Turismo
Los amortiguadores hidráulicos se comprimían al máximo para lograr un
aterrizaje suave y silencioso. Luego de terminar el viaje por la estratósfera,
promocionado en la agencia como “turismo espacial”, y que no pasaba de ser una
travesía de menos de una hora por sobre el límite de la atmósfera en gravedad
cero, suficiente como para alcanzar a ver la curvatura de la Tierra y la
verdadera oscuridad del espacio exterior, más allá de los falsos colores
creados por los gases que mantienen la vida en la superficie del planeta, el
joven millonario bajó decepcionado de la nave de lujo. Toda su infancia había
soñado con viajar al espacio, y ahora que tenía los medios y la edad para
hacerlo, apenas había podido realizar un aburrido vuelo suborbital extremadamente
costoso, y que no distaba mucho de cualquier vuelo en su avión ejecutivo.
Esa misma semana, una de sus empresas había logrado capitalizar una
serie de convenios con empresarios rusos dedicados a la fabricación y
exportación de armas, todos los cuales habían formado parte de las fuerzas
armadas en su juventud. El joven empresario vio en ese grupo de personas la
posibilidad de ampliar sus negocios más allá de la mera exportación de bienes,
y de paso, cumplir su sueño frustrado. Luego de ganar la confianza de los ex
militares, marinos y aviadores, les propuso entrar en un nicho que recién se
estaba explotando, pero que a todas luces se convertiría en el emprendimiento
del futuro: lanzar satélites para gobiernos sin tecnología espacial y para
privados.
Un par de años después, su floreciente empresa aeroespacial había dado
frutos, captando el interés de muchos gobiernos que se ahorraban años de
inversiones en experimentos, y recibían el producto que necesitaban en el corto
plazo: satélites de toda índole a los meses de haber firmado el contrato, y
apoyo para el soporte a distancia de la preciada herramienta. Por su parte, el
joven empresario había logrado convencer al equipo de técnicos para dar el paso
siguiente: turismo espacial real. Su idea era cumplir su sueño de niño, de
salir realmente al espacio en una nave segura, con todas las comodidades
posibles, y no quedarse sólo con un aburrido vuelo suborbital para ver la
curvatura de la Tierra y volver de inmediato a la cotidianeidad. Sin embargo,
aún faltaba por superar un gran escollo, pues el segundo mayor accionista de la
empresa y gerente de la misma, parecía no querer participar del nuevo
emprendimiento. El hombre, un ex cosmonauta ruso y oficial retirado de la
fuerza aérea, se negaba sistemáticamente a cada intento del joven empresario
por ampliar el giro de la empresa. Luego de varios tiras y aflojas, un día el
ex cosmonauta invitó al joven a la base aérea de la empresa de la eventual competencia,
para hacer un viaje suborbital junto a él.
El joven empresario estaba sorprendido, pues el dueño de la agencia de
turismo espacial había sido camarada de armas de su socio. Ese día, el ex
cosmonauta comandaría la nave, y el joven empresario viajaría en el asiento del
copiloto, mientras el segundo oficial a bordo cumpliría sus funciones desde un
puesto secundario; luego de cruzar un par de palabras en ruso, ambos hombres
empezaron la monótona pero imprescindible rutina de revisión de sistemas para
tener un despegue y un vuelo seguros. Algunos minutos después de despegar, el
vehículo asumió una posición casi vertical, iniciando un brusco ascenso que se
detuvo en cuanto la nave llegó a la estratósfera.