Algo raro se notaba en el ambiente. Un aire tenso circundaba a todos, como si todos supieran que algo iba a pasar pero nadie fuera capaz de definir qué. El entorno era extraño: una sala de reuniones llena de desconocidos que habían llegado al lugar con una tarjeta de invitación sin remitente. No había nada en común entre ellos, era el grupo más heterogéneo posible de formar: hombres y mujeres de todas las edades y condiciones socioeconómicas. Lo único que los unía era una tarjeta blanca con sus nombres, la dirección del lugar, la fecha, la hora y el número 100.000 bajo éste.
Cien mil… ¿qué? Si alguien se había molestado en enviarles una tarjeta personalizada a tantas personas debía ser dinero. ¿Qué más podía ser 100.000? ¿Años, condenas, vidas, demandas, qué? En la medida que iban llegando y entrando a la sala, todos se miraban entre sí tratando de encontrar en los otros algo de sí mismos. Pero no había nada que los hiciera intentar dirigirle la palabra al que estaba al frente o al lado de cada cual. Al parecer el silencio era el segundo factor en común.
Con el paso del tiempo, y en la medida que la llegada de nuevos invitados disminuía en frecuencia, las miradas empezaron a converger en el otro extremo de la habitación, donde se encontraba una puerta que permanecía cerrada. Todos esperaban que alguien apareciera por dicha puerta para darles una explicación, o para entregarles los 100.000… o lo que fuera. De todos modos cualquier cosa que les dijeran sería útil para terminar con el incómodo silencio que flotaba en el ambiente: pese a la cantidad de personas en el salón, nadie quería (o podía) pronunciar palabra alguna.
De pronto dejó de llegar gente; luego de entrar el último invitado las puertas se cerraron automáticamente. En ese mismo instante la puerta al otro lado del salón se abrió, y una joven mujer entró y se dirigió a los presentes:
-Bien, llegaron más de los que esperábamos. ¿Están listos?- un murmullo cortó el silencio y las caras de duda invadieron la sala.
-Ah, veo que no saben… bueno. Ustedes fueron elegidos, son los seres más especiales del planeta. Nadie, en ninguna época, había logrado llegar a este nivel- en ese instante las sonrisas y las caras de satisfacción llenaron el espacio, salvo la de la anfitriona.
-Veo que no me entendieron. Ustedes son la peor lacra de la humanidad. Cada uno de ustedes, en sus cortas y patéticas vidas, lograron acumular una cantidad horrorosa de pecados. Todos ustedes llegaron a cometer 99.999 pecados en esta vida. La tarjeta que se les envió era para definir medidas a tomar. Todos ustedes llegaron acá movidos por simple ambición. Ese 100.000, la ambición, era el último pecado que les quedaba por cometer. Ahora, y gracias a vuestra llegada, la humanidad se librará de ustedes, y el planeta tendrá una oportunidad más…