerte. Ágilmente montó un árbol, y cuando jinete y caballo pasaban bajo él, se lanzó violentamente sobre el primero. Si era un animal de su clase, debía tener una fuerza descomunal y ofrecer una batalla digna: esa noche definitivamente necesitaría de su piedra sanadora… pero el animal cayó bruscamente al camino y no se paró más. Tal vez éste era débil, o estaba enfermo. Con alegría notó que seis o siete de los mismos vieron su ataque y fueron en ayuda del caído. Llevaban fierros largos y delgados en las manos, como los que su padre tenía para defenderse; ahora sí habría batalla. Nuevamente usando su rapidez y su fuerza se abalanzó sobre el grupo… y en ese embate acabó con la vida de tres de un solo golpe, mientras los otros tres o cuatro huían despavoridos… ahora tenía cuatro cadáveres para decidir qué hacer. Tomó al primero y le dio una gran mascada: el sabor era distinto al de los carnívoros que él frecuentemente cazaba, mucho más agradable, hasta la sangre era diferente. Pero lo que más le agradó era la sensación de saciedad: luego de engullir sólo a ese, estaba satisfecho. Algo había en esa carne y esa sangre que nutría más que las otras; al parecer había encontrado una nueva fuente alimenticia, más fácil de cazar y más llenadora. Mientras terminaba de saborear los huesos, tomó los otros cuerpos, los cargó sobre sus hombros e inició el feliz retorno a su losa…

miércoles, marzo 17, 2010

Historia de Sangre: Génesis (segunda parte)

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo I: Génesis (segunda parte)

A la mañana siguiente despertó sorprendido. Durmió toda la noche, ningún animal se aventuró a la roca en que él estaba, pese a no haber comido mi bebido no sentía sed ni hambre; tampoco pasó frío aunque no tuvo tiempo de cubrirse con nada. Algo en la roca lo protegió toda la noche: al parecer había encontrado un hogar lejos de su hogar.

Durante el día el hambre y la sed empezaron a arreciar. Había que darle forma a su nueva vida. Recordando su hogar de origen empezó a ver dónde conseguir materiales para hacer una casa. Lo primero era hacer herramientas para su obra… y qué mejor que la piedra que lo cobijó la noche anterior para hacer esas herramientas. Buscó con cuidado y encontró trozos afilados que cumplirían la misión de cortar la madera de los árboles que circundaban la losa donde estaba. El día avanzaba con rapidez, y necesitaba apurar la construcción de lo que fuera para cubrirse, no podía confiar de nuevo en su suerte. Así vio que algunos árboles más pequeños serían más fáciles de cortar y transportar, por lo que el único trabajo mayor sería moverlos desde el sitio de corte a la losa. Sin percatarse del peligro que corría, se acercó a dichos árboles. De pronto, como un rayo, un felino desconocido para él se le lanza al cuello para convertirlo en su presa; gracias a las piedras que traía de herramientas pudo repeler el ataque… pero tarde se dio cuenta que tras el primero venían seis o siete animales más, tanto o más hambrientos que el primero. Pese a su corta edad tenía el instinto para luchar y la fuerza para hacerlo, pero las bestias eran demasiadas y con muchas cacerías en el cuerpo. Una a una las venció, y una a una se lanzaban nuevamente sobre él. Las piedras ayudaban a herir a los felinos y disminuir la fuerza y la intensidad de los ataques, pero sus dientes y garras también mermaban sus capacidades. Finalmente, y poco antes que el sol se escondiera tras el horizonte, logró matarlos uno a uno… pero sus heridas eran demasiadas, y su mente no era capaz de recordar las hojas que su madre usaba para curar a su padre cuando éste salía a buscar comida. Su soporosa mente lo guió, casi por inercia, a la losa. Si iba a morir sería en paz, solo, en silencio, no con cadáveres a su alrededor. Cada vez más débil logró arrastrarse hasta la piedra… esa piedra que horas antes soñaba como su hogar, ahora sería su tumba. Se acostó de espaldas (tenía el pecho y el abdomen demasiado cortado y sangrante para soportar el peso de su cuerpo) y se dedicó a mirar las estrellas: quería que esa fuera su última imagen antes de partir… las mismas estrellas que su padre usaba como guías y su madre, como inspiración para las canciones que hace poco lo arrullaban… ellas lo arrullarían esa noche para su último sueño, y lo guiarían en el camino al paraíso de los guerreros…

Algo pasaba. Las imágenes del paraíso eran interrumpidas por una extraña sensación incomprensible para él. De a poco en su ascenso pudo ubicar la sensación en su cuerpo: su nariz… algo parecía irritar su nariz… abruptamente sus ojos se abren y ve una abeja parada en la punta de su nariz. Se para con agilidad y se da cuenta que no está en el paraíso, sino en su misma piedra… el sol lo ilumina todo, el suelo, el bosque aledaño, su piel… esa que el día anterior estaba cubierta de sangre y heridas, hoy se encontraba limpia y cerrada. Y en la piedra no había vestigios de nada. Miró hacia donde recordaba haber tenido su pelea la noche anterior, y vio los cadáveres de los animales y unos pocos maderos cortados toscamente. Se acercó a los cuerpos y pensó inmediatamente en hacer fuego para cocinarlos… pero el hambre ya era simplemente incontenible. Con furia tomó al líder de los felinos, y sin atisbos de asco arrancó un trozo de piel y músculos de su pierna… con los dientes. Y como cualquier otro depredador masticó y tragó rápido para poder comer todo lo posible antes que llegaran los carroñeros. Era otro paso en su destino, no tendría problemas para comer lo que fuera y como fuera. Mientras comía se dio cuenta que su sed también se saciaba: la sangre que manaba del cadáver del felino no caía de su boca sino dentro de ella, y su sabor le era demasiado agradable… Luego de satisfecha su hambre con la carne de las bestias y su sed con su sangre, tuvo las fuerzas suficientes para arrastrar los árboles cortados la tarde anterior hacia la losa e iniciar la construcción de su primer remedo de choza. Su nueva vida definitivamente había comenzado.

miércoles, marzo 10, 2010

Historia de Sangre: Génesis (primera parte)

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo I: Génesis (primera parte)

En el principio de los tiempos la tierra parecía un horno incontrolable. Explosiones y movimientos de gigantescas masas de roca ígnea reinaban por todos lados y modificaban a cada instante el paisaje. Dentro de la tormenta de fuego, lava y destrucción constructiva, una isla algo más estable empezó a navegar por el océano de magma. Pese a los embates a los que era repetida y constantemente sometida, la isla mantenía su forma y tamaño incólumes, y su avance se hacía cada vez más y más lento. Luego de semanas de ir y venir, se estableció al lado de un trozo que más adelante formaría un continente. Su forma estaba definida, y su destino también.

Miles de años más adelante, la isla ya estaba rodeada de mar, y algunas trazas de vegetación la empezaban a cubrir. Estaba a corta distancia del continente, pero se notaban las diferencias: su superficie era más dura que la de tierra firme, la vegetación cubría sólo las zonas cercanas a la incipiente playa, quedando el centro descubierto, de roca sólida. Ese núcleo era el que había soportado toda la creación física, y el que más adelante sería elegido para soportar más y más embates. Una vez la vegetación hubo tomado forma casi definitiva tanto en el continente como en la isla, un violento cataclismo modificó una vez más el paisaje, convirtiendo las plantas y árboles en abono, y la isla en parte permanente del continente. Lo único que quedó tal y como milenios atrás fue el centro de roca de la ya desaparecida isla.

Cientos de miles de años después, luego que la tierra empezara a parecer más planeta que laboratorio del experimento más grande de ese rincón de la galaxia, una vez que los animales tomaran forma moderna, y la semilla de la humanidad fuera plantada en tierra firme, la roca seguía en su lugar. Mientras el mundo seguía su curso y crecimiento, el humano empezaba a nuclearse en clanes. Y esos clanes empezaban a crecer, a luchar, a contener unos a otros, a aparecer y desaparecer. Con el paso de los siglos los clanes se hicieron naciones y sus miembros, ciudadanos. En una de esas naciones incipientes, dentro de esos clanes de ciudadanos, nació un niño… distinto. Era notoriamente más grande que el resto al nacer, su apetito era voraz, y su desarrollo acelerado y excepcional. Nació en una tribu normal, de una familia normal, con hermanos menores y mayores absolutamente normales.

La ignorancia de la época despertó en quienes lo rodeaban miedo: miedo al más grande, miedo al más rápido, miedo al más hambriento, miedo al… distinto. Y el miedo despertó el instinto de conservación, la pulsión de eliminar a la potencial amenaza del orden aún no establecido… una noche fue quitado del seno de su familia, separado del entorno que lo protegía de las miradas de curiosidad y odio, y fue lanzado fuera de los límites del territorio de la tribu, no sin antes golpearlo brutalmente para asegurarse que no se devolviera y de paso, si había algún depredador rondando, darle la posibilidad de desaparecer definitivamente de sus vidas. Sin embargo, la golpiza no surtió efecto: pese a ser aún un niño, su cuerpo soportó sin gran dificultad la tortura infringida. Pese a que podía ver con facilidad de noche y sentir el olor de su familia, decidió seguir camino hacia el lado opuesto. No sabía lo que el futuro le podía deparar (de hecho ni siquiera manejaba conceptos vagos como “futuro”) pero lo que fuera debía ser lejos de quienes amaba y odiaba.

Luego de cinco días de marcha, sus pasos lo guiaron a una planicie sin vegetación, rodeada de algunas plantas y con un bosque cercano plagado de animales. La roca desnuda se veía inhóspita, la presencia de carnívoros complicaba su seguridad y entorpecería su descanso, la lejanía de agua dulce definitivamente se convertiría en un obstáculo, pero una extraña sensación, indescriptible en ese instante para él, le hizo decidir que ese lugar era el más adecuado para quedarse. Simplemente se botó en el suelo, exhausto, hambriento, sediento y con los pies adoloridos, y durmió su primer sueño luego de la marcha que cambiaría el curso de su vida para siempre…

miércoles, marzo 03, 2010

Historia de Sangre: Prólogo

¿Recuerdan mi primera novela, “Historia de Sangre” ©2007? ¿Y recuerdan que en el post “Renacimiento” les dije que habría una “sorpresa no menor”? Pues bien, he decidido para esta temporada 2010 de Doctor Blood entregarles la novela por capítulos, semana a semana, en vez de los cuentos de Blood.

Para empezar obviamente vamos esta semana con el prólogo. Ojalá les guste la idea y por supuesto, la novela.

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Prólogo

El viejo profesor estaba terminando su clase. Llevaba años enseñando en la misma universidad. Muchos pensaban que era parte del inventario de la casa de estudios, pues estaba ahí desde antes que cualquier otro profesor o funcionario. Sus clases eran bastante densas por la complejidad de los temas que dominaba, pero su gran conocimiento le permitía entregar a los alumnos la información necesaria y de un modo que, luego de un tiempo prudente de maduración, era útil y comprensible para su futuro.

El viejo profesor… muchos le decían “el viejo”, pero a sus espaldas. Pese a su aparente avanzada edad, su presencia imponía demasiado respeto. Era cierto, se notaba el paso de los años, aunque nadie sabía su edad (y no se atrevían a preguntar algo así); pero sus más de dos metros de estatura, más de ciento quince kilos de peso, su larga cabellera y su falta de abdomen abultado, era más que suficiente para mantener a raya al capitán del equipo de rugby y al de lucha olímpica juntos. Además, su mirada espantaba al más valiente: sus ojos verdes y la expresión seria y dura al mirar alejaban a los bromistas y a los que preguntaban por preguntar.

A los sesenta minutos clavados de su llegada al auditórium, el viejo profesor dio por terminada su clase de ese día. Algunos aplausos (que detestaba) cerraron su intervención. Luego de ello vino el esperable barullo propio de la salida de los más de cien jóvenes presentes en su exposición: ellos sabían que las clases del “viejo” eran preguntas seguras en todas las pruebas del año, y una parte más que respetable de los exámenes de primera y segunda oportunidad. Por otro lado, muchos de los conocimientos del profesor no estaban en los libros, por tanto era imposible arriesgar tanto al faltar a sus clases o no tomar buenos apuntes.

Cinco minutos después el auditórium había quedado vacío. El viejo profesor guardaba su computador portátil y el proyector… aún recordaba cuando daba clases con la vieja máquina de diapositivas con sus carros redondos llenos… y cuando daba clases con la máquina de carros rectos… y cuando daba clases con esos viejos modelos anatómicos de cadáveres de muertos no reclamados… y cuando daba clases con modelos pintados en tela por artistas altruistas que regalaban su trabajo a los médicos del futuro… y cuando enseñaba de pueblo en pueblo a los barberos para que supieran qué hacer frente a alguna emergencia cuando el médico no estuviera, antes de llegar a la universidad… Pero también recordaba cuando no enseñaba, cuando su vida estaba dedicada a sí mismo, cuando su responsabilidad era nada, y sus pecados muchos y repetidos… tal vez por eso había construido esa universidad, para purgar en parte sus culpas… no, a todos podía engañar pero jamás a sí mismo. Esa universidad era la mejor pantalla para seguir con su vida real, para seguir saciando sus instintos que eran la base de su vida. Esa universidad que estaba situada al lado del castillo donde vivía había sido parte de su morada original, y por sus características era el lugar indicado para ocultar su secreto. Esa universidad albergaba su pasado y sus memorias. Esa universidad fue su primer castillo… cada clase que daba era un cúmulo de recuerdos que llenaba su espíritu. Cada auditórium, cada sala, cada oficina, todas y cada una de las habitaciones habían sido sus creaciones… cada piedra de los cimientos había pasado por sus manos… cada detalle había nacido de su cabeza… y más aún, cada material había pasado por su conciencia antes siquiera de haber formado parte de su proyecto…