Santiago 2012
Los ojos de toda la gente estaban clavados en el claro cielo aquella tarde. La gente colmaba las grandes avenidas en todas las ciudades, esperando el desenlace del que tanto se había especulado y que ahora definitivamente había llegado. Doce horas antes una alarma despachada por todos los satélites espías revelaban la aparición de una gigantesca nave espacial en la órbita terrestre, que a los pocos minutos se encargó de destruir a sus delatores sin hacer ruido ni esfuerzo. La famosa profecía del 21 de diciembre del 2012 parecía ser, pese a todo, cierta.
Durante esas doce eternas horas internet colapsó, llena de consultas acerca de alguna profecía o teoría que hablara de la salvación de la civilización en el planeta. Pirámides que despegaban desde Egipto, moais que se paraban desde Isla de Pascua, zigurats que lanzaban rayos desde Iraq, todo era una buena esperanza frente al final que se vendría en cualquier momento. En ese instante en Santiago la gente había confluido tal como siempre en Plaza Italia, mirando hacia ese tenue pero persistente punto en el cielo que amenazaba con ser el último recuerdo de las almas en su viaje al más allá.
Los ojos de toda la gente estaban clavados en el cielo aquella tarde. De pronto un extraño zumbido cortó las comunicaciones y la energía en todo el planeta, signo inequívoco del principio del fin. Diez segundos más tarde un gigantesco temblor remeció el centro de Santiago: con estupor la gente vio cómo la torre Entel vibraba salvajemente y empezaba a despegarse del suelo. El estupor se hizo mayor cuando bajo la torre una estructura cilíndrica de setenta metros de diámetro hacía subir la torre. La sorpresa se completó cuando dicho cilindro terminó de salir de las entrañas de la tierra, con más de ochocientos metros de altura. Acto seguido el misil de antimateria aceleró a la mitad de la velocidad de la luz, desintegrando instantáneamente la nave enemiga. Mientras el mundo celebraba una nueva y poco justificable nueva oportunidad, Santiago lloraba la pérdida de uno de sus edificios insignes.
Durante esas doce eternas horas internet colapsó, llena de consultas acerca de alguna profecía o teoría que hablara de la salvación de la civilización en el planeta. Pirámides que despegaban desde Egipto, moais que se paraban desde Isla de Pascua, zigurats que lanzaban rayos desde Iraq, todo era una buena esperanza frente al final que se vendría en cualquier momento. En ese instante en Santiago la gente había confluido tal como siempre en Plaza Italia, mirando hacia ese tenue pero persistente punto en el cielo que amenazaba con ser el último recuerdo de las almas en su viaje al más allá.
Los ojos de toda la gente estaban clavados en el cielo aquella tarde. De pronto un extraño zumbido cortó las comunicaciones y la energía en todo el planeta, signo inequívoco del principio del fin. Diez segundos más tarde un gigantesco temblor remeció el centro de Santiago: con estupor la gente vio cómo la torre Entel vibraba salvajemente y empezaba a despegarse del suelo. El estupor se hizo mayor cuando bajo la torre una estructura cilíndrica de setenta metros de diámetro hacía subir la torre. La sorpresa se completó cuando dicho cilindro terminó de salir de las entrañas de la tierra, con más de ochocientos metros de altura. Acto seguido el misil de antimateria aceleró a la mitad de la velocidad de la luz, desintegrando instantáneamente la nave enemiga. Mientras el mundo celebraba una nueva y poco justificable nueva oportunidad, Santiago lloraba la pérdida de uno de sus edificios insignes.