La
muchacha estaba ilusionada. Esa tarde tendría la primera cita con un
romántico joven que había conocido por internet hacía ya varios
meses, pero que por su timidez no se había atrevido a invitarla
antes. La muchacha estaba esperando que el joven la invitara, pues su
curiosidad era enorme dada la forma en que el muchacho la trataba por
escrito. Un par de veces habían tenido reuniones virtuales por
video; extrañamente en ambas la joven no había podido fijarse en
las facciones del muchacho, por lo que en esa cita por fin podría
saber cómo era en persona aquel joven que tanto la adulaba por
escrito y por audios.
Antes
de salir la muchacha se preocupó de arreglarse lo mejor que pudo. Su
madre se notaba nerviosa, ella peinaba suavemente el cabello de su
hija y la miraba con una tristeza enorme; la muchacha abrazó a su
madre y le dijo que no se preocupara, que antes de las nueve estaría
de vuelta en casa para contarle las novedades. La muer apretó con
fuerza a su hija, y antes de salir le hizo algo que la muchacha no
entendió, pero que a la tarde conversaría con ella para que le
explicara. Ahora debería salir rápido para no llegar atrasada a su
cita.
La
muchacha llegó al lugar que habían convenido. El lugar era casi
idílico, con un parque en su esplendor en el inicio de la primavera,
con un pequeño riachuelo donde la gente podía arrendar botes para
dar una vuelta corta en el lugar. En la ribera del río había un
joven con las características de su cita, con un polerón con
capucha al lado de un bote listo a zarpar. La joven se acercó
entusiasmada, le dio un beso en la mejilla al joven quien la invitó
a subir al bote. El joven se veía algo pálido y sus ojos parecían
no tener color, pero ello no preocupó a la muchacha; esa cita sería
perfecta, y la recordaría por el resto de su vida.
Los
jóvenes conversaban animados mientras el joven remaba. A la muchacha
le llamaba la atención que su incidental pareja remara de pie en la
popa del bote; sin embargo ello no limitaba la interacción entre
ambos. El joven le hablaba de historia de modo tal que parecía que
hubiera vivido todo lo que relataba. De pronto la muchacha notó que
el riachuelo era demasiado largo para lo que ella había visto desde
la orilla; al mirar a su alrededor vio que el paisaje había
cambiado. Ahora ya no parecía primavera sino otoño o invierno, y el
cielo se veía oscuro, como si fuera a llover. De pronto la muchacha
escuchó a la distancia varios ladridos; al enfocar la mirada vio a
un descomunal perro con tres cabezas que ladraba descontrolado. La
muchacha entonces miró al joven: su polerón se había transformado
en una larga túnica con la misma capucha que cubría parcialmente su
rostro. En ese momento la joven sintió incómoda su boca, y recordó
lo que su madre hizo antes de salir. La muchacha levantó su lengua,
sacó la moneda de plata que su madre había colocado en dicho lugar,
y se la entregó a Caronte, quien siguió remando ahora en silencio,
tratando de calmar con su mirada a Cerberus.