El motociclista avanzaba raudo por la
carretera. Hacía un par de horas que no se cruzaba con ningún vehículo, por lo
que podía regular su velocidad a sus anchas y a las condiciones del clima y del
camino. A esa hora el conductor usaba el casco con la visera baja, pues ya se
había cansado del viento en su rostro, de los mosquitos, y de la temperatura
que lentamente empezaba a bajar conforme avanzaba el día. Ahora sólo necesitaba
encontrar luego un lugar donde recargar combustible, pues no lo quedaba más de
un litro en el estanque. De pronto a lo lejos vio los vivos colores al lado de
la carretera, señal inequívoca que había encontrado lo que buscaba.
El motociclista seguía conduciendo su
vehículo de noche. La carretera seguía igual de vacía que antes, por lo que su
conducción era casi soñada. De hecho el conductor aún estaba sorprendido al
recordar que la bomba en que había recargado combustible también estaba vacía,
y que si no fuera porque usaba sistema de autoservicio no hubiera podido
reabastecerse; de todas maneras y a esa hora, con estanque lleno, no tenía
preocupaciones hasta unos quinientos kilómetros más cuando debería volver a
recargar.
Medianoche. La motocicleta era el único
vehículo desplazándose por la carretera a esa hora. La luz del foco delantero
era la única señal de vida en el oscuro lugar, y el motociclista, salvo los
animales, el único ser vivo. La preocupación empezó a apoderarse del conductor
quien no veía a nadie hacía muchas horas, y que temía haberse equivocado de
camino. De improviso detuvo su motocicleta y empezó a mirar al cielo, como esos
viejos navegantes que se guiaban por las estrellas para seguir su rumbo en la
inmensidad del océano y en la época sin satélites ni celulares, en que eran las
señales reconocidas en el infinito las que le decían a las personas dónde se
encontraban. Luego de algunos segundos mirando a la nada, el conductor volvió a
encender el vehículo para proseguir su marcha.
El motociclista avanzaba raudo por la carretera.
A esa hora de la madrugada ya conocía su destino y lo que debía hacer para
cumplirlo. El viejo guerrero avanzaba por la carretera vacía, luego que miles
de naves extraterrestres secuestraran a casi todos los habitantes del planeta
para evitar el apocalipsis: ahora al guerrero le quedaba buscar a los pocos que
se hubieran salvado del secuestro para poder matarlos y una vez cumplido su
cometido, volver a su lugar de origen. Luego de volver a cargar combustible en
una bomba desierta, acomodó la espada en su espalda, y siguió buscando
terrestres para terminar lo antes posible su misión.