La
casa estaba llena de visitas esa tarde. La anciana se sentía feliz
al ver a todos sus familiares acompañándola esa tarde de verano;
pese al calor que no le gustaba, la compañía la llenaba. La mujer
se había esmerado preparando embelecos para todos quienes vinieron a
verla, para que nadie pudiera luego quejarse de que ella era una mala
anfitriona, o que había vuelto a su hogar con hambre.
La
gente deambulaba por la gran sala de la vieja casa de la anciana, que
había heredado de sus padres. Pese a lo antigua de la construcción
estaba limpia y bastante bien cuidada, todas las luces, interruptores
y enchufes funcionaban, y los baños jamás se habían tapado ni
tenían goteras. La anciana invertía buena parte de su jubilación
en la mantención de la propiedad, pero ello no le importaba con tal
de agasajar a sus invitados, quienes se daban el tiempo de conversar
de todo con ella, por lo que cada junta era un remanso de compañía
dentro de su solitaria vida.
Los
comensales disfrutaban de la visita a la anciana. La mujer era muy
querida por la familia, pues siempre se había preocupado de todos
ellos y no los había echado al olvido nunca. Entre ellos habían
aprendido a conocerse pues eran de diversas ramas de la familia e
inclusive de varias generaciones; sin embargo lo que los unía era el
cariño por la anciana, y una palidez que denotaba el odio que todos
tenían por el sol y el calor. De hecho todas las reuniones se hacían
de noche para evitar pasar malos ratos.
Esa
mañana la cuidadora de la anciana llegó un poco más temprano que
de costumbre, pues sabía que los domingo siempre tendría algo más
de trabajo, recogiendo la comida que la mujer preparaba los sábado
en la tarde para sus visitas imaginarias, y que la cuidadora y su
familia terminarían por disfrutar. Lo que la cuidadora no sabía era
que la anciana era descendiente de una famosa familia de Europa del
este, y que todos ellos eran vampiros. Todos los sábado por la noche
acudían a visitar a la única miembro que no heredó dicha condición
para acompañarla y prepararse para que, cuando llegara su momento de
partir, el miembro más joven de la familia la convirtiera para
eternizar las visitas del sábado por la noche.