Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

sábado, octubre 29, 2022

Creatividad

 La escritora miraba con una mezcla de odio y desdén la pantalla de su editor de texto. Hacía horas que intentaba escribir algo novedoso, pero no alcanzaba a escribir cien palabras cuando se daba cuenta que estaba describiendo alguna escena de alguna seria que había visto la noche anterior en televisión. Varias veces había pensado en dejar de ver televisión, pero en esos momentos recordaba que antes que ello sucediera, la había ocurrido lo mismo con los libros que leía: cada intento de idea nueva no era más que la copia de alguna de sus últimas lecturas. La autora se sentía atrapada en la realidad de estímulos que la rodeaba y que no le dejaba espacio a su creatividad.

Dos horas más tarde la mujer caminaba por la calle tratando de pensar qué hacer con su alicaída creatividad. Las caminatas en general la ayudaban a des estresarse, y le habían servido en algunas oportunidades para sacar ideas de lo que veía en el entorno. Sin embargo ese día parecía estar igual de monótono que su cerebro, pues nada extraño parecía pasar. La mujer decidió hacer una pausa, encontró en su camino una pequeña cafetería y decidió pasar a beber una taza de algún brebaje con un trozo de algo dulce para recargar azúcar en su sangre y energías en su cuerpo.

Mientras bebía, la mujer miraba al resto de los comensales del local. Señoras de edad acompañadas de niños o de hombres de edad, hombres de terno y computador portátil, muchachos con teléfonos celulares y vistosos cabellos eran la fauna que la acompañaban esa mañana. Cerca del café había un edificio de departamentos, otro de oficinas y una universidad privada, lo que permitía explicar la presencia de dichos asistentes en el café. De pronto la mujer se dio cuenta que no era necesario escribir de sucesos increíbles, sino que podía simplemente relatar una simple mañana de café en la ciudad. Una vez terminada su visita, pagó su cuenta y se dirigió a su hogar.

Tres horas más tarde la mujer ya llevaba cerca de cinco hojas escritas acerca de la mañana que había vivido. En cerca de dos mil hogares, el mismo número de escritores terminaba de describir su mañana en una cafetería de su ciudad.

sábado, octubre 22, 2022

Callejeros

 El perro callejero caminaba feliz por la calle esa mañana. El mundo de los humanos era demasiado entretenido y los humanos extremadamente cariñosos, por lo que su vida era casi una fiesta permanente. Algunos humanos se le acercaban a hacerle cariño, otros aparecían con cosas ricas para comer; algunos le lanzaban piedras para que él corriera, otros lo perseguían con palos para jugar, e inclusive unos pocos le lanzaban golpes con sus piernas para que él jugara y se mantuviera en movimiento. Unos cuantos se metían en aparatos que se movían rápido y a los cuales él perseguía, y que de pronto hacían un ruido fuerte y extraño al parecer para entretenerlo. Los humanos eran animales adorables, y él se preocupaba de demostrarles su cariño a cada rato.

El gato callejero caminaba sigiloso por la calle esa mañana. Los humanos eran malvados, y habían creado un mundo para intentar capturarlo y esclavizarlo. El animal sabía de las tretas de los humanos: lo acariciaban, le llevaban comida, hacían un ruido extraño con sus bocas que instintivamente llamaba su atención. Sin embargo el animal conocía las intenciones de los humanos, pues ya había visto a algunos de los de su raza encerrados en cárceles de cemento donde los alimentaban y abrigaban, pero de donde no los dejaban salir. A algunos de ellos los torturaban semanalmente con agua, y al parecer no tenían permitido cazar ni robar: esa no era vida para un gato, y él no estaba dispuesto a hipotecar su libertad.

La camioneta del grupo animalista se desplazaba lentamente por la ciudad. Ese día habían salido a ver si algún animal deseaba irse con ellos para intentar darlos en adopción, o al menos lograr castrarlos para disminuir la población de animales sin hogar. Al detener el vehículo en una esquina, el perro se acercó inmediatamente a ellos moviendo su cola feliz; sin necesidad de esfuerzo alguno el perro se subió con ellos y empezó a lamerlos eufórico. Dos cuadras más allá el gato intentaba esquivar humanos, y accidentalmente se cruzó en el camino del vehículo; luego de varios minutos de intentos vanos, uno de los voluntarios logró capturarlo y subirlo al móvil.

El perro y el gato se miraban en silencio. De pronto ambos miraron a un lugar del vehículo donde no había nadie. El perro le sacó el seguro a la caja del gato, para que éste se echara en el lugar indicado; en ese momento uno de los voluntarios se dio cuenta y sujetó la puerta de la caja para que el gato no saliera. El perro intentó en repetidas ocasiones liberar al gato, hasta que otro de los ocupantes le puso un bozal para que no pudiera abrir la caja del gato.

El accidente fue horrible. El conductor sintió de pronto que alguien le tapaba los ojos, y cuando logró ver algo estaba a medio metro de un camión betonero. Todos los ocupantes humanos salieron proyectados por el parabrisas del vehículo quedando destrozados contra la carrocería del pesado y enorme camión. Un minuto más tarde el perro y el gato salieron de entre los fierros retorcidos. Al lado del vehículo estaba el demonio menor que causó el accidente, y que no pudo ser detenido por los animales gracias a la ceguera de los voluntarios que jamás fueron capaces de detectar la presencia maligna.

sábado, octubre 15, 2022

Amigo

 La anciana caminaba lentamente por la calle con su carrito de compras con el que salía siempre, tanto para llevar sus cosas como para usarlo de bastón camuflado, pues no le gustaba andar con un palo en la mano demostrando su incapacidad para deambular libremente. A su lado caminaba un anciano de su misma edad, que la miraba persistentemente y se preocupaba de cada paso que daba la mujer. La pareja se movía a baja velocidad, pero tratando de no interrumpir la marcha del resto de la gente, por lo que avanzaban apegados a la línea de edificación de la calle dejando el resto de la vereda libre.

La anciana seguía su marcha flanqueada por el anciano, quien caminaba por fuera de ella, por si alguien muy apurado pasaba rápido al lado de ella para recibir él el eventual empellón. La anciana se sentía segura caminando al lado del anciano, a quien conocía desde que tenía uso de razón. El hombre no era su pareja sino su mejor amigo, del cual nunca se había separado, ni siquiera cuando había estado casada: su amistad traspasaba cualquier relación en cualquier tiempo, y ella sabía que el anciano estaría por siempre para y por ella.

El anciano no dejaba de mirar a su amiga, fijándose en cada paso que daba y en cada cosa que hacía. El hombre parecía depender de lo que la mujer hacía o dejaba de hacer; por su parte la anciana se dejaba proteger y cuidar por su amigo, quien toda su vida se había preocupado por ella. La mujer caminaba feliz por la calle pese al cansancio propio de los años; de pronto un incontenible dolor al centro del pecho hizo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo, atemorizada.

La mujer estaba rodeada de transeúntes que intentaban ayudarla; uno de ellos era paramédico, y se dio cuenta que la mujer estaba sufriendo un infarto cardíaco. El anciano la miraba un par de pasos detrás de los transeúntes, sin saber qué pasaría con él si algo le pasaba a su amiga. Mal que mal, un amigo imaginario depende de la mente de su creador, y si ella deja de funcionar, él dejaría de existir al instante.

sábado, octubre 08, 2022

Imaginacion

 El hombre intentaba hilar un par de frases coherentes en el informe que le había solicitado su jefe aquella mañana. El funcionario llevaba más de diez años haciendo ese trabajo, y ya estaba acostumbrado a hacer informes a la rápida para su jefatura. Sin embargo esa mañana las ideas parecían huir de su cerebro hacia el infinito, manteniendo la página del editor de texto en blanco por más tiempo de lo que el hombre podía soportar. La ansiedad empezaba a hacer mella en su ánimo, y su secreto empezaba a pujar por darse a conocer en su lugar de trabajo.

Dos horas más tarde el hombre estaba desesperado, pues no lograba escribir nada lógico respecto de lo solicitado por su jefatura. La pantalla del computador seguía en blanco, y su mente estaba cada vez más descontrolada En ese instante su jefe entró en su oficina: sin ninguna actitud prepotente ni agresiva saludó al hombre y le preguntó en qué pie iba el informe solicitado. El hombre miró a su jefe y sin mediar provocación tomó el abrecartas metálico que tenía en el escritorio y lo clavó en el cuello de su empleador, provocándole un violento sangrado que acabó con su vida en pocos segundos.

Un minuto más tarde apareció una de las secretarias, que al ver el cuerpo inerte de su jefe intentó gritar de espanto; sin embargo, una herida similar a la del cadáver ahogó su grito y su vida. El hombre miraba cómo su alfombra cubrepisos se oscurecía con la sangre que manaba abundantemente de los cuellos de sus víctimas.

Quince minutos más tarde dos ejecutivos se acercaron a la oficina al no ver aparecer al jefe por todo ese tiempo. Al entrar, el hombre golpeó en la sien a uno de ellos con un pesado cenicero metálico, y al otro lo golpeó en la nuca; una vez estuvieron los dos en el piso, los acometió con el abrecartas en el cuello a ambos. La señora del aseo alcanzó a ver lo que sucedía, y en vez de gritar llamó de inmediato a seguridad del edificio, quienes subieron y luego de un breve forcejeo lograron controlar al hombre, que gritaba como enajenado.

El hombre había por fin terminado de escribir el informe. Como era su costumbre, acostumbraba imaginar una situación de homicidios múltiples para estimular su cerebro a terminar el trabajo a tiempo. Al entrar su jefe a su oficina para preguntarle el estado del texto, el hombre miró la pantalla y acarició en silencio el mango del abrecartas.

domingo, octubre 02, 2022

Espera

La muchacha esperaba pacientemente en la sala de espera de la consulta a ser llamada por el médico: La joven mujer llevaba diez días con la pierna derecha inflamada y adolorida; luego de usar las cataplasmas indicadas por su abuelita, los tranquilizantes indicados por su madre, la crema indicada por el almacenero de la esquina y las pastillas indicadas por el dependiente de la farmacia sin obtener respuesta, decidió buscar ayuda profesional. La consulta estaba ubicada en un antiguo hospital de la ciudad que contaba con ciento diez años de historia, y cuya última modernización databa de menos de diez años; los espacios eran bastante funcionales y cómodos, pero mantenían la arquitectura original mejorada.

La sala de espera estaba llena a esa hora, por lo que todos los asientos estaban ocupados; sin embargo los médicos parecían atender bastante rápido, por lo que la circulación de pacientes también seguía dicho ritmo. Al llegar al lugar y luego de pasar por admisión, la muchacha encontró una silla libre entre una mujer añosa de pelo desordenado y un hombre al que parecía faltarle piel en el cuerpo; ambos se veían demasiado pálidos y no parecían estar atentos a lo que sucedía en el lugar. Diez minutos más tarde ambas personas habían dejado sus puestos, y ahora en ellos había una niña pequeña vestida con un trajecito corto con muchos vuelos, cuyos colores se veían envejecidos. Pese a que la niña se escuchaba feliz, su rostro mostraba una tristeza enorme y sus ojos se veían como de una mujer extremadamente añosa. Media hora más tarde la niña había desaparecido, y su lugar lo ocupaba un hombre vestido como un caballero de principios de siglo quien, además de pálido, no tenía ojos.

La muchacha seguía sentada en la sala de espera con los audífonos puestos escuchando música, y viendo pasar al resto de los pacientes. Una mujer se paseaba con una barra con una bolsa de suero colgando conectada a su brazo, el cual se veía completamente negro. Cada cierto tiempo pasaba una procesión de gente acompañando una camilla, cuyos acompañantes se veían peor que el cuerpo en la camilla incluido el sacerdote, a quien no se le veía la cabeza.

La muchacha seguía escuchando música. De pronto escuchó su nombre desde una oficina, donde un médico añoso pero con señales de estar vivo la llamaba a viva voz. La joven médium se puso de pie, bloqueó sus sentidos extrasensoriales, y se dirigió a la consulta entre las siete personas vivas que ocupaban la sala de espera.