Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, noviembre 26, 2014

Cazador

El cazador avanzaba silencioso por la calle vacía. Pese a no ser su hábitat favorito, no tenía más opciones: el mundo ya no era lo que solía ser, y ahora había que eliminar las presas de la ciudad antes que terminaran de aplastar los escasos remanentes de civilización que quedaban en la superficie del planeta. La plaga era enorme, y debía ser controlada a cualquier precio.

El cazador era un viejo experto en el arte casi olvidado de la cacería. Matar la presa era apenas el paso final de un largo proceso de preparación, búsqueda, seguimiento, camuflaje, cercamiento, para sólo al terminar eliminar la presa con el menor sufrimiento posible, para luego exhibirla, y en el mejor de los casos, usarla o consumirla.

El cazador estaba acostumbrado a cazar en medio de la naturaleza, alejado de la modernidad y de los centros urbanos. Era esa sensación de estar en un sitio sin comodidades ni recursos lo que lo movía a levantarse temprano en sus días de descanso, y desplazarse largas distancias, para encontrar la desconexión necesaria para dar rienda suelta a sus conocimientos y sus instintos, y así encontrarse en condiciones de seguir siendo un individuo productivo para la sociedad. Eso, hasta que un año atrás, se desató la plaga.

El cazador se movía sigiloso, pegado a la pared de un edificio. Su vestimenta era de un color similar al de las uniformes fachadas de esa calle, lo que sumado a la hora, facilitaba su camuflaje y le permitía moverse con menor riesgo para su vida e integridad física. De pronto escuchó lo que claramente era ruido de plaga; con cuidado se lanzó al piso, y empezó a acercarse en silencio y arrastrándose, hasta llegar a una distancia tal que le permitiera eliminar a las presas sin que alcanzaran a reaccionar y a contra atacar. Luego de asegurarse que la carga del arma era suficiente para todas las alimañas que estaban a no más de diez metros de distancia, eligió su primer objetivo, fijó la mira, y abrió fuego.

El cazador se acercó con cuidado a sus presas. Luego de cerciorarse que todas estaban muertas, pudo por fin respirar con más tranquilidad y empezar a ordenarlas para fotografiarlas, y lucirse con sus colegas de afición. Con la plaga era imposible hacer más, no eran comestibles, y por su parecido con ellos, generaba cierto rechazo en la población de Nibulon andar luciendo pieles o cabezas de la plaga de humanos que intentaba conquistar su planeta.

miércoles, noviembre 19, 2014

Noemí

La pequeña Noemí corría feliz por el húmedo y bien cuidado césped del parque. Su padre y su madre corrían tras la niña, que inundaba el lugar con sus risas y sonrisas, distribuidas a diestra y siniestra sin ninguna discreción. Algunos metros atrás, sentada en un viejo banco de madera, la tía de Noemí, Soledad, miraba a la niña correr con el juguete que recién le había comprado, satisfecha.

Noemí era la hija menor de un joven matrimonio de profesionales de primera generación. Las familias de sus padres se habían dedicado a variados oficios, siendo ambos los primeros en sus entornos que decidieron abandonar sus respectivas tradiciones familiares, y buscar un futuro más fácil de sustentar, más estable y más acorde con los tiempos; así, era obvio que como almas gemelas, estaban destinados a compartir sus realidades, y un futuro en común.

 Tal como todos los retoños que ingresaban al clan, Noemí era querida por ambas familias, quienes cuidaban de ella para que nada le sucediera, y para que su existencia fuera lo más feliz posible dentro de los límites humanos. Al ser la menor de toda la familia, todos los tíos, tías y abuelos la mimaban y hasta malcriaban, a lo que la pequeña respondía con su inagotable felicidad; todos, salvo su tía Soledad.

Soledad era quien mejor llevaba su nombre. Mujer solitaria, retraída y hasta mal genio, se dedicaba a mirar a todos sus sobrinos a la distancia, enojada al ver que ninguno parecía querer perpetuar alguno de los oficios que habían servido a ambas familias para existir, crecer y desarrollarse. Para Soledad, cualquiera de esos niños tenía la obligación moral de hacerse cargo de la herencia cultural de la familia; sin embargo, no había ninguno que pareciera tener el interés ni menos las condiciones para tamaña tarea.

Esa tarde, Soledad decidió acompañar a su hermano y su cuñada al parque con la niña. Luego de todas las frustraciones vividas, la mujer decidió dejar por un rato su rabia de lado, y estar con su sobrina menor, quien la miraba permanentemente con cara de sorpresa y curiosidad. La pareja caminaba con la pequeña corriendo delante de ellos; de pronto Soledad pareció desaparecer, para luego asomarse saliendo de un puesto ambulante de regalos con una pequeña bolsa. En cuanto Noemí vio a su extraña tía con una bolsa de colores, corrió donde ella y le regaló su mejor sonrisa, la que no halló respuesta en la amarga mujer, quien sólo estiró el brazo y le entregó la bolsa a la pequeña. Los padres de la niña miraron sorprendidos: era la primera vez que Soledad le regalaba algo a alguien, sin que hubiera alguna fecha formal de por medio.

La pequeña Noemí corría feliz por el húmedo y bien cuidado césped del parque. Su padre y su madre corrían tras la niña, que inundaba el lugar con sus risas y sonrisas, distribuidas a diestra y siniestra sin ninguna discreción. La niña corría feliz con la red atrapa sueños que su tía Soledad le había regalado, moviéndola a diestra y siniestra, como si de verdad pudiera atrapar los sueños de las personas con el adorno que ahora hacía las veces de juguete. Algunos metros atrás, sentada en un viejo banco de madera, la tía de Noemí, Soledad, miraba a la niña correr con el juguete que recién le había comprado, satisfecha. Cuando la niña lo sacó de la bolsa, instintivamente cambió de posición tres piedras del arco, rotándolas además en ciento ochenta grados. En ese momento Soledad supo que su oficio tenía una poderosa heredera, quien no necesitó de estudios para transformar una inútil red atrapa sueños en una poderosa red atrapa demonios, que la pequeña movía con certera precisión para cazar todas las entidades que a esa hora buscaban confiadas almas que poseer.

miércoles, noviembre 12, 2014

Cometa

El anciano caminaba triste por la calle. Habiendo cumplido noventa y un años, sentía que si no hubiera nacido la realidad no se habría dado cuenta, y ninguna cosa importante hubiera dejado de suceder en su ausencia. Esa noche pasaría el cometa Halley por el cielo de la ciudad, el mismo que había visto a los quince años en el patio de la casa de adobe junto a su madre, y que ahora le correspondería ver solo, tal y como había transcurrido la mayor parte de su vida.

El cansancio se reflejaba en los pasos del anciano. Pese a lo avanzada de la medicina, el paso de los años había dejado mella en el hombre, quien intentaba desplazarse erguido, pero que evidenciaba una joroba en la parte alta de su espalda, haciendo ver su cabeza como un bulto que colgaba por delante de su cuerpo. A esa hora nadie parecía estar preocupado por el paso del cometa, que servía a lo más como atracción para los talleres de astronomía de los colegios, y para uno que otro programa de televisión de corte esotérico, para actualizar horóscopos y predecir lo que fuera que llamara la atención de la teleaudiencia.

El anciano llegó al lugar en que estuvo la casa en que vio el primer paso del cuerpo celeste, que para ese entonces era el estacionamiento de un supermercado, el cual se encontraba vacío a esas horas de la madrugada. El viejo sacó unos binoculares plásticos y empezó a enfocar los lentes hacia el punto en el cenit en que debería verse el espectáculo astronómico. Tal como setenta y cinco años atrás el viejo creyó ver una masa luminosa donde decían que debía verse el cometa, y se convenció que ese era el portento estelar que décadas atrás le había alegrado la madrugada. Y de pronto sucedió.

El anciano de un segundo a otro se sintió pequeño. De pronto se encontró con la misma vestimenta con que estaba la primera vez que vio el cometa, y sintió sobre su hombro la mano cariñosa de su madre, esa mujer fuerte que lo guió lo mejor que pudo por los caminos de la vida, y que pese a que cometió demasiados errores que incidieron en sus decisiones, seguía siendo para el anciano el faro que había iluminado su camino hasta el final de sus días. En ese instante el hombre se dio cuenta que efectivamente la masa luminosa era el cometa, y que no estaba en el 2062 sino en 1986, junto a su madre, en el patio de la casa de adobe, mirando el invisible punto en el cielo. Por fin, después de noventa y un años de vida, tenía la oportunidad de corregir todo aquello que le había hecho daño en su existencia; por fin, después de noventa y un años de vida, había descubierto que la ciencia estaba equivocada, y que los cometas no eran de hielo, polvo y rocas, sino de magia, esperanza y sueños inconclusos.   

miércoles, noviembre 05, 2014

Virus

La alarma del teléfono despertó a Catalina, quien sobresaltada miró el reloj, y se dispuso a terminar lo que tenía pendiente en el poco tiempo que le quedaba disponible.

Catalina era una bióloga, dedicada a la investigación de virus para el Estado. Toda su vida profesional había tenido relación con la clasificación y tipificación de diversos virus, para ayudar en el desarrollo de vacunas para prevenir las eventuales enfermedades derivadas de la infección de tan incontrolables patógenos. Luego de varias irrupciones de cepas provenientes de África, que algunos medios irresponsables catalogaban como “inventos de laboratorios para vender vacunas” o “armas experimentales yanquis”, apareció en escena una extraña infección capaz de causar una acelerada destrucción de la superficie de los hemisferios cerebrales, y un brusco desarrollo de la corteza prefrontal, lo que llevaba a los infectados a actuar de modo instintivo, impulsivo, violento e irracional: no pasó mucho tiempo para que la prensa denominara a la infección el “virus zombie”.

Catalina había llegado a la hora de costumbre al trabajo. Esa mañana su jefe ya estaba sentado frente a la pantalla de computador, revisando concentrado los patrones de RNA de una serie de virus junto con la nueva cepa descubierta, tratando de encontrar semejanzas que facilitaran su clasificación, y por ende tener luces de cómo tratarlo, y de cómo inmunizar a futuro a la población. Catalina decidió servirse un café antes de empezar a trabajar, para estar un poco más despierta a esa hora de la mañana; cuando llegó a la cafetera, un violento tirón a su larga cabellera la hizo rodar por el suelo, para luego sentir un agudísimo dolor en su cuero cabelludo, seguido de una explosión, y el cese brusco del dolor.

En el suelo yacía el cuerpo de su jefe, aún convulsionando, con el cráneo destrozado y un extraño contenido gelatinoso desparramado por el piso, que no tenía relación alguna con tejido cerebral; de pie a un par de metros estaba el viejo guardia de seguridad del piso con su anticuado revólver apuntando al cadáver del científico, cuyo cañón aún humeaba producto del reciente disparo. Catalina vio cómo el viejo hombre amartillaba el arma y la apuntaba directo a ella: en ese instante la mujer se llevó la mano a la cabeza y se dio cuenta que entre su cabello manaba sangre. Estaba claro, su jefe se había contagiado con el virus, y la había contagiado al morder su cuero cabelludo. La suerte estaba echada, y sólo le quedaba intentar aprovechar el tiempo de vida que le quedaba para aportar en algo a la cura de la maldita enfermedad. Luego de algunos minutos apelando al tiempo que se conocían y a sus capacidades profesionales, Catalina logró convencer al guardia que la encerrara en el piso y volviera en veinte horas, que era el tiempo estimado entre la entrada del virus y la aparición de los primeros síntomas, para que pasado ese lapso la matara, permitiéndole al menos intentar avanzar con el estudio.  

Catalina intentaba pensar. El computador de su jefe tenía bastante información, pero que no era suficiente para darle las respuestas que necesitaba. Luego de revisar uno por uno los patrones desplegados en pantalla, se fijó en una diferencia entre dos muestras que parecían tener el mismo origen, pero que definitivamente no se parecían en nada. Decidida al menos a aclarar esa duda, Catalina buscó las muestras, y descubrió lo que hacía dicha diferencia: una de ellas era el virus depurado, y el otro, mezclado con líquido cefalorraquídeo. El contacto del virus con el fluido cerebral era lo que activaba la enfermedad, pues la muestra de virus extraído de la sangre no tenía diferencias de material genético con la muestra de virus aislado. La única opción posible era generar una mutación en el código genérico del virus para que no pudiera pasar de la sangre al fluido cerebral, y con ello evitar su activación; luego de un par de horas de análisis, Catalina ingresó los datos que creía correctos al secuenciador, y no quedando nada más por hacer que esperar el resultado, puso la alarma del reloj media hora antes del término del proceso y se dispuso a dormir.

La alarma del teléfono despertó a Catalina, quien sobresaltada miró el reloj, y se dispuso a terminar lo que tenía pendiente en el poco tiempo que le quedaba disponible. En cuanto miró la pantalla de control, se fijó en que todo estaba saliendo a la perfección, y que aproximadamente media hora antes de lo esperado, tendría el virus bloqueado para la barrera hematoencefálica, lo que facilitaría el trabajo del resto de los equipos científicos que trabajaban en esa desesperada misión. De pronto un sonido seco se escuchó tras Catalina: un par de fracciones de segundo después su cráneo estallaba, su cerebro sano salía proyectado hacia la pantalla del computador, y la pesada bala calibre .38 seguía su trayecto para terminar destruyendo la evidencia del logro de la bióloga, luego de haber acabado con su corta vida. De pie tras ella, el viejo guardia enfundaba su viejo revólver, mientras sus viejas manos escarbaban en los restos del cerebro de Catalina, buscando algo para comer.