Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

sábado, agosto 27, 2022

Cansancio

Esa mañana sus cansados ojos no le dejaron leer el documento que tenía ante sí. Las últimas cuatro noches las había pasado casi en vela producto de los dolores en las piernas, por lo que el desgaste no le permitía funcionar adecuadamente. Esos tres días había ido al trabajo casi en piloto automático; de hecho no entendía cómo había sido capaz de manejar en ese estado sin provocar algún accidente. Pero particularmente esa mañana estaba literalmente destruido, sin ganas ni fuerzas de nada, y sólo deseaba que llegara la hora de salida para volver a su hogar y botarse en la cama, en algún sillón o hasta en el suelo para poder descansar su adolorido cuerpo.

Media hora más tarde apareció su jefe furioso gritando y agitando los brazos. El documento que no había podido leer era un contrato de licitación de varios millones de dólares, y al no poder leerlo no le dio el visto bueno, dejando fuera la mejor oferta del proceso. Su jefe despotricaba desaforado, mientras el hombre apenas podía mantener los ojos abiertos. Un par de minutos más tarde varios compañeros de trabajo flanqueaban a su jefe, en posición de evitar que el hombre, presa de su descontrol, agrediera a su compañero. El hombre apenas escuchaba los gritos de su jefe, mientras su mente intentaba desconectarse para poder descansar. De pronto sucedió lo que era esperable: el jefe despidió al hombre, quien casi de modo automático se puso de pie y se dirigió al estacionamiento para tomar su vehículo y volver a su casa, agradeciendo la decisión tomada por su jefatura.

El hombre manejaba casi automáticamente. Era tanto lo que conocía la ruta que tenía internalizados los tiempos entre semáforos, por lo que sin pensar frenaba en las esquinas en que el semáforo tenía que dar la luz roja, y seguía cuando estaba en verde, pese a que casi no veía lo que estaba haciendo. Cuarenta minutos más tarde el hombre estacionaba su vehículo y bajaba de él, desesperado por entrar a su casa y por fin poder descansar.

El hombre entró al departamento casi cojeando, pues el dolor de piernas era insoportable. Sin siquiera sacarse algo de ropa entró al dormitorio y se dejó caer en la cama a ver si lograba descansar algo. Los diez fantasmas que llevaba al hombro se bajaron cuando se acostó y se posicionaron en sus piernas para seguir provocándole dolor y no dejarlo descansar. El hombre se negaba a su condición de médium, y las almas que lo necesitaban no estaban dispuestas a buscar otro canalizador, pues esa era su responsabilidad ante la eternidad.

sábado, agosto 20, 2022

Exhibicionista

 La mujer pedaleaba desnuda por las calles de su sector. A la mujer le encantaba andar en bicicleta y sentir el viento en su piel. Pero lo que más le gustaba era saberse mirada: el hecho que de todas partes nacieran miradas que se posaban sobre ella era el mayor aliciente para seguir pedaleando día tras día sin cansancio. Así, cada la mañana la mujer salía desnuda, montaba su bicicleta y esperaba las reacciones a su paso, que eran de todo tipo menos de indiferencia.

Su pedaleo partía por su sector, donde gente de más o menos su edad la veía pasar, en un principio con sorpresa, ya con el paso del tiempo con algo más de naturalidad, aunque siempre con curiosidad y algo de morbo. En general las mujeres la miraban para destacar sus defectos físicos; algunas más jóvenes se fijaban más en su valentía y su falta de pudor. Las mujeres más antiguas la miraban de reojo pues lucir en cuerpo en público era pecado a los ojos de su dios. En cambio los hombres la miraban para simplemente ver un cuerpo desnudo aunque fuera a la distancia, pues de hecho ninguno se atrevía siquiera a acercarse ni menos dirigirle la palabra.

Luego la mujer pasaba por donde estaban los niños, quienes la veían desde su prisma de inocencia. Tanto niños como niñas se tapaban a medias los ojos para entrever a la extraña mujer que se paseaba en bicicleta sin ropa frente a ellos; muchos de hecho echaban de menos sus propias bicicletas, pero ninguno se hubiera atrevido a hacer lo de la señora. Los menores de dos años miraban a la mujer con hambre al ver sus mamas al aire, y esperaban que se detuviera para alimentarlos.

Finalmente, y antes de volver a su lugar de origen, la mujer pedaleaba en el sector más antiguo. Ahí, tanto hombres como mujeres la miraban con reprobación, considerando el pedaleo como un espectáculo sin sentido, de mal gusto, y completamente dentro del ámbito de las costumbres reprobables dentro de cualquier lugar. Muchos inclusive intentaban en vano detenerla para terminar con tamaño espectáculo, pero ninguno lograba siquiera alcanzarla.

Esa tarde se demoró un poco más en volver, encontrándose con un grupo de visitantes que venían al menos una vez al mes a escuchar historias de fantasmas en el cementerio. En ese instante el guía estaba justo frente a su tumba, contando que cincuenta años atrás estando en vida decidió salir a pedalear completamente desnuda en su bicicleta, muriendo atropellada por un camión que no logró detenerse mientras ella cruzaba con luz roja en un semáforo. La mujer se aburrió de escuchar nuevamente su historia, y se desvaneció frente a su tumba para despertar al día siguiente a volver a llamar la atención de todos los muertos del cementerio.

domingo, agosto 14, 2022

Bar

 El ebrio estaba sentado en su piso de siempre en la barra del bar escuchando un bolero acerca de penas de amor, mientras bebía su cuarto vaso de vino tinto de la noche. El negocio estaba ubicado en una calle mal iluminada, pero todos sus comensales sabían cómo llegar y preferían el lugar por diferentes motivos: cualquier excusa para beber es buena decían todos, y de hecho sobre la barra había un letrero con dicha frase. El hombre en su estado alterado de conciencia pensaba en sus viejos amores del pasado, y seguía pidiendo más vino a la muchacha que atendía la barra. Las penas de amor generan sed en la noche, y el dueño del bar lo sabía.

Una mujer estaba sentada en una pequeña mesa cerca de la puerta del baño, bebiendo un trago de colores, con frutas y una pequeña sombrilla de adorno. La mujer pensaba en todos los pendientes de su trabajo, y que no sabría si podría terminar en algún momento. De fondo se escuchaba una orquesta tocando un tema clásico de los años cincuenta.

Un muchacho estaba sentado en la escalera que daba al segundo piso con un shop de medio litro. Su cerebro divagaba gracias a las drogas respecto de un futuro incierto y alocado, que no sabía si quería o no. En los parlantes sonaba música sicodélica de los años sesenta.

Un hombre de terno y zapatos brillantes estaba en una mesa alta sin asiento, bebiendo de pie un whisky de doce años. Sus acciones habían estado en baja lo que lo tenía algo angustiado, pero sabía que a esa hora la bolsa estaba cerrada, por lo que nada cambiaría sino hasta el siguiente día hábil. En sus oídos resonaba un tema de Frank Sinatra.

Un hombre canoso de mediana edad de chaqueta de cuero bebía un combinado afirmado en la barra, de pie. De vez en cuando hablaba con la muchacha de la barra, tratando de no interrumpirla en sus quehaceres. El hombre había dejado la motocicleta en la casa para beber tranquilo y olvidar aquello que ya no recordaba; en esos instantes su mente estaba concentrada en el rock setentero que inundaba el aire.

El dueño del bar miraba satisfecho la asistencia de esa noche. No había llegado nadie nuevo, pero ninguno de los de siempre había faltado. El hombre sabía que ese negocio no daba ganancias, pero su ganancia era ver la felicidad de las almas en pena que aún no habían entendido que habían muerto, algunos incluso hacía ya décadas, y que seguían yendo a ese lugar inexistente creado por su mente para el deleite de quienes aún no encontraban el camino al más allá. Él tampoco lo había encontrado, pero se sabía muerto y sepultado hacía más de cincuenta años, y no sabía si quería encontrar la luz al final del camino y dejar a sus comensales sin un lugar donde ir.

domingo, agosto 07, 2022

Admirador

 La vieja mujer miraba el cielo por la ventana de su oficina mientras revisaba los correos electrónicos enviados por los clientes de la empresa para la que trabajaba. Viuda, con un hijo adulto que también estaba casado y le había dado un par de nietos, había postergado su jubilación ya por varios años pues no sentía que valiera la pena terminar sus días en su viejo departamento o peor aún, en algún hogar de ancianos. Así se mantenía activa física e intelectualmente y no le daba pie a su mente para empezar a vivir de recuerdos de un pasado que no le molestaba pero que tampoco le interesaba revivir a cada rato.

Esa mañana la mujer se había encontrado con una incómoda sorpresa al llegar a su trabajo. En su escritorio había un ramo de rosas con una tarjeta con su nombre pero sin identificación. Sus compañeras de in mediato empezaron a elucubrar quién era el admirador secreto de la mujer, quien sin pensarlo mucho botó el ramo a la basura para empezar a trabajar lo antes posible. A la hora de almuerzo un hombre añoso que no era de su trabajo pero que por algún extraño motivo le parecía cara conocida le pidió permiso para sentarse en su mesa y almorzar con ella. La mujer lo rechazó y siguió almorzando sola.

A partir de ese día todos los días el hombre aparecía a la hora de almuerzo a pedirle permiso para comer con ella. Al tercer día la mujer se dio por vencida y aceptó que el hombre almorzara a su lado. La mujer se dio cuenta que el anciano parecía estar interesado seriamente en ella, por lo que decidió darle una pequeña oportunidad. Así, la mujer empezó a almorzar todos los días con el desconocido admirador que parecía haber aparecido de la nada.

Dos semanas después, al llegar a su casa estaba su hijo con cara de tristeza esperándola en la puerta de su casa, acompañada de tres hombres más. La mujer había pensado invitar ese fin de semana a su hijo para que conociera a su admirador. La mujer invitó a pasar a su hijo y a sus acompañantes: la noticia que el joven le traía era casi incomprensible. Sus compañeras de trabajo lo habían contactado para contarle que hacía ya dos semanas había botado un puñado de lápices a la basura de la nada, y que había empezado a almorzar sola, y a hablarle a la silla vacía al lado de la suya. El joven había consultado a un siquiatra quien le sugirió internarla. La mujer miraba sorprendida la situación: al fondo del living estaba el admirador de la mujer en silencio, mientras el hijo ayudaba a la mujer a hacer un bolso para llevarla a internar. La mujer aún no era capaz de reconocer al anciano, quien no era otro que su marido muerto, quien había aparecido para acompañar a su esposa en el último tramo de su vida, para hacer más llevadero el paso al más allá.