Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, octubre 27, 2024

Venganza

 Los adornos de la recién terminada festividad estaban volviendo a la caja de donde habían salido. Acabada la fiesta había llegado el momento de volver toda la ambientación a la adusta realidad de siempre, y guardar los adornos, junto con el jolgorio y la alegría, en la caja de donde volverían a salir en otro momento del año.

La gente estaba feliz guardando toda la parafernalia, como si desmontar la fiesta fuera parte de la misma fiesta. Para cualquiera que viniera de fuera y viera esos sentimientos, sería una confusión difícil de aclarar: ¿cómo se podría estar feliz al desarmar y guardar todo lo relacionado con una celebración, si es que ello era señal inequívoca del fin de dicha celebración, y por ende de la felicidad que ello traía? Sin entender bien el por qué, la gente reía y disfrutaba mientras desarmaba lo que tanto tiempo les había tomado armar.

La oficina había vuelto a su estado inicial. Las risas se habían apagado, y estaba volviendo a sentirse el aire gris que inundaba dicho edificio. Lentamente los celebrantes volvían a ser oficinistas, y el edificio volvía a ser la repartición pública de siempre, llena de estrés, reclamos, gritos, enojos y recriminaciones.

En la misma jornada en que se había guardado la fiesta en sus respectivas cajas, una joven mujer entró al edificio y se dirigió derechamente a la oficina tres del segundo piso. Un guardia de seguridad, hombre añoso, pequeño y enjuto, se acercó a ella a preguntarle qué necesitaba: la mujer lo miró a los ojos, sacó de entre sus ropas una pequeña pistola y disparó a la pierna del hombre quien cayó gritando de dolor al suelo, provocando una estampida en los funcionarios salvo en dos que corrieron a socorrer al anciano.

La mujer entró a la oficina a la que se dirigía; en un rincón el oficinista estaba arrollado temblando de miedo. La mujer se acercó a él, colocó la pistola en su cabeza, disparó tres tiros, y una vez se hubo cerciorado que estaba muero, guardó la pistola y saló del lugar sin que nadie intentara detenerla.

Los gritos de espanto de los funcionarios se mezclaban con los alaridos de dolor del guardia. Frente al edificio la mujer había entrado a una van, donde le entregó el arma a un hombre de rostro frío, quien miró a los ojos a la mujer, quien le dio las gracias y se dispuso a salir. Sin embargo el hombre la siguió mirando mientras la mujer bajaba la mirada. El hombre le dijo que ella no había cumplido con el trato, que él facilitaba venganzas mientras nadie más saliera lastimado. La mujer intentó balbucear una disculpa, que le había disparado al guardia al no saber qué hacer: el hombre la hizo callar, y le dijo que le cobraría lo justo por su violación al pacto. La mujer cerró los ojos esperando que el hombre le disparara en una pierna: en ese momento sonó su celular. Al otro lado de la línea un hombre que se identificó como policía le informó que su hija menor tuvo un extraño accidente en el colegio donde estaban cambiando unas ventanas, que una de las piezas de vidrio cayó desde el tercer piso del colegio, que hija iba pasando justo por debajo, y que la hoja de vidrio le había amputado la pierna izquierda, a la misma altura donde ella le había disparado al guardia. La mujer se puso a gritar desesperada, lo que no inmutó en nada a Arioch, el demonio de la venganza.

domingo, octubre 20, 2024

Perro

 El perro callejero inició su jornada temprano esa mañana. Con ocho años de vida ya conocía de memoria cómo desenvolverse en la realidad de los perros sin dueño: dormía en algún parque a la intemperie, o a veces cubierto por algún indigente o algún animalista; comer lo que se pudiera cuando se pudiera y donde se pudiera; caminar mucho; huir de algunos humanos agresivos que le lanzaban patadas o piedras, y esquivar unas cosas con ruedas donde se metían los humanos para moverse. En general el perro despertaba tarde y muerto de hambre; sin embargo esa mañana despertó bastante más temprano que de costumbre, por lo que decidió empezar a caminar de inmediato a ver si encontraba algún delicioso basurero lleno de comida, o algún humano generoso que compartiera lo que estaba comiendo.

El perro inmediatamente se dio cuenta que esa no era una mañana típica: lo primero distinto era que las cosas con ruedas que debía esquivar estaban detenidas, sin moverse. Eso era mucho más seguro para él y sus compañeros, pero definitivamente era bastante extraño. A esa hora de la mañana aun había pocos humanos en la calle; sin embargo esos humanos estaban igual que las cosas con ruedas: inmóviles. Parecía que todo se hubiera congelado en el tiempo, y eso podría ser un problema si es que la comida también estuviera congelada en el tiempo.

Algunas horas más tarde el perro empezó a escuchar quejidos desde algunas casas: el perro aguzó el oído y pudo escuchar a perros de casa reclamándole a sus humanos por comida, o porque necesitaban salir a las calles, o hasta porque necesitaban agua. El perro no entendía cómo esos animales no eran capaces de procurarse su propio alimento: en ese momento se dio cuenta que tenía hambre, y que tenía que buscar alimento en alguna parte.

El perro caminaba por las calles viendo a los pocos humanos que salieron temprano paralizados. De pronto encontró un tumulto de perros en un negocio; el perro se acercó a preguntar qué pasaba, y otro perro callejero le respondió que un humano estaba abriendo un negocio con carne y quedó tieso, por lo que muchos de ellos pasaron a sacar lo que pudieran. El otro perro le dijo que aún quedaba mucha carne pero que se apurara si es que no quería quedarse con las ganas. El perro dio las gracias, entró con prudencia, y luego de oler tres o cuatro traseros y de ser olido otras tantas veces, sacó un gran trozo de carne con hueso y se lo llevó en silencio a una plaza.

En la estación espacial internacional la información bullía como olla a presión. Los efectos del experimento habían causado estragos a la población mundial. En aquellos países en que era noche casi nada había sucedido, salvo algunos pequeños accidentes menores; en cambio en aquellos en que era de día el experimento había causado innumerables muertos y heridos que no recibirían atención y que por ello también morirían sin siquiera darse cuenta de ello. Los once tripulantes no entendían cómo sus superiores habían ordenado activar los generadores de ondas mentales que paralizaban el cerebro humano a nivel mundial sin medir las consecuencias de dicha decisión. Tarde se dieron cuenta que el proceso era irreversible, y que sólo ellos quedaban como espectadores del fin de la raza humana. Mientras tanto, el comandante de la estación pensaba si dejaría morir a los tripulantes de hambre, o si abriría las compuertas para que escapara el oxígeno y así murieran todos más rápido.

domingo, octubre 13, 2024

Carrera

 El hombre aceleraba frenético su vehículo para llegar lo antes posible a su destino. Diez minutos antes una llamada telefónica le avisó de un accidente de su hija en el colegio, por lo que dejó todo botado en su trabajo para ir en auxilio de su pequeña. La inspectora del colegio le dijo que se tranquilizara, que no había sido tan grave pero que de todos modos iba una ambulancia en camino para examinarla y en el peor de los casos trasladarla a la clínica con la cual tenían contratado el seguro la institución educacional. En cuanto escuchó esa frase supo que tenía que llegar antes que la ambulancia.

El hombre aceleraba como loco, pasando luces rojas, discos pares y señales ceda el paso. A punto estuvo de atropellar a cinco peatones y de chocar unas siete veces. En esos mementos nada importaba, sino sólo llegar rápido al colegio.

Dos minutos más tarde una patrulla de la policía lo alcanzó con las balizas encendidas, y se pusieron a su lado para ordenarle que se detuviera; el hombre aprovechó que un camión iba delante de la patrulla, aceleró y la perdió sin tanta dificultad. Luego de terminado el rescate de su hija iría a alguna comisaría a entregarse y a explicar todo.

El hombre llegó raudo al colegio, estacionó su vehículo y bajó corriendo, aliviado al no encontrar la ambulancia. Al entrar al patio central, se encontró con la peor escena que pudo haber imaginado: la ambulancia estaba en el patio, su hija estaba sentada en la camilla de la ambulancia conectada al monitor de signos vitales, el cual se encontraba con todos los parámetros en cero, mientras la pequeña lo saludaba efusivamente, y los miembros del equipo de salud se acercaban a él a preguntarle si él sabía por qué su hija no tenía signos vitales. El hombre palideció: ahora debería inventar alguna excusa extraña para ocultar que su hija era un experimento científico de reanimación de cadáveres, cuyo cuerpo nutria cada noche con una mezcla creada en laboratorio, mientras de día llevaba aparentemente una vida normal.

domingo, octubre 06, 2024

Temperatura

La muchacha caminaba tranquilamente esa mañana hacia su colegio. Ese era el día más pesado de la semana, con las clases más tediosas y los profesores más insoportables, pero no tenía de otra si es que quería en algún momento de su vida entrar a la universidad para poder tener un buen pasar una vez independizada de sus padres. El esfuerzo era grande pero el objetivo final era mayor aún, por lo que valía la pena cualquier sacrificio.

Esa mañana estaba bastante helada. Sus delgadas piernas tiritaban a cada paso, y su velocidad de marcha no era suficiente para calentar sus extremidades, por lo que a cada paso el frío la invadía un poco más. Las estrictas reglas del colegio establecían una falda sobre la rodilla como uniforme y no permitían medias opacas, por lo que las medias normales que usaba no eran suficientes para paliar el frío de esa mañana. Definitivamente el día estaba empezando mal, y probablemente terminaría peor.

Cinco cuadras más adelante y el frío parecía estar empeorando. Su parka forrada tampoco era capaz de mantener su cuerpo caliente, y pese a llevar una primera capa gruesa y en suéter enorme, el frío ya le estaba provocando dolor. De pronto la muchacha empezó a fijarse en el resto de la gente que caminaba a esa hora por la calle: grande fue su sorpresa al darse cuenta que la gente no andaba tan abrigada como ella y nadie parecía estar sufriendo el mismo frío que ella. De hecho a la cuadra siguiente se cruzó con un adulto que apenas andaba con una delgada polera, y con una mujer con mini falda sin medias ni frio.

Dos cuadras más de marcha y la muchacha ya no podía caminar. Al seguir avanzando se cruzó con dos o tres jóvenes de su edad con tenida de colegio que se veían tanto o más congelados que ella. El dolor de todo su cuerpo ya era intolerable, y no sabía a quién pedir ayuda. Cincuenta metros más allá no pudo seguir avanzando; justo en ese momento se cruzó con un muchacho de su edad quien se acercó a ella para abrazarla y ver si así podrían tolerar un poco más el maldito frío que los envolvía. Los muchachos alcanzaron a sentirse algo mejor, pero no por más de diez segundos.

Los estudiantes se quedaron congelados en la calle. La pareja abrazada contrastaba con otros tantos que estaban botados en el suelo enrollados sobre sí mismos, o que habían quedado congelados de pie. Mientras tanto los adultos disfrutaban de una mañana primaveral. De sus mentes se habían borrados los menores de dieciocho años: hijos, hermanos, sobrinos, había desaparecido de sus memorias y de sus vistas, pues los cuerpo congelados eran invisibles para los ojos de los adultos. La deidad había decidido resetear a la humanidad, eliminando las almas jóvenes y dejando sólo a las almas mayores, que a partir de ese momento habían además quedado estériles: en algo menos de cien años la raza humana desaparecería del planeta, quedando a disposición de otra raza para aprovechar el planeta. Luego la deidad decidiría qué hacer con las almas que casi destruyeron su mejor creación.