Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, abril 29, 2020

Laboratorio

En el laboratorio la actividad era frenética a toda hora. Los científicos estaban trabajando a toda máquina para dar con una vacuna para tratar la nueva enfermedad incurable que ya llevaba cuatro meses asolando a la población de todo el planeta: El primer caso había ocurrido en África, y desde ahí se diseminó aceleradamente gracias a los descuidados turistas que no sabían lo que portaban. En la primera semana se habían confirmado mil casos y tres muertos, y terminado el primer mes las cifras a nivel mundial iban en dos millones de contagiados y cerca de quince mil víctimas fatales. Al cuarto mes ya iban más de cien millones de contagiados y cerca de un millón y medio de muertos.

El equipo multidisciplinario llevaba cerca de seis semanas encerrados en un laboratorio a cincuenta metros bajo tierra, aislados del mundo y protegidos por tropas de elite de las naciones unidas. Era tal la desesperación a nivel mundial que todos los países había enviado casi a la fuerza a sus mejores investigadores para integrar el grupo y dar luego con una vacuna para el cuadro, pues ya se había confirmado que no había cura posible y que todos los contagiados, tarde o temprano fallecerían. La crisis estaba haciendo una mella gigantesca en la economía del planeta: en muchos países desarrollados el dinero ya casi no servía de nada, y se había vuelto al trueque como medio para obtener cosas de primera necesidad. Muchas actividades habían desaparecido, y otras se habían multiplicado por doquier; la era de los agricultores y los granjeros había vuelto a primar por sobre la de los ejecutivos y oficinistas, y la gente estaba tratando de subsistir sin ser contagiados.

Uno de los bioquímicos estaba trabajando con una cepa del virus, y luego de secuenciar el ARN había encontrado una zona del genoma en que podía insertar una secuencia autodestructiva para el virus, que teóricamente podría servir para acabar con la pandemia en el mediano plazo. Lamentablemente no estaba seguro si lograría tener la vacuna a tiempo según la velocidad del contagio, pero igual seguiría trabajando en dicha vía para hacer su aporte a la ciencia y la humanidad.

Uno de los guardias que estaba al cuidado de la puerta del ascensor se dio cuenta de improviso que el aparato estaba funcionando, y que alguien venía bajando, sin que nadie le hubiera avisado. El soldado se preocupó, y de inmediato avisó a su jefatura para averiguar qué estaba pasando. De pronto el aparato se detuvo a la mitad del camino: el guardia extrañado se acercó a la puerta a ver si lograba escuchar algo. De pronto se escuchó un enorme golpe, la puerta se abrió por la fuerza y antes que el militar alcanzara a pasar bala tres infectados habían acabado con su vida. Cinco minutos más tarde los infectados habían asesinado a todos los militares, y se acercaban raudos al laboratorio. Los infectados por el virus zombie sólo buscaban comida, y habían encontrado un lugar con abundancia de cerebros para su deleite.

miércoles, abril 22, 2020

Músico

El músico estaba frente a la pantalla del computador con el software de partitura abierto sin lograr crear nada nuevo. Sobre una de sus piernas apoyaba su guitarra, y sólo lograba tocar una vieja melodía que repetía una y otra vez, que estaba pegada en su memoria hace meses, y que ya había compuesto varias semanas antes. El hombre intentaba jugar con su guitarra para forzar alguna idea que saliera de improviso y así poder crear un tema nuevo; sin embargo nada brotaba de sus manos en sus cuerdas lo que le causaba una frustración enorme.

Luego de tres horas sentado mirando al computador, el músico se cansó y decidió tirarse un rato a la cama para dormitar un rato, a ver si luego del reposo las ideas si llegaban a su cabeza. A los pocos minutos el músico se quedó dormido, y un extraño sueño se apoderó de su mente. El hombre caminaba por un lugar desolado, que parecía un desierto. De pronto una figura humanoide se presentaba frente a él, vestido de túnica negra que le tapaba el rostro, y portaba en su mano una herramienta enorme que no alcanzó a ver en su totalidad. La figura echó mano a un bolsillo dentro de su túnica desde el cual sacó una partitura donde se leía claramente una melodía que jamás había escuchado. El hombre se apuró en memorizar las notas antes que el sueño acabara. Luego de memorizar la melodía, el hombre despertó con una sonrisa enorme en su rostro.

El músico estaba frenético. Luego de despertar se sentó al escritorio, sacó su guitarra y de inmediato empezó a interpretar la melodía que había visto en su sueño, quedando maravillado. Un par de minutos más tarde estaba en el computador transcribiendo la partitura al software, para luego empezar a crear uno a uno los instrumentos para completar la fantástica melodía que había imaginado mientras dormía, y que ahora ya tenía forma. Finalmente el músico activó una interfaz midi con la que pudo escuchar en su totalidad la creación que había terminado de transcribir.

El músico se puso de pie. De pronto tras él se escuchó un fuerte golpe; el hombre se dio vuelta y vio una escena incomprensible. La guitarra estaba en el suelo con las cuerdas hacia abajo, y en la silla yacía su cuerpo inerte. El hombre miró para todos lados: de pronto frente a él se materializó la figura que le había entregado la partitura en su sueño. El hombre lo miró, y ahora sí logró ver la herramienta que la figura llevaba en su mano, lo que le causó una gran tristeza. La figura estiró su mano libre, dejando ver sólo huesos: el hombre simplemente tomó la mano del esqueleto con túnica y echona, y se dejó llevar por su cruel destino.

miércoles, abril 08, 2020

Radio

El viejo escuchaba un partido de fútbol en su vieja radio a pilas portátil. La radio era un antiguo aparato que sólo captaba emisoras AM, y que pasaba puesto en la misma radio de siempre, pues el hombre sólo la usaba para escuchar partidos de fútbol y nada más. Esa tarde el hombre estaba sentado en la acera con la radio pegada al oído izquierdo, mientras en la derecha tenía una caja de vino que de vez en cuando colocaba en su boca para pasar la sed y la soledad.

Esa tarde el hombre caminaba por la avenida sin apuro, cuando de pronto recordó que estaba por empezar un partido, y decidió que lo quería escuchar. Sin mayores aspavientos el viejo se sentó en el suelo, sacó su radio y su caja de vino, encendiendo el aparato para escuchar el partido, dejando su cerebro concentrado sólo en escuchar el relato de la radio.

Diez minutos más tarde una caravana de vehículos se detuvo frente al anciano: el hombre se había sentado a la entrada de una embajada donde se llevaría a cabo una reunión de personeros de estado con el embajador. Los funcionarios de seguridad se bajaron raudos del primer vehículo, y uno de ellos se dirigió al anciano derechamente para sacarlo del lugar. El viejo no despegó su mano izquierda de su radio ni la derecha de la caja de vino.

El guardia empezó a increpar al anciano sin que éste se inmutara. De pronto el guardia perdió los estribos y tomó al anciano por el brazo para sacarlo por la fuerza: el hombre tironeó del brazo al anciano sin lograr moverlo. El hombre miró sorprendido al anciano, y decidido a sacarlo tomó el brazo con ambas manos y con todas sus fuerzas lo tironeó: el viejo siguió en su sitio sin moverse, y sin siquiera acusar molestias por los tirones del guardia.

El guardia no entendía bien qué pasaba con el anciano. De inmediato el guardia llamó a sus colegas, quienes se dispusieron a sacar al anciano por la fuerza del lugar. Cuatro hombres macizos y entrenados se dirigieron al lugar, tomaron entre los cuatro al anciano desde sus extremidades y se prepararon a echarlo del lugar; luego de tres minutos de intentar sacarlo del lugar los hombres soltaron al anciano sin siquiera lograr moverlo un centímetro de su posición original. El anciano miró a los hombres y empinó un sorbo de su caja de vino, sin despegar la radio de su oreja izquierda.

Diez minutos más tarde los guardias autorizaron al personero a bajarse del vehiculo, teniendo en claro que no podrían mover al anciano, y que pese a todo no parecía representar riesgo alguno. El hombre caminó hacia la entrada de la embajada y se detuvo frente al anciano, lo miró, y le dijo en voz alta que tenía la radio apagada. El anciano enderezó su cabeza, miró a los ojos al personero, le dio las gracias y se desvaneció frente a todos. En el pavimento frente a la embajada quedaron la radio sin pilas y la caja de vino sin abrir.

miércoles, abril 01, 2020

Loca

Todos en el lugar dicen que está loca; es comprensible si eres paciente en un hospital psiquiátrico. La muchacha estaba sentada en una silla, vestida con ropa de calle, en consulta con una siquiatra a la que todos trataban de “señorita”, pues obviamente una mujer no podía ser médico en un mundo de hombres. La muchacha miraba en silencio a la doctora, quien le decía que todo lo que había creído vivir hasta ese instante había sido creado por su mente perturbada, que lo que ella creía que había sido su vida sólo lo había vivido dentro de su cerebro; en suma, que su realidad nunca había existido.

La muchacha miraba por la ventana hacia afuera. La doctora le preguntaba cosas, a las que la muchacha respondía automáticamente, casi todo con el mismo “sí”. Luego de cada respuesta la doctora le retrucaba su respuesta, intentando demostrarle que toda su vida era una mentira. Cuando la muchacha le dijo que sabía manejar, la doctora le respondió que no era así, que sólo se sentaba en el asiento del conductor de un viejo auto de su padre y que con la boca hacía el ruido del motor; cuando la muchacha dijo que trabajaba, la doctora le respondió que ella no salía de la casa, que sus padres la mantenían. Cuando la muchacha dijo que tenía pareja, la doctora le mostró la foto de una revista, y le dijo que su novio era un actor norteamericano que nunca había viajado a Chile.

La muchacha miraba a los ojos a la doctora, pero no estaba concentrada en ella; de hecho miraba levemente por sobre su hombro, a una polilla que se había posado sobre su blusa. La doctora le decía que necesitaba cambio de medicamentos, aumento de dosis, y agregar un par de calmantes más. La doctora le decía que cambiarían de terapeuta y de sicóloga, porque las que tenía no habían logrado avances con ella. La doctora le decía que debería mantenerla internada, por su seguridad y la de su familia, que todo estaría bien, y que con el paso de los meses ella lograría devolverla a la normalidad y al mundo real. La muchacha ahora miraba a los ojos a la polilla.

Doce de la noche. Hacía ya siete horas que la doctora se había ido. La muchacha había cenado, se había tomado sus medicamentos de la noche, y estaba acostada en su cama en silencio. La muchacha escuchaba concentrada a que las paramédicos hubieran hecho su última ronda, y se hubieran ido a dormir. A la distancia escuchaba apenas un par de voces cuchicheando, y el resto era sólo silencio. Había llegado el momento como cada noche de desmaterializarse y aparecer en Nueva York, a su vida, su trabajo, su auto y novio actor de cine.