El joven teniente caminaba nervioso por el puente de mando. Ya había
sido gritoneado por el suboficial mayor por su última decisión, y ahora
esperaba que llegara el coronel para enfrentarse a una reprimenda, esta vez
basada no sólo en la experiencia, sino también en el poder.
—Oficial en el puente—dijo con desdén el sargento, haciendo a todos
ponerse de pie y cuadrarse.
—Teniente, acompáñeme—dijo el coronel luego de saludar con un leve
ademán de la cabeza al resto de los oficiales y suboficiales presentes,
siguiendo camino hacia su privado.
El teniente no sabía si mirar la espalda del oficial, a sus
compañeros, o a las paredes del lugar que estaba abandonando en ese instante;
al menos las paredes no le dirían nada, aunque si pudieran, probablemente lo
harían.
—¿Sabe dónde estamos, teniente?—preguntó el coronel en cuanto el
oficial de menor rango cerró la puerta—. Y no me diga que en mi privado.
—Si se refiere a la ubicación de la nave… no, mi coronel.
—¿Alguien sabe dónde estamos, teniente?
—No mi coronel—respondió el teniente, a sabiendas que en cuanto
terminara la rutina lógica de preguntas, recibiría una traílla de insultos,
improperios y reprimendas, que por lo demás tenía claro que merecía con creces.
—¿Cómo es que estamos aquí entonces?—preguntó el coronel, casi sin
mirarlo.
—Mi coronel… al parecer tuve un sueño anoche. En ese sueño, según creo…
—Vio unas coordenadas, las ingresó en el computador del puente, el
cual nos llevó a la entrada de un agujero de gusano, que nos catapultó a este
universo desconocido—recitó el oficial, para sorpresa de su joven
interlocutor—. Teniente, ¿se da cuenta que la tripulación de la nave lo quiere
linchar?
—Sí mi coronel.
—¿Y qué hará al respecto, teniente?—preguntó el oficial—, ¿pretende
irse a dormir a ver si sueña las coordenadas para volver al punto de origen?
—Sí mi coronel—respondió instintivamente el teniente, arrepintiéndose
casi en el acto de su arrebato.
—Bien, tiene tres horas de sueño para obtener esas coordenadas—dijo el
coronel, para sorpresa del joven oficial—. Use esta misma cabina.
El teniente no entendía nada. Esa mañana había despertado algo
mareado, sin lograr recordar lo que había soñado la noche anterior. El mareo se
mantuvo mientras se duchaba y desayunaba; cuando fue al puente de mando de la
nave, un irracional instinto lo hizo abalanzarse sobre el computador del
navegante, introducir una serie de coordenadas, y luego acceder a la
confirmación de las coordenadas por medio de una clave alfanumérica que sólo
poseía el coronel, y que el teniente digitó automáticamente. Un par de segundos
después la nave empezó un viaje que terminó fuera de un gran agujero de gusano,
en una zona del espacio que no parecía ser parte del universo de origen de los
viajeros. En cuanto el teniente terminó de digitar las coordenadas y autorizar
el viaje, el mareo había desaparecido. Ahora se encontraba en la cabina privada
del coronel, con órdenes de dormir y encontrar en tres horas el camino de
vuelta a la base; sin más opciones por delante, el teniente se acostó y se
dispuso a obedecer a su oficial.
El teniente despertó sobresaltado, habían pasado apenas quince minutos
según el reloj de la cabina, pero sentía la necesidad de ir al puente de mando.
Al levantarse, un inmenso mareo se apoderó de su cabeza, tal como en su primer
despertar ese mismo día; al acercarse a la puerta vio que tenía una cerradura
con lector biométrico de retina, probablemente programada para la retina del
coronel. Instintivamente el joven oficial acercó su ojo izquierdo, y veinte segundos
después, no sin antes sufrir extrañas puntadas en su ojo y hasta sentir
crujidos dentro de éste, un sonido agudo le avisó de la apertura de la puerta.
En el puente de mando nadie entendía nada. El teniente había salido de
la cabina sellada del coronel, sin que éste hubiera autorizado por medio de su
ojo dicha salida, y sin inmutarse se dirigió a la misma computadora en que
horas atrás había cambiado el destino de la nave y de todos sus ocupantes. Sin
que nadie alcanzara a reaccionar, el teniente ingresó unas coordenadas, para
luego autorizarlas con la clave de mando del coronel, la cual había sido
reconfigurada apenas tres minutos antes. En apenas un par de minutos la nave
había llegado a la entrada de otro agujero de gusano, que los atrapó en su campo
gravitacional, y los catapultó de vuelta a su universo de origen, dejándolos en
los alrededores del sistema planetario en que se encontraba su base de
despegue.
En cuanto la nave se detuvo, el coronel sacó de la funda un arma
paralizante, aturdiendo en el acto al teniente. Después de ordenar que lo
llevaran a su cabina hasta que despertara, quedando a cargo de dos custodios,
el coronel se dirigió a su privado, abrió la puerta con su retina, la cerró por
dentro, y de inmediato le envió el mensaje al alto mando.
—Mi general, la misión terminó. El implante neuroviral del teniente
está funcionando al cien por ciento, recibe las instrucciones a la velocidad
adecuada, modifica sus parámetros biométricos según las necesidades de la
misión, y no recuerda el proceso de recepción onírica. Sólo falta que su
cerebro se adecúe al implante, pues se nota la marcha
errática y el mareo aún presentes. En cuanto despierte lo enviaré de vuelta a
la central, para empezar su entrenamiento avanzado. Fuera.
El coronel se reclinó en su asiento. Mientras bebía un vaso de whisky,
intentaba pensar en alguna canción que lo ayudara a no escuchar los crujidos
dentro de sus ojos, único problema al que no había logrado acostumbrarse.